Confesiones de un alma torturada

Confesión N°15: Desagradecidos.

Ellos eran mis mascotas.

Bueno…

Decirlo así es un tanto… ¿Cómo decirlo?

Un tanto cruel…

Pero decir que ellos me debían los mayores agradecimientos que una persona podría darle a otra, es decir poco.

Muy poco.

Yo los rescaté.

Yo les di sentido a sus míseras vidas.

Yo les di sentido a sus muertes.

¿Y el monstruo soy yo? Estamos todos locos. Al menos ustedes lo están…

Voy a explicarles como son las cosas, quizás, así puedan perdonarme, o al menos entenderme.

A ver…

No es que yo voy por la calle de noche, en un auto con vidrios oscuros, subiendo a la primera mujer atractiva que se me cruza.

Quiero que eso quede claro.

No soy un pervertido.

Sólo necesitaba liberar un poco de estrés…

Usted debe entenderme, es casado… si, su anillo lo delata.

Yo también soy casado y… tengo un hijo. Un pequeño hermoso, si usted lo viera… es un niño recién nacido. Mi mujer… mi compañera desde los dieciocho años, está desbordada y yo también. Somos padres primerizos y no sabemos que hacer…

Tiene que entenderme…

Estaba desbordado. Leo, mi hijo, llora sin cesar y mi mujer llora porque no sabe bien qué hacer.

Necesitaba algo que desconectara mi mente…

Ellos fueron la mejor manera que encontré y, seamos sinceros, eran una plaga para esta sociedad, no servían de nada.

Nadie los extrañaría…

Al menos sirvieron de algo en sus frustradas e infructíferas vidas.

Sinceramente, no me arrepiento.

De lo único que puedo llegar a arrepentirme, es de que me hayan encontrado. Fui torpe y creo que incluso me lo merezco, pero no me arrepiento.

Si les interesa, les puedo contar como lo hice la primera vez… solo si ustedes quieren.

¿Quieren? ¿En serio?

El primero fue aquel vagabundo al que veía siempre en la entrada de mi trabajo.

Era un malnacido que, aunque me caía bien, cuando lo quise ayudar, no quiso aceptar mi ayuda. Prefería continuar mendigando que ayudarme.

Fue egoísta de su parte.

Egoísta y estúpido.

Le expliqué los problemas que tenía en casa, se los expliqué. No quiso ayudarme… No quiso.

Él tuvo hijos. Tuvo un par, pero nunca se hizo cargo. Prefirió seguir mendigando a mejorar su vida y la de sus hijos.

Se rió de mí. Como si tuviera el derecho. Como si su vida fuera mejor que la mía.

No pude permitirlo. Simplemente no pude.

Era una tarde de lluvia, lo recuerdo bien. Muy bien si puedo aclarar… le ofrecí llevarlo a casa solo a cambio de que corriera por mí. Le ofrecí techo y comida, algo que alguien en su… posición… no podía desperdiciar una oportunidad así.

Aun así lo hizo.

Aun así, teniendo todo en contra, desperdició la mejor oportunidad que pudo haber tenido en su vida.

Me hirió el orgullo. Me llamo niño tonto.

No tenía el derecho de llamarme así. No lo tenía. No estando en la posición en la que estaba…

No lo soporté. No soporte ver su cara toda sucia, arrugada por una vida difícil que no quería abandonar.

Maldito viejo terco.

Fue su culpa lo que le pasó.

Me levanté y me fui. Porque al menos, yo si tenía un lugar donde ir a refugiarme de esa lluvia que era cada vez más intensa.

Mientras iba en el auto intenté borrar esa idea loca de mi cabeza, porque, después de todo, era una locura descabellada. No lo había pensado demasiado cuando se lo dije a ese hombre y, al principio me arrepentí.

Pero no podía sacarme de la cabeza, su risa, su burla.

Por eso volví. Esperé a que fuera de noche, no iba a ir en pleno día, sino me hubieran encontrado antes de empezar. No hubiera sido divertido…

Lo seguí por unas cuadras hasta que estuvo solo y después… pum… golpe en la cabeza. Fue algo tan satisfactorio… le deformé la cabeza con un palo que encontré en su carrito… lo encontraron unos días después en el mismo callejón adentro de su carrito.

Después de él, todo fue más sencillo. Vagabundos y prostitutas se subían a mi auto con la esperanza de un techo y comida, parecían niños en busca de caramelos que ignoraban la enseñanza social de no aceptar regalos de desconocidos. Los llevaba a una pequeña casa que tenía y les daba de comer, dormían bien y se bañaban.

Pero no quedaba ahí, todo debe ser recompensado…

Los soltaba a la noche en el bosque y les daba diez segundo de ventaja. Luego yo los corría con mi moto, esa adrenalina hacía que yo pudiera dormir por las noches. Sus gritos de desesperación, su miedo, eran mi paz.



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En el texto hay: historiascortas

Editado: 15.02.2020

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