Confesiones de una cazadora

Capítulo 136.

ADVERTENCIA.

Este capítulo podría contener escenas con violencia leve o moderada que podría herir la sensibilidad de algunos lectores.

 

Algunos cazadores de La orden se fueron rápido hacia Petaluma para saber sobre la situación de su líder, pero mientras, Stella se quedaba sola en su apartamento pensando una y otra vez lo que haría con el dinero que Yurim le dio. Tomó el cheque todavía doblado del frutero y lo quedó observando fijo dejando que los últimos recuerdos que tuvo con Yurim aparecieran en su mente.

—Hablemos cuando regrese, debo irme ya.

—Es sobre nosotras —espetó dejándola paralizada—. ¿Alguna vez creíste que esto podría llegar más lejos?

—No entiendo la pregunta.

—Eso no fue un sí y esto no está funcionando.

Stella vio por su ventana como empezaba a llover y que corriendo por la acera iba una pareja tomada de la mano para agazaparse de la lluvia.

Ambas se sentaron en la orilla de la cama en silencio, sin voltearse a ver o siquiera rozarse un poco con las manos.

— ¿Qué ocurrió en el cuarto de despensa en lo de Injae?

Yurim sintió su corazón latiendo rápido porque sabía que debía decir la verdad, pero su boca permanecía sellada por miedo a herir los sentimientos de Stella y a arruinar su amistad, si es que eso era posible en ese punto.

—No estoy molesta —admitió levantando la mirada del piso—. Creo que siempre lo supimos, pero ninguna quería decirlo en voz alta. ¿No es cierto?

—Lo siento, Stella.

Se levantó de la cama sin siquiera poder mirarla y tomó sus cosas para irse.

Stella cerró sus ojos un instante, respiró fuerte y de nuevo los abrió para ponerse en pie, alistó una pequeña maleta y salió apurada al aeropuerto para tratar de alcanzar un vuelo a Nueva York.

Petaluma, California.

Scott notó muy seria a su hermana y sabía que Injae debía saber algo por la forma en que la veía de lejos.

— ¿Puedes decirme que ocurre?

—No es mi asunto, no puedo hacerlo —replicó seria sin quitar la vista del celular.

— ¡Maldición, Injae! ¡Es mi hermana! Necesito saber si algo malo ocurre con ella para poder ayudarla —alegó indignado jalando su hombro—. Claro que tú no podrías entender eso porque no tienes…

Se calló al darse cuenta de lo que estaba diciendo, miró a la chica, quien ya había volteado a verlo y entonces Scott con una expresión de vergüenza y culpa quiso disculparse, pero ella asintió irónica.

—Dilo, porque no tengo una hermana. Tienes razón no podría entenderlo porque mi hermana lleva muerta cuatro años, pero Yurim es mi amiga y eso sí lo entiendo —contestó tajante mirándolo fijo—. Si algo jodidamente malo le pasara te lo diría ella misma, pero no es así y Yurim estará bien.

Scott se quedó callado y ella lo dejó a un lado para continuar caminando hacia la casa. Cuando entraron se fueron directo a ver a Gerard que estaba en su cuarto, pero como estaba dormido decidieron dejarlo y volver luego.

Nueva York, Estados Unidos.

Stella estaba de pie frente a una pequeña casa blanca de dos pisos con un lindo portón negro de barrotes que dejaba ver el pequeño jardín del patio frontal, tocó el timbre un par de veces y cuando abrieron la puerta se quedó inmóvil.

— ¿Stella?

Una mujer rubia de cabello corto y ondulado salió, en cuanto vio a la chica se le endureció el semblante sin disimularlo ni un poco. Llegó hasta la acera donde Stella aguardaba nerviosa con sus puños cerrados que se apretaban constantemente.

— ¿Qué haces aquí? ¿Cómo nos encontraste? —Preguntó en voz baja como si no quisiera ser oída—. ¿Qué es lo que quieres?

—Supe que se retiraron porque papá enfermó. ¿Cómo está?

—Alzheimer, ¿tú como crees? —Replicó sarcástica y evadió su vista con una sonrisa irónica—. Debes estar agradecida de que ya no tendrás que heredarlo, ¿no?

Stella bajó su mirada y pasó con problema la saliva por su garganta, como si tuviese aquel nudo que indica que el sentimiento le estaba ganando.

— ¿A qué has venido? No tienes nada que hacer aquí, dejamos de ser tu familia desde el momento en que decidiste convertirte en un asqueroso chupasangre —despotricó con dolo, pero en bajo—. No te bastó avergonzarnos con ese gusto tuyo por las chicas, tenías que terminar de arruinar nuestro prestigio, ¿no?

— ¡Pero no fue mi culpa, mamá! —Exclamó fuerte con los ojos lagrimando—. Nada de eso fue culpa mía, yo nunca pedí que me gustaran las chicas ni convertirme en lo que soy ahora, ¿por qué no puedes entenderlo?

“ ¡Mamá!”

Un niño pequeño se acercó corriendo hasta la mujer, le jaló la blusa para que esta se agachase y pudiera oírlo mejor, pero mientras lo hacía no dejaba de mirar a Stella ya que ella estaba con la boca entreabierta sin poder creerlo.

—Michael, ve adentro con papá —ordenó seria viendo a Stella y el niño obedeció—. Quiero que te vayas de nuestra casa y que no vuelvas jamás. ¿Quieres dinero? ¿Algún favor especial? Seguro que sí, todos los de tu tipo son iguales, criminales y monstruos.

— ¿Él es…? —Miró atónita al niño corriendo de vuelta a su casa—. Me dijeron que nació muerto porque se adelantó el parto cuando te enteraste de lo que me pasó, ¿cómo es que…?

—Dijeron lo que yo les pedí que dijeran, pero el niño sí nació.

La mujer respiró exasperada, se sobó la frente y luego puso sus manos atrás de sus caderas echando un vistazo a la puerta de su casa que seguía abierta.

—Espera aquí.

Se metió a la casa a buscar algo y después de varios minutos regresó con algo mal envuelto en las manos, se lo entregó sin delicadeza y se cruzó de brazos.

—Es dinero, recién lo retiramos ayer para otras cosas, tómalo como tu única herencia y no vuelvas a acercarte a nosotros, en especial a Michael —sentenció tajante y miró de pies a cabeza a Stella—. No quiero que termine como tú.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.