Confesiones de una cazadora

Capítulo 11.

A la mañana siguiente la muerte de Dylan Gastrell ya estaba en las noticias locales haciendo que todo el pueblo supiera y estuviese hablando sobre él.

Injae regresó su casa en silencio después de lo que ocurrió y se encerró en su cuarto sin poder dormir hasta que tuvo que bajar porque su tía le estuvo hablando para que bajara a desayunar.

—No puede ser —masculló Verónica al ver el televisor.

El celular de la mujer sonó, fue al sofá para contestar y era su esposo. Injae se quedó viendo al periodista en la pantalla sin articular ningún gesto en su rostro ojeroso.

—Sí, ya supe… está en las noticias.

Verónica volteó a ver a su sobrina que permanecía estática.

—Ten cuidado, amor, hablamos luego. —Colgó y caminó hacia Injae—. Cielo, cuanto lo siento.

Acercó la cabeza de la castaña contra su cuerpo para abrazarla y le acarició su cabello.

—Sé que se habían hecho muy amigos…

—Quiero… quiero volver a mi cuarto —vaciló al instante que se levantó de la silla—, gracias por el desayuno.

Injae se alejó despacio hasta las escaleras y subió. Verónica miró el plato lleno de la chica y suspiró.

Los días pasaron y el mes ya estaba por acabar cuando se realizó el funeral de Dylan. Por ser muy conocido y querido entre las personas de allí al igual que su abuelo, muchas personas asistieron, incluyendo a Injae y su familia.

“Dios lo protegerá mejor que como cualquiera de nosotros pudo protegerlo aquí.”

“Dios le mostrará mejor su amor que como cualquiera de nosotros aquí.”

“Dios lo esperará en el paraíso.”

El cura que ofreció el sepelio era un viejo conocido de Gerard así que no hubo cuestionamientos excesivos sobre lo que pasó. Todos se mantenían en silencio viendo al ataúd cubierto de flores blancas mientras el cura le esparcía agua bendita. Cuando acabó, algunas personas se acercaron a depositar más flores o solo a dedicar unas palabras.

Injae se quedó junto a sus tíos viendo bajar el ataúd para enterrarlo cuando un hombre canoso se acercó a su lado.

—Gracias —susurró.

Injae volteó a ver quién le habló y cuando vio a Gerard se petrificó, pero este ya no le dijo más y se marchó.

Al día siguiente Verónica e Injae acomodaban unas cosas en el granero.

—Creo que hay cajas en el ático, iré por ellas.

La mujer se fue a la casa y la chica aprovechó para salir del granero a tomar un poco de aire cuando divisó a Gerard Gastrell yendo hacia su granero. Un hormigueo recorrió su cuerpo y un dolor de estómago causado por los nervios apareció en cuanto lo tuvo frente a ella.

— ¿Le puedo ayudar con algo, señor Gastrell? —Titubeó.

—No tomará mucho tiempo, solo quiero agradecerte por lo que hiciste por mi nieto.

Injae tragó duro y miró hacia su casa esperando ansiosa a que su tía volviese.

—Tranquila, niña, no estoy enojado ni nada por el estilo —confesó relajado—. Sé que eres una cazadora igual que tu familia y sé de la promesa que Dylan te hizo hacerle.

—No… no sé de qué está hablando.

Gerard resopló y se sobó la frente.

—Claro que sí, también sé que sabes que soy un cazador y soy el líder de “La orden de la sombra”, pero que poseo ADN de licántropo. ¿Te preguntas como puedo ser cazador?

El tono del hombre quiso hacerlo ver cómo alguien confiable que hacía una broma, pero todo en la conversación incluyéndolo a él abrumó demasiado a Injae.

—Le pido que por favor se vaya —dijo cabizbaja—, no sé de qué habla. Por favor retírese.

Gerard la observó con los ojos entrecerrados.

—Únete a mi Injae, se parte de La orden y entrena como se debe —sugirió con tono de orden.

La chica se negó sin mirarlo a los ojos.

—Entonces hazlo por tu hermana y tu padre —mencionó tajante—. No dejes que sus muertes queden impunes.

Injae levantó la vista y se le acercó con la mirada furiosa, pero fija en él.

— ¡Lárguese de aquí ahora!

—Ahí está —murmuró triunfante.

Gerard retrocedió sin quitarle los ojos de encima a Injae, se sonrió y después se marchó. Injae soltó el resoplo que contuvo al encararse con el hombre, regresó al granero alterada, se llevó el cabello hacia atrás y lo apretó contra su nuca mientras iba de un lado a otro hiperventilando.

— ¿Injae, te encuentras bien?

Verónica regresó al granero y se paró en la puerta viendo a Injae en crisis.

— ¿Cariño, que pasó? —Puso las cajas sobre una de las mesas adentro.

Injae apresuró el paso para ir hacia la mujer y abrazarla con desesperación.

—Ya, ya —susurró suave al acariciarle la espalda—. Tranquila, estoy aquí y todo irá bien.

La chica rompió en llanto y se escondió entre sus propios brazos que rodeaban el cuello de su tía.

—Está bien que llores, amor, aunque no lo creas eso también te hace fuerte porque es enfrentar la situación y se requiere mucho valor para hacerlo.

Verónica acompañó a su sobrina a la casa, le sirvió un té mientras la chica acariciaba los deditos de la bebé que dormía en la sala.

—Toma.

Injae recibió el té, pero también un pañuelo para secar sus ojos llorosos y su nariz roja. Verónica se sentó a su lado.

—Después de la muerte de mi madre me sentí tan mal —contó melancólica—, era muy joven y tenía a mi cargo a tu padre, tu abuelo no estaba en casa y yo me sentía tan sola.

—No sabía eso, lo siento mucho… Mi padre siempre nos dijo que fuiste fuerte y que nunca te vio llorar, a diferencia de él que lloraba todo el tiempo —mencionó con la voz cortada—. Todo ese tiempo fingiste ser fuerte para que él de verdad pudiera serlo, ¿no?

Verónica sonrió a medias.

—Creí que había superado su muerte hasta que Luka murió y al poco tiempo mi padre también —dijo con un nudo en la garganta—. Todo se juntó como si hubiera sucedido al mismo tiempo y las heridas viejas se abrieron porque en realidad nunca sanaron, sentí que casi moría…




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