Confesiones de una cazadora

Capítulo 87.

AVERTENCIA.

Este capítulo podría contener escenas de violencia leve o moderada que altere la sensibilidad de algunos lectores.

 

Un rato antes de que sucediera el grito.

Injae tocó a la puerta del estudio de Gerard y este fue a abrirle, la invitó a pasar y aseguró la puerta; la chica vio de reojo lo que hizo y se aferró a los bolsillos de su chaqueta negra cuando de pronto sintió la mano del hombre empujándola por su espalda alta.

—Scott dijo que querías que viniera.

—Disculpa la hora, pero creo que teníamos que hablar —expresó relajado—. ¿Sabías que el Orkunato me otorgó el liderazgo de La orden y de El círculo?

—Felicidades —contestó nerviosa—. No estoy entendiendo por qué querías que…

Gerard prendió el foco del estudio para que la luz exterior no fuera la única que alumbrara el lugar; en el escritorio estaba puesta la caja metálica que anteriormente Gerard había usado con Injae.

—Nunca se ha permitido que un líder se haga cargo de dos grupos porque eso lo hace más poderoso y, sin embargo, ahora yo lideraré a ambos grupos —añadió frívolo—. Eso incrementó mi poder e influencia, algo que tú quisiste quitarme a mis espaldas.

Injae tenía su mirada puesta en la caja, sus manos temblaban y de a poco miró a Gerard.

—Lo lamento mucho —admitió llorosa—, lo que te dije ese día en las celdas fue verdad, no sabes cuanto me arrepiento de lo que hice.

El anciano se le acercó lento y acarició su rostro asustado que tenía las mejillas húmedas luego le dio unas palmadas cerca de su oreja donde cubría las ondas del cabello.

—Ya, ya —siseó cerrando sus propios ojos—. Te perdono, Injae, claro que lo hago, pero… ¿cómo sé que no volverías a traicionarme?

Abrió de golpe los ojos para clavarle la mirada al mismo tiempo que le apretó la nuca para obligarla a caminar hacia el escritorio donde estaba la caja.

— ¿Recuerdas esto?

Con fuerza agachó la cabeza de Injae para que su rostro estuviera a una distancia sumamente corta y con la misma la levantó de la caja.

— ¿La recuerdas?

Injae asintió cerrando sus ojos y derramó otro par de lágrimas.

— ¿Y recuerdas lo que dije? —Se acercó a su oído y susurró—: Que la tuvieras en cuenta porque la próxima vez ya no sería tan indulgente, pero aun así, aquí estoy mostrándote un poco de mi piedad.

—Gerard, por favor… —masculló queriendo retroceder.

—Ya la conoces, no es nada nuevo así que sabes cómo funciona. Mete tus manos.

—Por favor…

— ¡Mete tus manos!

Gerard gritó cerca de su rostro y apretó más fuerte su cuello para forzarla; Injae metió temblando sus manos y al instante, Gerard aseguró la caja para que ella no pudiera sacar sus manos.

—Quise ser bueno y paciente contigo, pero tú me escupiste en la cara y apuñalaste mi espalda —comentó acercándose a la palanca de la caja—, eso no se hace, Injae.

—Lo siento mucho, de verdad me arrepiento, por favor…

—Miedo, eso es lo que sientes —corrigió frío viendo sin punto fijo—. No siento arrepentimiento sincero en tus palabras, podrías fingirlo mejor, así como fingiste para traicionarme.

Injae quería sacar sus manos, pero cada que intentaba solo chocaba una y otra vez con el metal, por ello volteaba desesperada hacia la puerta con deseos de correr hacia ella o de que alguien, quien fuera, entrara y la ayudara, pero el peso de la caja era mucho para cargarlo de esa forma y, aunque pudiera, la habitación estaba cerrada con llave, por lo que tampoco nadie entraría.

—Deja de moverte o lo harás peor.

Gerard giró despacio una palanca para que las barras laterales de metal fueran achicando el espacio entre las manos de Injae y el interior de la caja, luego giró otra para que bajaran de poco en poco para presionar sus manos.

—Por favor… —suplicó.

La mirada del hombre estaba perdida, pero sin dejar de girar la palanca mientras la chica sentía entumiéndose lentamente sus manos a la vez que trataba de contener su llanto y quejidos.

—No importa cuánto trates de contenerlo, en algún momento lo soltarás así que… llora, grita, golpea o maldice todo lo que quieras.

Injae ya casi estaba sobre el suelo y alzó su cabeza para mirarlo con aquellos ojos marrones suyos que se encontraban llorando de dolor.

—Por… favor… —balbuceó mirándolo—, perdón…

Gerard resopló fuerte y sacó la palanca para que las placas faltantes perdieran el soporte y cayeran de golpe al mismo tiempo. El crujido de los huesos de las manos de Injae apenas se oyeron cuando gritó, luego empezó a hiperventilar fuerte sin frenar su llanto porque sus manos estaban aplastadas y no podía sentirlas.

— ¿Nunca te preguntaste sobre la parte de arriba?

Injae tenía sus manos colgando de la caja y su rostro pegado a sus brazos viendo como las gotas de sus lágrimas caían al piso. Gerard observó a la chica y aun así deslizó la tapadera que cubría la parte superior de la caja y acercó hacia él un frasco de metal con compartimientos tubulares para cada púa que contenía adentro.

—Esto es un recordatorio de lo que pasa cuando alguien me traiciona —advirtió tajante y sin sentimiento de nada en sus palabras.

En la parte destapada de la caja había nueve orificios que se veían hasta el final de la caja porque todas las placas estaban perforadas y en uno de ellos dejó caer la primer púa, esta bajó hasta la última placa y se clavó en la mano de Injae.

El primer grito de la chica fue alto por lo inesperado y doloroso que fue; conforme Gerard siguió insertando las púas, los gritos de Injae se hicieron más fuertes y desgarradores. La sangre se escurría por el escritorio hasta gotear al piso.

—Te perdono por lo que hiciste —dijo apretándola de la mejilla—, por eso te mostré piedad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.