Confesiones de un alma torturada

Confesión N°10: Zapatos de bowling

Un terrible incendio acabo con un edificio entero. Muertes, demasiadas para llevar la cuenta. De todas las catástrofes a las que fui, esta fue la que jamás podré borrar de mi memoria. 

No podría olvidar esa escena, ese día... 

De tantos incendios, ese me marcó de por vida. 

Un niño. 

Un niño pequeño...

Lo encontré bajo todos los escombros. Pude verlo porque, muy a mi pesar, sus piecitos habían quedado fuera de la pila de material... Sus pies con zapatillas de bowling.

Estuvimos dos días haciendo tareas de rescate y luego tres más haciendo tareas de recuperación porque, despues de cuarenta y ocho horas sin ingerir alimento alguno, sin beber ni siquiera un sorbo de agua... bueno... nadie sobrevive

Fue espantoso... 

Lo encontré al segundo día. Ni siquiera sabíamos que estabamos buscando... 

Estaba todo oscuro y... aún el ambiente era caluroso, tal vez por el infierno que ardió en ese lugar, tal vez por la temperatura afuera, tal vez por mi propia temperatura. No lo sé. Jamás lo sabré. El hollín no nos dejaba respirar y debíamos salir a tomar aire cada cierto tiempo, por lo que nuestra tarea se volvía más trabajosa.

Dios... fue el peor rescate de mi vida.

Todos dicen que el hecho de que yo lo encontrara fue casualidad, que fue algo asi como algo que pasaba y ya está. Pero nadie entiende que no fue así, nadie entiende que ese niño quería que lo encontrara... 

Suena a locura. Eso lo sé. Pueden estar seguros de que lo sé. Tarde demasiado tiempo, lo pensé varias veces antes de venir hasta aquí. Se los aseguro. 

No estoy loco. 

O tal vez si lo estoy. 

No lo se. 

Voy a explicarlo lo mejor que pueda para que entiendan y así, puedan entender que no estoy loco. 

En ese lugar, tan oscuro y perverso, no se admitían niños, mucho menos niños de su edad. Si, lo sé, hay ocasiones en las que los bowling son excusas perfectas para pasar tiempo en familia a principio de mes cuando papá y mamá reciben el salario. Bueno, dejenme decirles que este no era uno de esos lugares, para nada. 

El bowling casi siempre era un tema de fachada en ese sitio, a veces era prostíbulo con niñas traídas de quién sabe donde, muy jovenes siquiera para usar un labial. Otras veces, la mayoria de las veces, era un libre mercado de armas y drogas de cualquier tipo. Esa noche eran ambas cosas. Por eso no logro entender por qué demonios ese pequeño estaba allí...

No lo puedo entender... aún después de diez años, no logro entender. 

Nunca quise saber como se llamaba, era bombero no policía, no tenía por qué investigar nada. 

Sólo supe, quise saber, que tenía cinco años y medio. No tenía por qué estar ahí. 

Sus padres tambien murieron en el incendio. Estaban tan drogados que ni siquiera se enteraron... supongo que eso es bueno en cierto modo. O eso intento creer. 

No sufrieron. 

Espero que el pequeño tampoco. 

Lo encontré al segundo día. Su cuerpito estaba completamente cubierto por escombros y metales en punta. Como una  extraña jaula. Sus piecitos apenas se veían... 

Casi tropecé con él. 

De hecho sí, tropecé con esa pequeña montaña de cemento y al mirar... Fue ahí cuando vi su pequeña manito con el puño cerrado así... Fue ahí cuando grité que trajeran una camilla. 

Comencé a escarbar como sabueso, desesperado intentando salvar algo que ya... Su rostro estaba destrozado, era irreconocible, era perturbador... Conmocionado por su desdicha, me lavante del suelo y, tomando mi campera, cubrí su cuerpo expuesto. 

No podía ni verlo. Literalmente estaba aplastado. Su cuerpo parecía una gran pasa de uva roja con un pequeño puño y pies con zapatos de bowling. Ya comenzaba a desprender ese ligero olor a putrefacción... ese olor a muerte que ya había sentido antes. 

Pero nada como eso... Nada se le comparaba... 

Estaba dispuesto a seguir con la busqueda. Aunque lo de ese niño hubiera sido una desgracia, estaba seguro de que había más gente esperando a ser salvada... o encontrada... 

Pero algo me detuvo. 

Me tomó del pantalón... 

Juro que no estoy loco...

Lo juro... 

Me tomó del pantalón con una fuerza inexplicable para un niño de cinco años y medio... un niño muerto. Aplastado...

Me pedía que no me fuera. Me decía que tenía miedo. No soltaba mi pantalón.

Su voz era dulce, la de un niño asustado, pero había algo más debajo, algo que no llegaba a distinguir... Como si me responsabilizara por lo que había sucedido, o por no haberlo encontrado antes...  No lo se... 

Puedo jurar que ese niño me habló. 

Estaba desesperado. Paralizado. Comencé a sudar en frío y la boca se me secó hasta que mi lengua se volvió lija. 

No podía darle crédito a lo que estaba pasando. Miraba para los costados y no vi a ninguno de mis compañeros. Eso me asustó aún más. Estaba con el cadaver de un niño y estaba solo. 



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En el texto hay: historiascortas

Editado: 15.02.2020

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