Ella no se atrevió a abrir la carta. Al menos no al principio. Pero luego su curiosidad pudo más. Como detective, recibir una bala era el menor de los riesgos. Lo comprobó a leer el papel adherido al interior del envoltorio:
"A quién corresponda:
Yo la maté.
Así como le proporcioné todo el amor que merecía, con el mismo fervor acabé con su vida.
Fue a la hora de la cena. Coloqué los platos sobre la mesa, serví dos copas de vino y la miré con intensidad, con cariño. Ella tomó una porción de spaghetti, comió con paciencia y luego bebió un sorbo de vino.Cuando estuvo a punto de abrir la boca, alcé la mano y enterré un cuchillo en su ojo derecho, despacio, sin prisa. Pude notar como la sangre empapaba mi mano, y caía finalmente sobre el plato de comida. Luego incrusté la hoja en el otro ojo, y vacié su cuenca como si me dispusiera a hacer un hoyo en su cabeza.
Ni siquiera intentó defenderse. Quizá la sorpresa la paralizó.
¿Por qué lo hice? Amor. Amaba verla reír, cantar, hablar de cine, libros. Cierto día me pregunté si la seguiría amando después de muerta, o mejor, si amaría verla morir por mis propias manos. Y sí, oh Dios, amo su cadáver tibio recostado sobre la mesa, con su sesos cubriendo el decorado purpura del mantel.
Incluso aquí, al escribir con su sangre, creo que soy el hombre más afortunado del mundo".
Editado: 07.11.2018