Después de salir de la casa de Eduardo, los policías llegaron a la jefatura y mientras van caminando en el interior del complejo el joven observa a un lado miradas acusadoras de parte de los policías que laboran en el recinto; Eduardo para evitar ello mira en otra dirección pero lo que observa es peor, pues ve a malhechores terroríficos que pueden atemorizar al más bravo de los bravos.
Bajando por un sótano con iluminación tenue llegan a una solitaria celda enrejada con gruesos barrotes, al entran en ella el Mayor Pacheco le retira las esposas al joven acusado y el Mayor Fernández - como hizo durante todo el trayecto de la casa a la jefatura - le vuelve a preguntar a Eduardo.
- Ganosa, ¿Estás seguro que no tienes nada que ver con el hecho? Mira que es tu última oportunidad antes de que te quedes encarcelado un buen tiempo.
- Si hablas podemos ayudarte a que la condena sea menor — dijo Pacheco.
- Ya les dije que yo no sé nada, se están equivocando conmigo. Por favor déjenme salir.
- Bueno, quisimos ayudarte pero no podemos hacer más por ti. — añadió Fernández — Que pases una buena noche, a ver si así recapacitas niño.
Los policías salen de la celda, cierran la puerta con llave y se van. Eduardo queda desesperado agarrándose de los gruesos barrotes y gritando pide que lo dejen salir de aquel lugar lleno de agobio y desesperanza.
Al día siguiente, Martha angustiada va a la jefatura para ver a su hijo y llevarle algo de comer, pero no le es fácil ubicarlo. Después de un par de horas logra su cometido y llega a ver por unos minutos a su hijo, lo abraza tras las rejas y para que se alimente le da una bolsa que contiene un taper con su desayuno.
- Hijo mío, ¿Por qué te encerraron aquí?, ¿Qué hiciste? Te dije que tengas cuidado con quienes te juntabas.
- Yo no hice nada vieja, de verdad… Tienes que sacarme de aquí.
- Tú sabes que no nos alcanza el dinero, pero voy a tratar de conseguirlo para contratar a un abogado hijo.
- Tienes que buscar al miserable de Ernesto, él tiene muchos billetes.
- Hijo tu sabes que a tu padre no le interesa nuestra vida.
- Hubieras dejado que me llevara con él cuando yo era un niño. En estos momentos yo estaría viviendo una gran vida y no la porquería en la que vivo.
Martha con los ojos llenos de lágrimas trata de acariciar a su hijo entre las rejas pero él se aleja y le grita con voz prepotente y enfurecido.
- ¡Vieja, vete y busca a un abogado rápido!... Porque no quiero pasar una noche más aquí. Deja de llorar como loca que me aburres.
Martha cabizbaja recorre el pasillo hacia la salida, pero se detiene antes de llegar más lejos; da vuelta y regresa donde esta su irritado hijo. De su bolso saca una nota en un papel doblado y se la entrega a Eduardo.
- ¿Qué es esto?
- Esto me lo dio Yuliza para ti. — con voz triste y entrecortada — Apenas se enteró de lo que sucedió vino a la casa en la mañana y me dio esta carta para que te la diera.
Él recibió la nota y se fue al fondo de la celda sin decirle ni una palabra a su madre, luego de lo ocurrido Martha salió desolada de la Jefatura.
Eduardo se sienta en el colchón que esta tendido en el piso, abre la nota y la lee.
“Mi amado Edu, me entere de lo que te paso y no podía creerlo, te llame a tu celular, pero estaba apagado, me imagino que te lo quito la policía.
Espero que todo sea una confusión y que pronto salgas de esto, yo iré hoy en la tarde a verte, pero desde ya estoy orando por ti para que todo se solucione amor.
Veras como Dios lo arregla todo y nuevamente estaremos juntos. Te amo demasiado, Yuli”
Eduardo molesto por la nota que le escribió su enamorada arruga la carta y la tira fuera de la celda.
- Solo tonterías me escribe. — burlonamente lo dice en su interior — Sabe que eso de la religión no me interesa. Si no fuera porque es tan bonita no estaría con ella. Con eso de que va a un grupo de oración ya me tiene loco. Si Dios existiera yo no sería pobre ni estaría en la situación en que me encuentro.
¡Ahhh!… Ya déjenme salir — haciendo bulla en las rejas grita muy molesto — ¡DEJENME SALIR…!