Confesiones de un alma torturada

Confesión N°22: Problemas de Familia.

Ellas eran mis vecinas.

Eran niñas demasiado dulces para la madre que les toco en suerte.

Yo vivía sola, era estudiante universitaria. El departamento estaba en un pasillo por el que ellas siempre pasaban.

Yo no hice nada, lo juro.

El primer año que viví allí me sorprendió que una madre pudiera tratar así a sus pequeñas. No entiendo cómo pudo hacer lo que hizo. No tenía límites. Entraba a los gritos, las maltrataba, las insultaba y golpeaba sin cesar.

Una vez le pegó tan fuerte a la más chiquita que no me sorprendería que la cabeza le hubiera dado una vuelta de 360 grados para volver a su lugar justo en el momento en el que la pequeña comenzaba a llorar desconsoladamente.

Su hija más grande no era muy distinta a ella. Se comportaban igual, casi parecían hermanas en lugar de madre e hija. A las más chiquitas las insultaba y arrastraba por el suelo cuando no querían entrar a la casa, les gritaban todo el día. Era espantoso.

Por eso no me sorprendió lo que sucedió.

Una noche llego de la universidad, después de dos años de vivir allí, dos años de escuchar como les gritaba a la madrugada, dos años de escuchar llorar a las niñas que no tenían la culpa de que la madre fuera tan desquiciada. Dos interminables años. Al llegar encuentro a la más pequeña sentada en la puerta de mi casa. Algunas veces la invitaba a merendar y trataba de compensar años de malos tratos por parte de quien no debía recibirlos jamas. Pero no estaba solo sentada, estaba dormida.

Conforme me iba acercando, me iba dando cuenta de lo macabro de la escena, la niña no estaba simplemente sentada en mi puerta, estaba muerta. Sangraba por el estomago y tenía los ojos abiertos. Nunca voy a olvidarme esa imagen. Ella tan pequeñita, no me imagino el miedo que debió haber sentido en los momentos previos a que su corazón dejara de latir.

Supongo que vino a buscarme, siempre venía cuando había problemas, solo que esta vez no estuve. Solo que esta vez era un problema demasiado grande.

Comencé a llorar, no podía contenerme. Supongo que van a encontrar huellas mías por todos lados, porque intente todas las formas para mantenerla con vida. Estaba asustada, nunca viví una cosa así. No sabía qué debía hacer.

Luego de eso los llamé a ustedes. Si, marqué el numero de teléfono y llame, se pueden fijar debo haber dejado todo el celular ensangrentado, pero la llamada debe estar registrada.

Si, la abracé, no quería dejarla ir, ni siquiera se me ocurrió pensar que una escena aún peor esperaba en la casa de la pequeña.

Me quedé con ella hasta que llegaron ustedes, hasta que llegaron los médicos.

Cuando fui a avisarle a su familia, la puerta estaba entreabierta y no pude evitar entrar, solo quería saber qué estaba pasando.

Ellas las había matado.

Asesinó a sus tres hijas y la muy cobarde se suicidó. Eso no es castigo para una madre que asesina a sus hijas sin ningún tipo de remordimiento. ¿Ustedes creen que se suicidó porque se arrepentía? Para nada, simplemente no quería ir a la cárcel. Era más fácil morir que responder por todo lo que les hizo.

La más grande tenía un disparo en la cabeza. Estaba en el piso sobre un charco de sangre negra que ya empezaba a coagularse. Yacía con los ojos abiertos, sin entender que era lo que le había arrebatado así tan de golpe la vida.

A la del medio la degolló. La expresión de terror de esa niña era impresionante. Todas murieron con los ojos abiertos. Ninguna entendía nada. Ninguna tenía la culpa de nada. No entiendo… No entiendo como una madre pudo hacerle una cosa así a sus hijas. Simplemente no lo entiendo.

A la más niña la hizo sufrir como no sufrió ninguna de las otras dos. Ninguna se merecía ese horrible final, pero estoy segura que la pequeña era la más inocente de las tres. De eso no tengo duda.

Ella me visita a veces.

No me asusta, para nada. Es más, me lo esperaba. Despues de todo, ella murió en mi puerta. Su espíritu quedó allí. Pero lo peor no queda ahí, tuve que ir a reconocer los cuerpos. No entiendo por qué yo, pero así fue. Tuve que ir a reconocer a todos los muertos. Aun asi, eso no es lo peor.

Me tocó reconocer a la pequeña y, sin poder evitarlo, lloré, pero no fue un llanto disimulado, fue algo horroroso, cargado de impotencia por no haber podido rescatarla. Yo sabía que debía intervenir, yo sabía que por lo menos a ella debía rescatarla, pero no, no lo hice. La dejé a su suerte y eso, ahora pesaba, pesaba en el pecho como una piedra inmensa que nunca iba a poder quitar.

Me dejaron sola, quizá para darme un poco de intimidad y poder llorar a esa niña cuya muerte era mi culpa.

No hicieron más que cerrar la puerta. La sábana con la que tapaban su cuerpo se comenzó a mover. Una mano pequeña y un poco hinchada y violeta, se cayó de la camilla y me tomó de la mano. Me apretaba con fuerza, como si me culpara. Abri grande los ojos y la respiración comenzaba a fallarme. Hubiera deseado que todo fuera un sueño. Con la mano libre y un poco temblorosa, destape su rostro y tenía los ojos abiertos, pero no apuntaban a ningún lado. Abría y cerraba su boca pero no salían palabras.



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En el texto hay: historiascortas

Editado: 15.02.2020

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