Confesano - Confesiones oscuras de un adolescente

CAPITULO 3 - UN TROPIEZO DOLOROSO

Ya han pasado tres días desde que Eduardo entro en la carceleta y él se siente desesperado, como es de costumbre todas las mañanas un guardia camina por el pasillo vigilando para ver como están los presos y que no hagan irregularidades.

Este guardia siempre ve al joven Eduardo en ese estado y se ha dado cuenta que no recibe visitas desde la unica vez que vino su madre; acercándose le dice:

- Si de algo te sirve, aquí hay un capellán en la carceleta. Conversa con él a ver si en algo te ayuda. ¿Lo mando a llamar?

- No gracias — contesta cabizbajo sentado en el colchón agarrándose la cabeza –— eso no es para mí.

El guardia sin insistir sigue su ronda como de costumbre.

Horas después desde otro punto de la capital en un instituto de enfermería, Yuliza ha terminado sus clases y antes de salir se dirige a la capilla que hay dentro de su centro de estudios.

- Dios, estos días he intentado ver a Edu pero en la jefatura no me permiten verlo, he llamado y buscado a su mamá pero tampoco la encuentro. Por favor cuídalos y protégelos.

Sé que Edu es un chico muy impulsivo pero por favor ten misericordia de él, que pueda ver el lado positivo de todo esto. Hace poco que te voy conociendo pero sé que todo lo que permites es para algo bueno.

Yo sé que en el fondo de su corazón es un buen hombre solo que aparenta ser duro. Dale fuerzas para soportar todo esto que le está pasando Dios y que siempre se haga tu voluntad y no la de los hombres.

Después de rezar un Padre Nuestro y un Ave María, Yuliza se dirige a su casa para cenar.

Un día más ha pasado y Eduardo no tiene noticas de su caso, de su madre, ni de Yuliza. El joven ya está desanimado y sin esperanzas, una vez más el guardia que hace su ronda se le acerca.

- ¿Que tal muchacho?... aquí conmigo está el capellán de la carceleta. Conversa con él, no tienes nada que perder.

- Bueno — cabizbajo y desanimado contesta — ya, que entre.

El guardia abre la puerta y hace entrar al sacerdote, una vez adentro los dos, el guardia se va y los deja a solas para que conversen.

- Hola Eduardo, mi nombre es Ángel — con voz serena — ¿Cuántos años tienes?

- Tengo 17, pero mañana cumplo 18... y creo que la pasare aquí en vez de estar con mis patas.

- Sé que todo esto es muy frustrante para ti, pero sé que siempre las cosas pasan por algun motivo. ¿En algo te puedo ayudar?

- No lo sé, — con las manos rascándose la cabeza agacha la mirada — no sé en que momento me involucre en todo esto, a estas horas yo debería estar jugando fulbito en mi barrio con mis patas.

- Muchas veces no sabemos como o en que momento tropezamos, pero, cuando llegamos a caer el golpe es muy duro. Lo importante es que estas muy joven aún y tienes tiempo para levantarte, aprender y seguir caminando. Eduardo si me compartes un poco más al detalle todo lo que te paso podre ayudarte mejor.

- Padre, me están acusando como cómplice de asesinato y yo no hice nada se lo juro.

- Gracias Eduardo por compartirme esto. Ahora te podré explicar con más detalle como así llegaste a este punto crítico y como podrás salir de todo esto si es que lo deseas.

- Padre, — intrigado — ¿Usted tiene una solución a mi problema?

- En gran parte sí, pero todo va a depender de que tú quieras escucharme.

- Bueno, en realidad desde niño que no hablaba con un sacerdote. No me inspiran mucha confianza, pero ahora no tengo a nadie a mi lado y necesito desahogarme; discúlpeme por la sinceridad pero es lo que pienso.

- No hay problema, Yo te entiendo más de lo que crees. Más bien te agradezco por tu sinceridad, así comenzamos bien... Bueno, ¿Deseas que te explique cómo te puedo ayudar a ponerte de pie después de la caída?

- Ok... Creo que si, además no tengo otro lugar a donde ir por el momento.

- Muy bien, ahora escúchame con atención y descubrirás algo que nunca te habías puesto a pensar.



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En el texto hay: jovenes, policias, sacerdote

Editado: 20.07.2020

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