Confesiones de una cazadora

Capítulo 70.

Era de madrugada y cerca de un establecimiento ubicado a la salida de Petaluma, estaba llegando otro carro de policía del cual bajó un hombre pelinegro con barba y un cigarrillo recién encendido.

— ¿Qué tenemos aquí?

El oficial de policía llegó a la escena de un asesinato donde algunos policías ya estaban allí inspeccionando el lugar que estaba acordonado con cintas amarillas policiales.

—Mujer asesinada, hay sangre por doquier… parece que fueron animales, la victima tiene heridas grandes en forma de rasguño. —Señaló al cuerpo.

—Ningún animal aquí tiene garras tan grandes y de ser así, no la hubiera matado, se la hubiera comido —espetó frío—. ¿Tienen la hora de la muerte?

—El forense estima que fue asesinada entre la medianoche y la una de la mañana, pero ya se está buscando la cinta de seguridad de la cámara.

— ¿Ya identificaron a la víctima? —Cuestionó serio el oficial—. ¿Cuál es la cámara de vigilancia?

Sus policías le señalaron la cámara de la que hablaban y le mostraron la identificación de la mujer.

—Yelena… —murmuró el oficial al ver la identificación—. ¿Qué estabas haciendo aquí?

Caminó alrededor del cuerpo, viendo las pruebas en el piso, se agachó para ver una perspectiva distinta y observó extrañado hacia un bastón de madera negro con agarradera de metal que estaba tirado bajo la banca metálica afuera del establecimiento.

—Hay un bastón allí abajo, quiero las huellas en él.

Tomaron fotografías de la posición del bastón y el especialista en pruebas lo sacó con sus guantes para no borrar las posibles huellas; desde atrás estaba viendo el oficial al mando, frunció su ceño cuando vio que la empuñadura del bastón tenía la forma de una cabeza de lobo.

“¡Jefe, tenemos la cinta de vigilancia!”

El oficial apretó sus labios y dudó sobre la cinta, pero no tuvo otra opción más que aceptarla para ver y analizarla en su oficina.

—Andando, lleven el cadáver a la morgue y contacten a los familiares para que reconozcan el cuerpo y que sea rápido, este lugar estará inundado de reporteros.

Ya en la comisaría, el oficial se encerró en su oficina para ver el video de vigilancia; más tarde el mismo hombre se contactó en secreto con una mujer por medio de otro teléfono móvil.

En el instituto de La orden de la sombra ya se había corrido la voz sobre la muerte de la inquisidora Yelena Velikhova y todos los líderes de cazadores fueron convocados a Sølvbyen  por orden del Orkunato y La clave.

— ¿Qué pasará ahora? —Preguntó Injae en el comedor—. ¿Hay un protocolo para algo así o un suplente? Algo así como un “vice-inquisidor”.

—Es un tanto más complicado que eso. Cualquiera puede postularse y el consejo de veteranos lo pondrá a prueba dos semanas para definirlo apto o no —explicó Scott en voz baja.

—Seguro el Orkunato sugerirá a Gerard como inquisidor y los veteranos le darán su apoyo —añadió Marco sentándose a la mesa—, no debería sorprendernos.

Injae se quedó pensando mientras recargaba su mentón sobre su mano que sostenía el vaso de agua que bebía solo para acompañar a los chicos en el desayuno.

— ¿Saben quién la mató?

—El oficial a cargo del caso dijo que licántropos, por los rasguños.

—Seguro originales, son los únicos que pueden sacar sus garras…

—Pero ayer fue luna llena, cualquier tipo pudo hacerlo —alegó Injae inquieta.

—Sí, bueno, aún no saben el motivo por el que la inquisidora estaba en ese lugar —comentó Félix desinteresado—. Era sabido que tenía un hijo viviendo en California, pero no cerca de Petaluma, así que no vino a eso…

Yurim se acercó y se sentó junto a ellos cuando Félix estaba hablando, luego se metió a la conversación.

— ¿Insinúas que Yelena vino por motivos del Orkunato? De ser así, seguro Gerard hubiera sabido y nos hubiera notificado, no hay ningún otro grupo en Petaluma más que La orden.

— ¿Segura que lo hubiera hecho? —Agregó Injae desconfiada—. Gerard avisó que saldría en la noche, no regresó hasta después de medianoche. ¿Saben a dónde fue?

—Injae —regañó Scott para callarla.

El regaño de Scott solo logró llamar la atención de los otros tres, quienes se quedaron viendo desconcertados.

—Ustedes saben algo, ¿qué es?

Injae miró nerviosa a Scott, esperando su aprobación para hablar más o mantenerse en silencio.

— ¿Por qué se quedan callados? —Reclamó Yurim—. ¿Scott?

Scott resopló fastidiado y le hizo señas con la mirada a la castaña para que respondiese.

—La última vez que vino Hermione Francis al instituto me insinuó algunas cosas sobre Gerard —susurró inclinada hacia en medio de la mesa—. En pocas palabras quiso decirme que no confiara en él y que… al parecer, ella cree que Gerard ha activado su maldición en secreto.

Félix soltó su panecillo al plato y se limpió la borona de la boca antes de soltar en voz alta su conclusión.

—Si Hermione tiene razón sobre la maldición de Gerard eso justificaría las extrañas salidas nocturnas que ha tenido cada mes durante estos meses —mencionó con prisa—, esos noches coinciden con la luna llena.

Marco se quedó estático analizando la situación y las teorías conspirativas de sus amigos mientras que Yurim los miraba a todos sorprendida por sus reacciones.

— ¿De verdad vamos a creer que Gerard activó su maldición y ahora es un lobo? Hablamos de Gerard Gastrell, chicos —expresó alarmada—. El mismo hombre que dejó morir a Stefan Gastrell, su único hijo, solo para frenar la maldición que activó por accidente hace dieciséis años en Kansas. ¡Es imposible!

—Creí que su hijo murió en Kansas por una misión —mencionó Injae confundida.

—Y lo hizo, fue el inicio de los Redentors —replicó Yurim—, pero ellos no lo sabían. El objetivo era atrapar a unos vampiros que raptaban humanos para unirlos a sus clanes, pero entre sus ayudantes estaban miembros cazadores. El hijo de Gerard asesinó a uno de ellos, luego él se dejó morir frente a Gerard, ¿en serio crees que él activaría su maldición después de que su hijo se sacrificó por eso?




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