Confesiones de un alma torturada

Confesión N°13: La llave.

La conocí en la universidad. 

Era sencillamente la mujer más hermosa que hubiera visto en mis años de vida. Nunca he vuelto a encontrar alguien así. 

Tenía ese aire de sofisticación y elegancia discreta que muy pocas personas poseen. Era inteligente y de gran vocabulario. No se llevaba todas las miradas, pero si la mía. 

Lástima que no supo valorarlo.

Era una persona que llamaba la atención aunque sin quererlo. Era un conjunto de particularidades que la hacían simplemente hermosa. Pero había algo que llamaba sorprendentemente mi atención. 

No era ni su pelo ondulado al natural, ni sus ojos color café ni su sonrisa perfecta. No. De su cuello colgaba un hijo y de él una pequeña llave plateada que se perdía en la sencillez de su escote circular, en el abismo de sus pechos. 

Era intrigante. 

Por alguna razón que aún no comprendo, me llamaba la atención esa llave. Por mucho que me rompiera la cabeza pensando a qué clase de cerradura podía pertenecer, no se me hacía clara la imagen. 

Era un misterio que debía aclarar. 

De haber sabido que esa incognita me llevaría a la obsesión, no me hubiera acercado a ella. 

De haber sabido a qué pertenecía, hubiera desistido. 

Fue algo así como un embrujo. 

Me acerqué a ella con cautela y pronto nos hicimos cercanos. Cursabamos la misma carrera, nos veíamos todos los días. Nunca me animé a preguntar. Era una pregunta extraña y, para lo poco que nos conocíamos, demasiado  invasiva. 

No podía dejar de pensar en esa llave, a qué objeto pertenecería, tal vez un diario, o una valija, un cajón con cerradura... Las opciones eran tantas que no podía dejar de pensar. 

No podía... 

Era como su talismán. A veces, sin darse cuenta, con su mano derecha tomaba la llave sin descolgarsela y la apretaba fuerte. Como si buscara consuelo. 

Si sirve de algo, yo no premedité nada de lo que pasó. Es decir, yo no planee lastimarla por esa llave, solo sucedió. Sé que no sirve de nada explicarlo y no le quita veracidad al hecho pero, puedo jurar, que la culpa me consume...

Una noche, ella me invito a su casa junto con otras dos chicas. Teníamos que estudiar para un parcial y... era la más inteligente entre los cuatro. Eso lo sabíamos todos, incluso ella. 

Mis otras dos compañeras tardaron en llegar. Si hubieran sido puntuales, yo no estaría aquí. Ellas y su irresposabilidad tuvieron la culpa. 

Y la llave... 

Mientras esperabamos, me ofreció un vaso con jugo de fruta. Me dio la espalda solo un segundo y así tomé coraje para preguntar a qué pertenecía esa llave. Si tan solo hubiera respondido bien...

Sonrió y le restó importancia. 

La quise besar y ella me empujó. 

Abrió grandes los ojos y luego sonrió nerviosa. 

Volví a preguntar...

Esa sonrisa sarcástica me sacó de quicio. Se estaba burlando de mi. 

La golpeé. Primero en la cara. Le hice sangrar la nariz y luego el labio. 

Cayó al piso... y se golpeó la cabeza tan fuerte que... no sobrevivió... 

Entré en pánico. 

Había muerto a causa mía... 

Estaba toda manchada de sangre y... yo tambien. No entendía qué había pasado... 

Tomé la llave y huí. Como un cobarde de la peor estirpe. 

Por eso escribo esta carta. 

Porque el remordimiento no me deja vivir. 

La llave pertenecía a un candado... Un maldito candado. La historia es tan básica, que no puedo entender cómo pude arruinar mi vida por una llave de candado. 

Resulta que, cuando ella se vino a la ciudad a estudiar, con su novio antes de que ella partiera de su hogar, tomaron un candado, pusieron sus iniciales y lo engancharon al muelle. La feaciente muestra de amor verdadero. Ambos tenían colgadas sus llaves al cuello, eso los mantenía de pie.

Demasiado cliché para mi gusto. 

Creo que es justo que con esta llave acabe la historia, después de todo, fue la que nos condenó a este infierno. 

Espero que sea un corte limpio. 

Espero volver a verla y... que pueda perdonarme. 



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En el texto hay: historiascortas

Editado: 15.02.2020

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