Confesiones de una cazadora

Capítulo 117.

El sol estaba saliendo, las tres chicas caminaban siguiendo el GPS, la vela estaba a la mitad y tanto el punto de sangre como el de energía espiritual estaban en el mismo lugar que cuando partieron de California.

—Todavía no entiendo cómo llegaron a Florida tan pronto si la misión era en la frontera de Arizona —protestó Yurim fastidiada.

—Debieron usar magia —replicó Injae desinteresada viendo la carretera—. ¡Allí! Un carro.

—Lo tengo.

Stella se paró en medio de la carretera para hacer frenar el auto y cuando lo logró, se fue hacia el hombre que bajó molesto para insultarla y ella lo noqueó golpeándolo contra la puerta del automóvil; Yurim e Injae se quedaron viendo impresionadas desde la acera y cuando se acercaron, vieron el cuerpo inconsciente en el piso.

— ¿Lo robaremos? —Las miró desaprobando lo que iban a hacer.

—Por mí no hay problema, una vez robé una moto. —Encogió sus hombros y subió al asiento trasero.

Condujeron en la dirección que el GPS en el celular de Yurim les indicó y al llegar, fueron recibidas por uno de los guías que trabajaban para la empresa turística que cuidaba del parque pantanoso.

—Está compelido —dijo Stella empujándolo—. Alguien no quiere que nadie entre.

Stella noqueó a los empleados para poder tomar un hidrodeslizador para moverse por el pantano. Injae alistó su arco añadiendo al carcaj unas nuevas flechas de color azul rey de punta peculiar; un enfrenón accidentado que dio Yurim contra la orilla al conducir la máquina las puso en alerta creyendo que había sido por otra cosa.

—Creí que tardarías menos en estrellarnos —se burló Injae al bajar.

—Hey. Hice lo que pude con esa cosa…

— ¡Oh! —Hizo una mueca con ternura y abrazó a ambas cazadoras—. ¿No es genial esto? Nosotras tres en una misión de rescate… ¡Poder femenino!

La vampiro apretujó los rostros de aquellas dos al pegarlos al propio; Yurim trató de hablar como podía por apenas poder abrir su boca.

—Espero sea una misión rápida, no me gustaría encontrarme un cocodrilo.

Stella las soltó enseguida al sentirse preocupada, luego Injae señaló atrás de las chicas con un grito aterrorizado que exclamaba el nombre del animal y estas dos se abrazaron fuerte gritando, pero al ver que Injae se empezó a reír dejaron de gritar.

— ¡Eso no fue gracioso!

Injae no podía dejar de carcajear mientras las otras dos la veían ceñudas con los brazos cruzados.

— ¿Fue por lo que dije de los wendigos en el auto? —Reclamó Yurim.

—Lo siento. —Respiró fuerte calmando su risa—. Es que sus caras… —Estalló en risa de nuevo y las otras fruncieron su boca esperando que parase—. Ya, está bien. Lo siento, sé que dicen que la venganza no es buena, pero quería hacerlo y me gustó.

Se limpió las lágrimas que salieron de sus ojos por la risa, tomó su arma y emprendió la caminata por el bosque. Varias horas pasaron sin encontrar algo, ni un camino o señal siquiera de donde podrían estar y pronto la vela estaba por acabarse así que lo único que tendrían sería una ubicación estática en su mapa y el rastro de energía espiritual que dejaba el alma de Scott.

—Creo que hemos caminado por aquí antes —avisó Yurim fastidiada.

—Quizá debamos separarnos… —Insinuó Stella dudosa—. Si algo pasa, nos comunicamos por el radio.

Las chicas se dividieron para adentrarse por caminos diferentes mientras la noche las alcanzaba. Injae encontró pisadas poco antes de quedar a oscuras así que las siguió con mucha cautela por un angosto camino que se creó entre un manglar dentro de lo más hondo del bosque, se agarraba de los tallos y caminaba despacio viendo el suelo que pisaba para no tropezar y caer.

Llegando al final del camino vio el cielo despejado con la luna llena iluminándole el paso, cuando llegó al extremo vio una lancha parada al otro extremo en la orilla junto a una cabaña en mal estado. Para poder cruzar y llegar hasta allá necesitaba pasar el agua limosa, pero tenía miedo de siquiera poner un dedo en ella por lo que pudiera salir de allí así que esperó a ver si alguien salía de la cabaña y al no hacerlo, tuvo que provocar que salieran; Injae tomó una de las flechas azules, la disparó a uno de los árboles para que la descarga eléctrica provocara una quemadura y esto atrajese a quien estuviera adentro.

Un hombre salió y al quitar la flecha del árbol buscó el punto de disparo, divisó a la chica y subió a la lancha para ir por ella.

Por otro lado, Stella y Yurim volvieron a encontrarse debido al camino que tomó Stella que terminó llegando al de la pelinegra para volverse uno solo. Encontraron unas jaulas enormes en un espacio del bosque en el que talaron los árboles especialmente para hacerse espacio, una de ellas estaba abierta porque el pasador se dobló y tenía olor a sangre fresca esparcida por la tierra.

—Será mejor que también tengas un arma porque no creo que estemos solas —advirtió temerosa la rubia—. ¿Tienes una linterna? Alumbra aquí.

Yurim alumbró la pared de la jaula y observaron desconcertadas que sobre ella crecía una especie de viscosidad naranja que secretaba un olor putrefacto conforme expandía sus raíces. Mientras la cazadora se acercaba más para saber de qué se trataba, Stella se dio vuelta al oír pisadas y caminó despacio hacia el manglar que escuchaba mover sus raíces por abajo del agua, un bulto de raíces enredadas empezó a salir de entre el limo y poco a poco se le empezó a ver forma humana.

—Yurim…

La pelinegra volteó despreocupada y observó a la cosa de raíces correr hacia ellas, embistió a Stella que fue la primera en atacarlo y luego Yurim sacó su lanza para luchar contra él. Finalmente, entre las dos pudieron encerrarlo en una de las jaulas y salieron de allí corriendo antes de que la cosa saliera de nuevo.

Por su parte, Injae había logrado deshacerse del sujeto que quería atacarla y usó su lancha para cruzar el pantano hasta llegar a la orilla donde estaba la cabaña sobre una plataforma de madera para mantenerse arriba de la tierra húmeda del pantano. Entró a la defensiva con su arco listo para disparar, trató de ignorar el olor nauseabundo mientras se pasaba por los cuartos que parecían que pronto se hundirían por las tablas rotas, observó cómo pudo por la poca iluminación que le brindaba la linterna amarrada a su pantalón y luego escuchó quejidos en uno de los cuartos.




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