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Decima Unión: Preguntas

Los días empezaban a volverse más tranquilos. Jayce encontró en Hendrik un nuevo amigo con quien platicar de temas un poco atípicos a comparación de con Marisa y Antonio, quienes solo estaban interesados en el vampiro por el momento y parecía era la única razón por la que ya le hablaban al joven.

Éste dejaba que el hombre le contará experiencias y lo aconsejara, aunque no lo pidiera. Le parecía agradable saber que el pintor estaba tratando de cuidarlo a su manera, a pesar de apenas conocerse.

Es entonces que la idea que tuvo al inicio sobre él empezó a desvanecerse. Ya no creía que era el famoso asesino al que llamaban «vampiro». Sólo se trataba de un pintor con poderes «mágicos» que su mayoría del tiempo, en lugar de tratar de ser un vigilante, hacia cuadros y buscaba cómo sobrevivir a costa de todo.

La semana dio inicio otra vez, Jayce continuaba practicando con el equipo de rugby, y cuando llegó hasta los vestidores, se encontró al capitán del equipo, mismo que, al parecer, acababa de ducharse, puesto estaba mojado y todavía no se arreglaba.

Al verlo, Jayce sólo levantó una ceja y giró hacia su casillero, impresionado el mayor.

Durante esos días la relación de los jóvenes del equipo y la del chico temporal mejoró muchísimo. Ya todos hablaban con él como si se conocieran de años, y para muchos era así. Fue cómo si las cosas malas que habían pasado se hubieran perdonado, o al menos así lo sentía Carlos.

—No te va a matar ver un poco —expresó en broma el capitán, cosa que molestó muchísimo a Jayce.

—¿Ya vas a empezar? ¿Cuál es tu maldito problema? —cuestionó molesto el pelinegro, volteando hacia el otro y mirándolo con ira directo a los ojos.

—Sólo fue una broma.

—A mí no me lo parece. No bromees con eso —explicó Jayce al desvestirse y colocarse una toalla para pasar a las regaderas, aun enojado.

—¡Sí no lo fueras, no te molestaría! ¡Déjate de cosas, Jayce! —expresó el muchacho, detenido su compañero al escuchar eso.

—Tienes suerte de que desee demasiado destrozarles las sonrisas a la preparatoria G —enunció el chico sin voltear hacia Carlos—. Porque en otras circunstancias, ya me hubiera largado. —La expresión del capitán fue una desvergüenza al ver cómo su aliado empezó a irse para dejarlo solo, mas no antes sin escuchar de cómo su mayor golpeaba los casilleros con su mano, enojado.

El sonido asustó un poco a Jayce, pero no lo detuvo ni cambió su dura expresión de siempre, tan sólo se duchó, recordando los ecos de las voces de sus compañeros, junto a las risas, que le provocaron salirse del equipo.

Ya en casa, Jayce notó que no estaba la cena hecha, así que revisó su móvil y vio que su madre les había dicho que iba a trabajar hasta tarde, por lo que no estaría ahí para cocinar.

Sin más preámbulo, el chico abrió la nevera. Cansado por el largo día de entrenamiento que tuvo, buscó algo para comer en lugar de preparar algo nuevo, encontrado un tupper al fondo que tenía una rebanada de pizza y spaghetti. Estaba impresionado por el hallazgo, tanto que pensó que podía estar echado a perder, así que lo destapó y olió, mas todo indicaba que no había problema. Además, estaba un poco congelado, lo que indicaba que tenía varios días en la nevera. Ya lo habían olvidado.

Sin más, el joven procedió a calentarlo en el microondas y a cenarlo. Lavó el recipiente y lo colocó en donde se escurren los platos. Ver la casa tan sola trajo un sentimiento extraño al chico, uno que le dio gusto por unos momentos, pues recordó a Hendrik solo en su hogar, pintando y sonriéndole frente a su bastidor, mas también se dio cuenta que estaba acostumbrado al sonido y calidez de sus padres, por lo que sólo pasó a suspirar y se fue a su habitación, en donde se acostó a pensar un poco antes de dormir.

«Ahora que lo pienso, nunca le he preguntado a Hendrik sobre su familia», intuyó Jayce, el cual cerró los ojos y se quedó por completo dormido.

Una vez amaneció, la rutina fue casi la de siempre. El más joven bajó de su habitación y frente a él estaban no sólo sus hermanos, sino también su madre, los cuales lo voltearon a ver con rostros no muy amigables, aunque el de la mujer mayor se notaba más preocupada que molesta.

—¿Buenos días? —preguntó Jayce al ver el conglomerado de personas. Era normal ahora que él se fuera antes que sus hermanos. Había estado madrugando mucho por los entrenamientos y lo que hablaba con Marisa sobre Hendrik, así que le pareció raro ver al par ahí, como si lo estuvieran esperando.

—Jayce. ¿Tu tomaste lo que había en este tupper? —cuestionó la madre al señalar el recipiente vacío y lavado, continuado por Derek.

—¿Quién más, mamá? —exclamó el hombre, enojado.

—¡Ya! Deja que tu hermano conteste —enunció la mujer, fastidiada con el mayor.

—Sí, ayer que llegué busqué si había algo para…

—¿Con qué derecho te pones a agarrar las cosas de los demás sin permiso? —interrumpió el mayor, dado unos pasos hacia el adolescente.

—¿Cómo iba a saber que era tuyo?

—¡Ya basta los dos! —reprendió la madre, acercada a la intercepción entre sus hijos para funcionar como mejor intermediario—. ¡Déjalo terminar, por amor al Creador! —expresó la adulta, volteada su mirada a Jayce—. Continua. ¿Qué pasó?

—Pues vi que llegarías tarde y estaba cansado. Venía de entrenar…

—Nosotros también venimos cansados, Jayce. Todos en esta casa trabajamos —interrumpió ahora la hermana, igual de molesta, pero menos agresiva.

—¡Bueno, tú también! Yo no los eduqué para que sean así de groseros e irrespetuosos.

—¿Y a Jayce sí para que agarre cosas sin preguntar? —cuestionó Derek, a lo que la madre se molestó todavía más, confrontando a los mayores.

—Bueno, ustedes no entienden, ¿verdad? A fuerza quieren sólo escuchar su versión y ya. Así no deben ser las cosas.

—No, es que tú lo defiendes demasiado. Hace cosas malas y las minimiza que porque es joven y que está cansado o distraído —expresaba Minerva, continuando al acercarse a su madre, enfurecida—. Cuando nosotros teníamos su edad, papá y tú eran muy estrictos con nosotros. Cualquier cosa que ha hecho Jayce, a nosotros ya nos hubieran encerrado de por vida. ¿No te acuerdas que papá compraba jamón ahumado y nos prohibía tocarlo o nos daba una tunda? ¿Ya se te olvidó que si llegábamos tarde nos dejaban afuera a pesar de lo peligroso que era? Ahora vivimos en esta colonia privada, gracias a nuestros esfuerzos, de los cuatro. Jayce tiene muchos privilegios y lo estás mal educando. No deberían ser tan condescendientes con él. Ya murió alguien, ¿qué tiene que hacer para que te des cuenta de cómo lo estás sobre mimando? —En eso, la adulta le dio una cachetada a Minerva, lo que la hizo molestarse, tomar sus cosas e irse. La madre trató de detenerla, pero le fue imposible.




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