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Décima Cuarta Unión: Ímpetu

La búsqueda de los jóvenes había sido exhausta gracias a la lluvia y el vendaval que azotaba a la metrópolis. Esto provocó que los diferentes grupos fueran perdiendo el ánimo y la esperanza de hallar, aunque sea pistas del paradero de los muchachos, algo que sin dudas tenía a los tres amigos cabizbajos en su recorrido por las calles del centro de la ciudad.

—No quiero sonar nefasto, pero ¿por qué estamos ayudando? —preguntó Antonio, cosa que provocó una pequeña risa en la chica.

—Bueno. Yo lo hago por empatía.

—¿No quisiste decir «interés»? —reclamó el castaño con una cara de decepción, cosa que su amiga respondió con una sonrisa y la lengua de fuera.

—Karla siempre fue una persona nefasta. Por su parte, Ricardo era gentil y empático. Fue de las pocas personas que no se burlaron de mí como tal cuando sucedió lo de Gab —confesó Jayce al analizar la situación—. ¿Desde cuándo son novios? —preguntó el chico, lo que hizo a sus amigos verse el uno al otro, observando los hombres a Marisa con detenimiento.

—¿Qué? ¡Yo no sé todo de todos! ¡No sean ridículos! —expresó la muchacha, sonrojada y cruzada de brazos. Ella desvió la mirada un poco, molesta, para luego regresar su vista a los jóvenes, mismos que continuaban viéndola, con una expresión de incredulidad inconfundible—. ¡Rayos! Hace tres meses. Fueron a esa ridícula fiesta en casa de Salma. Hay rumores de que tuvieron sexo porque duraron dentro de un armario como veinte minutos —confesó la chica, lo que hizo a ambos muchachos verse el uno al otro.

—Así que tres meses. No he visto que sean tan unidos desde entonces —cuestionó Antonio, tratando de hacer memoria.

—¿Alguien dijo que eran novios?

—Karla. Ricardo nunca lo negó —respondió Marisa a Jayce, abriendo los ojos momentos después de esa pregunta—. ¿Estas pensando lo mismo que yo?

—Tal vez… De ser así, la huida puede que tenga sentido —replicó el pelinegro, confundido el castaño.

—¿Ok? ¿De qué me perdí?

—Karla está embarazada —dijeron al unísono los jóvenes, impresionado el tercero por esto.

—¡Wow, wow, wow! Esperen, ridículos. ¿Cómo llegaron a esa conclusión?

—¿Cómo pude ser tan estúpida? Sólo hay una clínica de abortos en esta ciudad de porquería. Seguro ellos saben dónde están —replicó Marisa sin responderle a Antonio, corriendo la joven hacia el sitio, seguida por sus amigos.

La clínica de abortos era clandestina. De hecho, se trataba de una veterinaria, pero el doctor que atendía sabía hacer abortos y usaba su segunda carrera como fachada, cosa que era sabido entre las chicas jóvenes por debajo del agua, y que, por alguna razón, aunque ya era conocimiento muy común como para que las autoridades estuvieran al tanto, estos no hacían nada al respecto.

En la recepción, una mujer de cabello rubio teñido y pronunciadas ojeras les atendió. No se notaba muy bien de salud y parecía soñolienta.

—Buenas tardes. Ya sé que toda la información de pacientes es confidencial, pero necesito saber si una amiga mía pasó por aquí hace unos días. Es ella —mencionó Marisa al mostrar una foto de Karla, pero la mujer apenas y la vio, desinteresada.

—Lo siento, no tengo idea de quién es. Vienen muchas personas muy seguido aquí —expresó aquella, dando un largo bostezo luego de eso.

—Cuando viste la foto hiciste una mueca. La reconoces, porque es nefasta. No mientras, querida —alegó la estudiante, cosa que molestó a la mujer.

—Mira, pinche mocosa ridícula. Mas vale que te largues a la chingada si no quieres que llame a la policía.

—¿En serio? ¿Y si me hecho un clavado a los desechos que tienes en tu contenedor de basura no encontraré cosas raras? Un video es suficiente para que haya una turba furiosa fuera de esta clínica —mencionó la chica, molesta la mujer por ese comentario, más de lo que ya estaba, aunque después hizo una expresión de dolor y se sujetó el vientre—. ¡Increíble! ¿Hace cuánto fue? Aun estás hinchada. ¿No aprendes nada trabajando aquí? —Marisa seguía presionando, logrando enrabietar a la recepcionista

—¿Quién mierda eres?

—¿Dónde podemos encontrar a Karla? Dímelo y me largo. —Cansada y fastidiada, la mujer terminó por confesar con tal de deshacerse de los muchachos.

—El novio es un imbécil que no se calla. Mientras esperaban, estaba diciéndole que debían cortar el césped y limpiar bien las paredes del lugar donde vivían. Tu amiga le dijo que no quería que los descubrieran, que era mejor dejar el sitio sucio para cuidar las apariencias. El sujeto mencionó que podrían meterse a robar porque la casa parecía todavía abandonada. Esta en el centro rentando una casa que debe parecer una pocilga. Es todo lo que sé —confesó la mujer, con una expresión de dolor intenso.

—¡Gracias! —expresó la chica y salió casi corriendo, yendo sus amigos detrás de ella.

—Me das un chingo de miedo.

—Déjate de niñerías, Tony. Conozco como tres casas que están en renta que se ven así de nefastas —tecleaba Marisa en su móvil, hasta encontrar lo que buscaba—. Son cuatro. Hay dos cerca, una un poco más retirada y la última sí está lejos. Se hace tarde, y no quiero estar cerca de esos lugares en la noche. Será mejor separarnos y reportar si los hallamos —explicó la chica al mostrar las direcciones que le aparecían como casa de renta en el mapa.

—Debes estar loca. Esos lugares están de mierda. ¿Cómo van a vivir ahí y con Karla embarazada?

—Tal vez porque interrumpirán el embarazo —explicó Jayce, resignado —. Iré a la más lejana. Tú ve a las cercanas y que Tony vaya a la intermedia.

—Me parece justo —concluyó el castaño, separados los amigos para encontrar pistas de los desaparecidos.

El hogar que Jayce eligió se encontraba en una zona un tanto antigua del barrio. Las casas se veían un maltratadas por los años, los árboles torcidos y el asfalto trozado. No era un sitio que te gustaría visitar tarde, menos en ese momento que el cielo estaba nublado y la luz empezaba a ausentarse a pesar de apenas estar cerca el crepúsculo.




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