Confesiones de una cazadora

Extra 2. ¿Y si esto fuera una historia romántica de época…?

Esto es un extra no canónico, por lo que no es oficial y no altera la continuidad de la historia.

 

En alguna parte del mundo y en algún momento del tiempo.

— ¿Es lo mejor que puede hacer, Sir Scottland?

La joven emperatriz soltó una risa abierta de sus labios rosados y el destello de sus ojos marrones distrajo al capitán de la guardia imperial, un pelirrojo hombre joven de gran atractivo y peculiares ojos marrones con destello azul en uno de ellos.

—Para ser el mejor caballero… me causa curiosidad que haya perdido tan fácil. —Sonrió burlona y le extendió la mano—. ¿No me habrás dejado ganar o sí, Scottland?

Lo encaró de cerca, pero él seguía absorto en la belleza de la emperatriz Injae.

—Acordamos que siempre pelearíamos limpio, su majestad.

Vio a sus labios y descuidadamente, lamió la esquina de su labio. Carraspeó y se separó para tomar su espada de la nieve, mientras ella lo observaba detenidamente por su extraño comportamiento.

—Mi nana dijo que… no te agrada el príncipe Maxon —comentó de pronto—, ¿es cierto?

—No tengo nada que opinar, majestad —afirmó decaído con la mirada en la espada—, solo soy un subordinado que acata sus órdenes.

—También eres mi mejor amigo, la persona en quien más confío y a quien creo que es la razón de mi juicio —bromeó para animarlo—. Scottland…

—Majestad…

Alzó su vista y ambos se quedaron viendo en silencio, a distancia, sintiendo la brisa fresca que corrió a su alrededor. Las mejillas de la emperatriz se enrojecieron más así que Sir Scottland supuso que tenía frío y se quitó su capa para ponérsela en los hombros, pero entonces ella lo tomó por sorpresa cuando se puso de puntas para alcanzar sus labios y darle un beso.

Scottland quedó anonadado sin saber cómo reaccionar, después de todo se trataba de su emperatriz, a quien él le debía lealtad y respeto.

—Perdón —musitó avergonzada cuando vio que él no hizo nada.

—Su majestad…

—Le ruego me perdone, Sir Scottland, ha sido un error por mi parte y no volverá a ocurrir.

Tensó su mandíbula sin dirigirle la mirada y se dio vuelta enseguida para volver al palacio, pero apenas avanzó unos pasos cuando él la sujetó de la mano para voltearla y tomó su mejilla para besarla desenfrenadamente.

Dentro del palacio todos los criados se sobresaltaron cuando la vieron entrar corriendo tal cual niña pequeña que iba emocionada luego de haber tenido el mejor de sus días.

— ¡Su majestad! —Exclamó la nana cuando le pasó a lado corriendo y la siguió—. ¿Está todo bien? Se ve agitada.

—Nana… —Suspiró y se tiró a su cama—. Nana, me gusta Sir Scottland.

Cubrió su rostro con su brazo y la mujer se cubrió la boca para esconder su asombro, pero enseguida se relajó y sonrió con ternura.

— ¿Lo incluirá en su harem?

—No puedo, es el capitán de la guardia imperial, también es mi mejor amigo y… lo conozco desde toda mi vida —admitió frustrada incorporándose—. Sé que él no estaría de acuerdo en ser mi concubino, no podría hacerle eso, él merece conocer a una gran dama, enamorarse y casarse para formar su familia.

—Él podría tener todo eso si usted decide elegirlo como su emperador consorte, aunque conociendo a Scottland… —Arrugó sus labios en mueca—… Compartir a la mujer que ama con otros, no creo que le guste mucho.

Injae bajó su mirada y se levantó para salir a caminar, de ese modo el aire fresco la ayudaría a pensar mejor las cosas. Siguió rumbo al invernadero, donde encontró a uno de sus concubinos más antiguos, un noble de linaje licántropo.

—Majestad —saludó sorprendido—. Le he cortado estas flores, espero le gusten las violetas.

—Gracias, Liam. —Tomó y admiró el color.

—Sir Scottland la estuvo buscando hace un momento, no ha de estar lejos, parecía que quería decirle algo importante —comentó decaído.

La joven salió apresurada, creía que, si encontrárselo ahí sería una señal, pero cuando perdió sus esperanzas, la voz grave del capitán pelirrojo la llamó «mi emperatriz» detrás suyo.

Tiempo después, en una mañana de primavera.

—Su majestad, los concubinos se muestran renuentes a llevarse entre ellos —le comentó agotado el secretario imperial—. Un duque y un barón licántropo, un príncipe extranjero, el nieto de un marqués y el capitán de la guardia imperial…

—Si lo dice así, suena fatal —bromeó mientras cortaba su carne—. Quizá una reunión entre ellos los hará ver que tienen cosas afines.

—Lo único afín entre ellos es usted, majestad, y creo que ese es su mayor conflicto. —Se aclaró su garganta y limpió el sudor de su frente—. Quieren verla más seguido, todos quieren ser su favorito y ser su consorte.

Injae resopló abrumada, paró el corte de su carne y levantó la vista poniendo sus brazos a un lado del plato.

Más tarde, el secretario de Injae entró al salón de los concubinos, lugar donde todos podían estar juntos y pasar un rato agradable, comer, jugar o hacer apuestas entre ellos y más, además de que servía como antecámara de los pasillos que daban a las habitaciones de cada uno.

—Su majestad, la emperatriz Injae ha ordenado que se le otorgue un día a cada uno de los concubinos y que cada uno podría elegir el suyo —avisó serio, hasta rígido para verse imponente ante ellos.

Los concubinos empezaron a disputarse por los días ya que casi todos querían ser el primero en verla por las noches, entonces el hombre mayor levantó la voz para hacer silencio.

—También dijo que, si no se ponían de acuerdo, ella escogería al azar a alguien cada dos semanas.

—Elijo el lunes —dijo rápido el barón Liam.

—Martes —eligió el nieto del marqués.

—Sábado —expresó sin apuro Scottland.

—Viernes. —El duque miró burlón al pelirrojo.

—Miércoles, me parece bien —añadió el príncipe Maxon.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.