Confesiones de un alma torturada

Confesión N°12: Pluma roja.

Siempre me gustó escribir. 

Bueno... No siempre. 

Cuando era niña y, no sabía escribir, no me gustaba. Porque no sabía. Pero, a medida que fui aprendiendo, me fue gustando más y más. 

No sé si soy buena. Tal vez si, tal vez no. Lo único que sé es que me gusta escribir mucho en rojo. 

Si, en rojo. 

Es un color lleno de fuerza, imponente... Es hermoso. 

No lo descubrí hasta que me lastime accidentalemente el dedo con un cuchillo y sólo por una diversión infantil comencé a escribir en la mesada mi nombre en letra cursiva. Y luego, como mi pequeño dedo índice no dejaba de manar ese líquido tan hermoso, tomé un papel y comencé a escribir. 

Ahí fue cuando descubrí que la sangre era la tinta más maravillosa que hubiera podido existir.

Quise olvidarlo... Porque no era nada normal que una persona apuntara sus historias  en un papel con tinta hecha con sangre. Pero así era. 

Intentaba mantenerlo en secreto. Quién sabe qué pasaría si alguien lo descubriera. Hojas y hojas y muchas más hojas escritas en mi letra cursiva, escritas en sangre de mi dedo índice. 

Al principio me costaba mantener la prolijidad porque... bueno... cuando me cortaba con un cuchillo, la sangre salia sin cesar, pero, cuando me pinchaba con una aguja de coser, apenas soltaba un pequeño hilo. 

Eran tan complicado...

Hasta que un día, luego de que mi dedo índice no soportara un sólo corte más, tuve la brillante idea de comprar una jeringa, de esas que usan en los hospitales, de las que siempre nos dan miedo, aprendí donde aplicar presión, dónde pinchar, y cuánta sangre sacar. Aprendí que tomar para no desmayarme y cómo recobrar el azucar... 

Pero no sólo quedó ahí... No sólo sacaba mi sangre de mi cuerpo y escribía. 

Aprendí cómo volverla tinta para poder mantener el color, ese rojo carmin tan espléndido. Aprendí a mantenerlo así no se hechaba a perder. 

Luego, aprendí a entubarlo. Meterlo en los tubitos de la lapicera y así, escribir mucho más rápido. 

Era algo sencillamente hermoso... Ese rojo tan natural... Incluso logré ponerle perfume. 

Durante un tiempo escribí y escribí, no sólo la tinta era inagotable, la inspiración tambien lo era... 

Mi habitación se convirtió en una caja fuerte de escritos. 

Hasta que... 

LLegó un momento que ya no pude sacarme más sangre... Muy a mi pesar, el médico me dijo que ya no podía seguir haciendolo. Mi salud se estaba deteriorando... No entendía por qué, yo seguía las reglas, comía dulce, comía salado, comía fruta... 

No entendía por que...

Luego de una semana de no sacarme sangre, intenté volver a la tinta tradicional. Lo intenté... 

No pude... 

Sencillamente no pude... 

El primero fue mi médico clínico. Él seguía insistiendo en que no podía extraer más sangre de mi cuerpo. Por mucho que le rogué, él siguió insistiendo.

No me dejó otra opción... 

Si hubiera entendido lo importante que era para mi... seguramente seguiría vivo... 

Tomé una lapicera... Casualmente, una lapicera roja. Se la clavé en el ojo. No era cómo lo había planeado, pero extraordinariamente se improvisar... 

Tomé una jeringa y una botella de las que había llevado en mi mochila. Comencé a sacarle sangre. Toda la que pude. Pese a todas mis espectativas, mi doctor no quedó arrugado como una pasa de uvas... Aún así me conformé con cuatro litros de sangre. 

Me fui en cuanto completé la segunda botella de dos litros. 

Luego me enteré de que lo había matado. 

Al principio me afecto. Me afectó bastante. Yo no era así... Yo jamás había sido así. 

Intenté mantener la compostura... Salí caminando de allí con calma, saludé a la secretaria con una sonrisa y ella me devolvió la sonrisa. Despues de todo, era un día normal, yo era normal, sólo una paciente. 

No me quedé en la ciudad a esperar que dieran conmigo. Después de todo, la ecuación no era muy difícil, si un paciente iba después de mi y lo encontraba así, sólo necesitaban fijarse quién había ido antes, ese sería el responsable... Yo sería la responsable. 

No podía quedarme a esperar. No podía permitir que me atraparan. Tenía un libro a medio escribir y el tiempo no sería suficiente. 

Fui a mi casa tan rápido como pude intentando no llamar demasiado la atención. En ningún momento superé el límite de velocidad. Las botellas iban en la mochila llenas de una hermosa sangre bordo y no quería derramarlas.  Al llegar, preparé una valija pequeña con un poco de ropa, todos los químicos que necesitaría y el suficiente dinero para subsistir al menos por un tiempo. 

Huí. 

Tomé el auto y huí. 



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En el texto hay: historiascortas

Editado: 15.02.2020

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