Conexiones 0

Décima Segunda Unión: Revelaciones

Tras las palabras del hombre, Jayce quedó paralizado. Por su mente no podía cruzar otra idea que no fuera la más obvia: Hendrik había matado a su familia.

Quería salir corriendo del lugar, inventar una excusa o lo que sea, pero estaba frente a un asesino cuyo modus operandi no conocía del todo. Cualquier movimiento en falso podría convertirlo en la siguiente víctima del Vampiro, apareciendo en las noticias. Lo mejor era tranquilizarse y tratar de hablar.

Marisa lo dijo, el arma que tienen es que Jayce le agrada a Hendrik, y el conocimiento sobre su vida podría llevar a la chica a descubrir cómo elige a sus víctimas. Es la única forma de detenerlo a como lo sugieren sus amigos.

Entonces, para dar un paso a ese territorio, el estudiante no vio mejor manera que empezar a moverse el solo.

—Ahora entiendo. Es posible tener una conexión familiar llena de lianas de amistad, ¿cierto? —preguntó Jayce algo nervioso, cosa que no notó del todo Hendrik, pues tenía su mente en otro lado.

—Sí, es posible. Todas las combinaciones son posibles.

—Bueno, ¿qué tal una cadena con un listón rojo? —cuestionó, curioso de su respuesta de forma genuina al darse cuenta de lo que estaba implicando esa sencilla analogía.

—Existe, aunque no es bien visto —aseguró el pintor, suspirando luego de mencionarlo y ver el lienzo.

—¿Conoces a alguien en una situación así? Que tenga sentimientos por un…

—¿Familiar? No, no conozco a nadie en esa situación —interrumpió Hendrik al notar que a Jayce se le dificultaba terminar esa oración—. ¿Tú conoces a alguien?

—No, tampoco. Es sólo que quería saber. ¿Qué piensas al respecto de esas relaciones? —El chico pareció agarrar un poco de valor. Las mortificaciones anteriores se desvanecieron y el anfitrión notó un interés genuino en el menor en escuchar su opinión.

—Bueno, no es como que me importe. Si dos adultos dan su consentimiento para una relación así. ¿Quién soy yo para detenerlos? Primos, un tío y su sobrino, hermanos. Va a sonar asqueroso a mi parecer, pero padres e hijos también puede ser. ¿Quién soy yo para juzgar los deseos de las personas? No me importa, mientras no se metan con menores o haya algún tipo de manipulación de por medio, que es difícil, siendo honesto, pues que el Creador los bendiga —explicó Hendrik, lo que dejó pasmado a Jayce.

—¿Padres e hijos? ¡Qué horror! —expresó asqueado Jayce.

—Creo que el más «normal» es entre primos. No viven juntos, la mayoría son de edades muy similares, la genética está más apartadas. Eso no suena a un caso de manipulación o abuso —concluyó el artista, pasado a sentarse al sillón que tiene frente a Jayce.

—Sí, es verdad. Entre primos suena lo más «adecuado».

—¿Te gusta alguna prima, Jayce? —preguntó directo a la yugular, lo que hizo al chico abrir los ojos tanto como pudo, como si hubiera visto a un fantasma, mirando al adulto sin siquiera pestañar.

—Yo… No, por supuesto que no. No tengo primas de mi edad, siquiera.

—¿Una mayor? Tal vez.

—¡No, para nada! ¿Qué tal tú? —exclamó el joven, sonriendo un poco Hendrik para darle un largo sorbo a su cerveza.

—Hay dos primos que si podría llevar a la cama. Son muy apuestos y seguro están bien armados. Pero no hablo con mi familia desde hace años. Desde que me mudé —destacó el hombre al terminar su bebida y pararse de inmediato por otra. Jayce notó que, a diferencia de otras ocasiones, el adulto estaba alcoholizándose más rápido de lo normal. Y sí había algo que sabía, era que los borrachos suelen decir cosas de más, aunque también ser impertinentes.

Con todo el valor que poseía, Jayce tomó la decisión de pisar limites, a ver si le pagaban bien de vuelta.

—¿En serio? ¿Cuánto tienes viviendo aquí? ¿Me habías dicho? —preguntó Jayce al arrojar su espalda al respaldo del sillón, para mostrar que estaba más relajado.

—No, creo que no. Tengo ya cuatro años aquí. Decidí independizarme de mis padres en ese entonces. Las cosas no iban del todo bien en casa de ellos y eso me trajo hasta acá. Un amigo me ayudó a comprar la casa y se la sigo pagando, aunque está a su nombre, en realidad, sé que jamás me pediría irme —expresó el hombre al arrojarse al sillón, derramada algo de cerveza en el proceso, lo que hizo reír a ambos.

—Debe ser alguien muy cercano.

—Sí, es el hermano mayor que siempre quise tener. Tal vez hasta un abuelo. Sólo no le digas. —Esto provocó la risa de Jayce, para luego el anfitrión continuar. —¿Cómo va todo con el equipo de rugby? Ya falta poco para el enfrentamiento contra mi alma mater.

—Sí, ya casi es el «gran día» —expresó Jayce al tratar de evadir la respuesta, pero el silencio en la sala, opacado el por fuerte sorbo a la cerveza de Hendrik y su mirada, que le estaba presionando a hablar sobre el tema—. ¿Siendo sincero? A veces creo que todo está mejor. Hasta digo: ¡Vaya, debería regresar al equipo! Me tienen entre la espada y la pared mis emociones sobre eso. Estoy bastante conmocionado por ello todo el tiempo, hasta pienso que soy sólo yo y el mal sabor de boca que me dejaron. Tanto que veo cosas donde no las hay o ya no sé qué pensar. Me estoy volviendo loco. ¡Amo el rugby! ¡En serio que sí! Es que… ¡Rayos! —Lo revelado dejó a Hendrik igual. Cómo no tenía contexto, sólo podía dar palabras de ánimo al menor. No obstante, esta vez decidió tomar otra ruta.

—Es tu decisión. Al final del día, sea lo que haya pasado, influye tanto como tú quieres que influya. Esa es la realidad —respondió el anfitrión con una actitud desinhibida y altanera, como si no le importara, lo que molestó al joven.

—Es fácil decirlo. Las cosas no son así de fáciles.

—¡Quien sabe! No tengo idea de lo que hablas, sólo de lo que sientes. Es todo lo que puedo decirte. Te estás dejando llevar mucho por algo que pasó hace meses. Deberías aprender a soltar y…

—¡No me estoy dejando llevar! —interrumpió el chico, enojado, notada una ligera sonrisa en el rostro del moreno.




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