Confía en Mí

10°

Me senté al lado de Lilian y todos los asientos estaban ocupados. De mi otro lado se sentó Marion.

El partido empezó y el equipo de Emeric gano.

Bajé las gradas y me dirigí hacia donde él se encontraba. Lo mire con una sonrisa y el me miro con seriedad.

—Iré a festejar con ellos —dijo como si no le importara nada.

Me dejo allí de pie, volví a llamarlo y nos apartamos.

—Tengo algo para ti —dije sonriendo y sacando el cartoncito de mi mochila.

—¿Qué es esto? —dijo el con cara de molestia— eres ridícula con esto… vete Elise.

Me giré cabizbaja y me di la vuelta el miro el cartelito una vez más y luego lo arrojo a la basura.

¿No le gusto? Tenía brillos y todo, quizás debía mejorar la presentación.

Sentí una mezcla de tristeza y a la vez de enojo, había tirado mi esfuerzo a la basura era un pequeño detalle.

Mala había sido la idea de la abuela de los cartelitos.

Debía insistir camine con el objetivo de ir hacia donde el se encontraba.

Y fue donde entre al vestuario de los chicos.

¿Qué buscaba? No lo sé.

Entre y a mi vista llegaron los glúteos de uno que estaba de espaldas.

Sentí mis mejillas enrojecerse de la vergüenza me gire y me volví a sentir estúpida por pensar que lograría algo.

—¿Elise? —la voz de un chico llamo mi atención.

Mire a Simon y el levanto la ceja mostrando una sonrisa de gracia.

—Yo... me confundí —antes que pudiese decir otra palabra alguien estaba de pie a nuestro lado.

Emeric estaba con la toalla atada a la cintura y con el ceño fruncido, me tomo del brazo dirigiéndome a la puerta.

—¿Qué crees que haces?! —exclamo enojado— ¡Debes detener todo esto!

—Solo quería…

—¡No! ¡Tus mierdas no me interesan! ¿Por qué quieres complicarme la vida? ¡Lárgate de una maldita vez Elise!

Tragué saliva conteniendo las ganas de llorar solo fruncí el ceño y me di la vuelta.

Aprete mis labios sintiendo que en cualquier momento explotaría.

¿Por qué el tenía que ser tan cruel? Regrese a casa porque Lilian me llevo en su auto.

—No dijiste una palabra en todo el camino —dijo ella deteniéndose en frente de mi casa.

La mire dudosa si decirle que me sentía mal por la reacción que había tenido Emeric pero era de esperarse de alguien como el.

—No pasa nada —abrí la puerta del auto.

—Cuentas conmigo Elise —ella me sonrió y yo le respondí con el mismo gesto.

Entre a la casa y me dirigí hacia mi cuarto, tome los materiales que habían sobrado y los que tenía aparte.

Empecé a armas la caja, agregándole los detalles y todo lo que había conseguido.

Quizás ese regalo no lo rechazaría ni tampoco lo botaría a la basura.

Miré el reloj de la mesita de noche y abrí mis ojos sorprendida al darme cuenta de todas las horas que habían pasado.

Por la ventana se veía otra vez el sol saliendo mis parpados pesados por el sueño y solo había dormido media hora.

Camine hasta el baño y me arregle con algo de maquillaje.

Baje las escaleras aún seguía mi cuerpo cansado por no haber dormido lo suficiente.

—Gracias Cloty —dijo mama sonriendo a la mujer que cocinaba— ¡Hija!

El rostro de mi madre solo me hizo pensar que me veía fatal.

—¿Me veo mal? —ella sonrío y negó con su cabeza— Es hora de irnos —

Seguí a mama que salió de la casa para cruzar la calle hacia la otra gran casa que estaba del otro lado.

Entramos y nos encontramos con una Natacha sonriente.

—¡Sabine! ¡Elise! —la mujer sonrío pero su rostro no se mostraba del todo feliz.

Caminamos hacia el comedor donde la mesa estaba arreglada, a lo lejos vi a Zeus que esperaba ansioso por entrar.

Mire hacia todos lados y me acerque al vidrio el perro empezó a saltar de la alegría.

—¡Tu deberías controlar a ese muchacho! —exclamo Olivier enojado mirando descontento a Natacha que solo seguía disimulando la sonrisa.

Mi padre entro a los segundos por la puerta y seguido de el mis abuelos.

—Pronto llegaran mis padres y no se digna a aparecer —murmuro Olivier.

Tome mi teléfono con el objetivo de llamar a Emeric pero no me fue necesario porque un ebrio sujeto adolescente que justamente ese día cumplía diecisiete años se tambaleaba.

Mire a Alban que también trataba de disimular su ebriedad me acerque hacia la puerta.

—¿Cómo te atreves? —Olivier a los segundos se puso de pie.

El ruido de un auto estacionándose afuera hizo enojar más al dueño de casa.

Mi abuela me miro haciéndome señas que ayudara a Emeric.

¿Pero acaso era mi culpa que el se emborrachara? Aprete mis labios y mire a Emeric que recorrió con su mirada a los presentes.

—Vergüenza —dijo el señor Fortier y yo fruncí mi ceño.

—Acompañare a Emeric —dije agarrándolo del brazo.

—¿Oigan? ¿Por qué no me saludan? —dijo entre risas— ¡Es mi cumpleaños! ¡Señoras y señores! —me miro a mi— y señorita… ¡Zeus! ¡Bebe!

Por la puerta cruzaron los abuelos de Emeric.

—¡Abuelos! ¡O que alegría! —exclamo el.

Sentía mis mejillas arder al no poder hacerlo callar, los señores Roch y, lo miraron con el ceño fruncido.

De repente empezaba a percibirse la tensión en el ambiente.

Arrastre a Emeric hacia la cocina y lo senté en una de las sillas, tomé un vaso con agua y se lo puse en frente.

—No quiero beber esto —dijo empujando el vaso.

—Oye imbécil tomate la maldita agua —dije frunciendo el ceño— esos señores allá afuera están enojados contigo.

El me miro dudoso pero aun perdido de lo que estaba haciendo.

—¡Vamos toma el agua! —me cruce de brazos y el solo me miro.

Tomo el vaso y le dio un largo sorbo hasta que en el vaso no quedo ni una gota de agua.

Lo observe y me percate del labial con forma de beso que tenía en el cuello.




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