Aunque no deseaba que Jayce se fuera, Hendrik lo invitó a partir, pues ya era tarde y no deseaba que tuviera problemas en casa. El joven, al darse cuenta de eso, se asustó y se preparó de inmediato para irse, no sin antes el anfitrión darle una recomendación al entregarle un bolillo y un vaso con agua.
—Pequeño truco para el alcohol. Comete esto solo y termínate el agua. Te ayudará a que se te baje. El olor es difícil que se vaya, pero intenta hablar a un metro de la gente. Igual bebiste tres cervezas, dudo que ya huelas por completo a alcohol —explicó Hendrik, cosa que hizo sonreir al menor, haciendo lo dicho.
—Gracias, Hendrik. Estoy muy feliz de haberte conocido. Estos momentos son algo que no cambiaría por nada —confesó el chico, arribando su transporte al edificio y despidiéndose del adulto.
—Antes de irte, quiero obsequiarte algo —expresó el hombre, entregadas unas llaves—. Son de mi departamento. Si no quieres ver a nadie y necesitas un lugar para ti solo, puedes venir acá. Casi siempre estoy aquí, pero si no, considera éste tu hogar. —Luego de escuchar eso, el estudiante se lanzó a darle un abrazo muy fuerte a Hendrik, agradeciendo la confianza.
Sin más qué decir, ambos de despidieron y Jayce se fue a casa, en donde nadie le dijo nada por llegar tarde. El muchacho sólo se preparó una cena sencilla y se fue a dormir, atesorando las llaves que le habían dado, feliz de haberse convertido en alguien de confianza para Hendrik. No obstante, también sabía que era probable que sea el Vampiro, por lo que una guerra dentro de él inicio esa noche. Una que apenas y lo dejaría dormir.
Ya en la escuela, Jayce no vio a sus amigos en la entrada. De hecho, no había nadie en las cercanías. Era como si hubieran cancelado las clases. De inmediato revisó su teléfono y se dio cuenta que tenía varios mensajes del grupo del bachillerato, anunciado que la escuela no abriría en favor de hacer una búsqueda por parte de alumnos voluntarios de Karla y Ricardo.
Aquello impresionó al pelinegro, pero en lugar de contactar a sus amigos, prefirió irse a casa de Hendrik, el cual seguro estaría allá.
Ya una vez en el departamento, el joven metió la llave en la cerradura, sólo para darse cuenta que estaba abierta, por lo que giró la perilla y entró, aunque no vio a Hendrik por ningún lado. Sin más preámbulo, Jayce arrojó su mochila a una esquina y notó que había otra al lado de la puerta que no había visto antes. Pensó que era del anfitrión y, sin más, se lanzó a un sillón, revisando los mensajes a la par que esperaba a su amigo aparecer para darle la sorpresa.
Al escuchar los pasos acercarse, tanto él como el otro hablaron al mismo tiempo.
—Regresaste tempr…
—No tuve clas… —Jayce levantó la mirada y no encontró a su amigo, sino a un chico de piel blanca, anteojos, estatura baja, delgado, cabello corto castaño y ojos verde enebro—. Hola, ¿está Hendrik? —preguntó el estudiante, avergonzado, notada la expresión de enojo en el otro.
—¿Entras a la casa de la gente sin tocar la puerta? —preguntó molesto el sujeto.
—No, soy amigo de…
—¿Qué edad tienes? —interrumpió al acercarse más con los brazos cruzados, juzgando al menor.
—Tengo diecisiete. ¿Eso qué…?
—No deberías estar metiéndote así nada más a la casa de un adulto. Se ve mal. ¿Dónde conociste a Hendrik? —Por segunda vez, el hombre parecía no importarle lo que le dijera Jayce, por lo que, esta vez, el joven se puso de pie para confrontarlo.
—¡Oye! ¿Eso a ti qué te importa? ¿Quién te crees? No conocí a Hendrik en algún lugar raro, es mi amigo nada más y él mismo me dio esta llave para que viniera cuando quisiera. Yo no necesito tocar la puerta —expresó el estudiante, enojado, a lo que el otro también mostró sus llaves.
—Yo vivía aquí. Insisto, no debes estar aquí. Está mal. Júntate con personas de tu edad, niño —replicó el desconocido, guardando unas cosas en la mochila que Jayce vio antes y poniéndola sobre su hombro.
—Tú no te ves muy viejo que digamos. Mejor no te metas en lo que no te importa —reclamó el menor, escuchado un suspiro del hombre al ponerse en la puerta del hogar, notado como una tormenta se avecinaba.
—Hendrik se fue a un velorio. Si querías verlo, dudo que venga pronto. Tengo veintiún años, y tú sabes lo que haces. Adiós. —El sujeto cerró la puerta detrás, dejando a Jayce sin palabras.
De pronto, un montón de mensajes llegaron al teléfono del joven, todos de Marisa y Antonio.
«¿Vas a ayudar en la búsqueda de Ricardo y Karla?». «Nosotros iremos a las cuatro en la búsqueda del centro». «Sirve que hablamos un poco. Tenemos mucho que contarte». «Perdona por todo lo ocurrido. Por favor, hablemos».
Jayce sonrió un poco al ver eso y acordó verse con ellos, notado como la tormenta hacia acto de presencia, caído un aguacero sobre la ciudad.
Solitario, el chico empezó a darse una vuelta por la casa del pintor. Encontró objetos personales como fotos, cuadernos, libretos para dibujo, pinturas sin terminar, ropa, objetos que debían ser recuerdos y entre otras cosas. Él esperaba encontrar una foto familiar o algo, mas no hallo nada de ello. Sólo imágenes del dueño con amigos o, tal vez, maestros.
Aunque sí encontró unas viejas fotos en un cajón, en las cuales salía con el sujeto que se acababa de ir, y donde parecían muy unidos y felices.
El cielo resquebrajó en relámpagos, asustado el joven y regresadas las cosas a su lugar, vuelto aquel a la sala y acostado en el sillón una vez más, esperando a que llegara el hombre. Aunque antes decidió comer algo, buscando en la nevera al menos limonada, encontrada una rebanada de pizza que no pensó dos veces en calentar.
Al terminar de almorzar, escuchó pasos afuera, visto cómo Hendrik entró al sitio con los ojos rojos, empapado. No era evidente a simple vista, pero Jayce notó que el adulto venía llorando.
—¡Ey! No creí que vendrías tan pronto —mencionó el anfitrión al limpiarse la cara y quitarse su fedora blanco. El hombre iba vestido por completo de ese color.
#1086 en Thriller
#498 en Misterio
#428 en Suspenso
misterios terror asesinos, suspenso miedo, fantasia drama secretos juvenil
Editado: 14.03.2025