Confía en Mí

5|| Una debilidad

Mi mirada estaba en la ventana que tenía vista hacia la ciudad, no podía dejar de morder el pedacito de piel que sobresalía de mi dedo pulgar.

—Tranquila querida… —las palabras de Gerald lo menos que me generaban era tranquilidad— los abuelos ya se fueron de aquí.

Negue con mi cabeza pensando que papá tendría que negociar con Olivier.

Otra vez, su mirada, aquella que alguna vez había sentido un cierto cariño hacia mi. Se veía tan vacío y sin luz.

Él había roto mi corazon y sobre todo su familia quería engañar a la mía.

¿Qué podía esperar de el? Absolutamente nada.

No podía confiar en alguien como él.

Sali de la oficina de Gerald y observe a Fortier dirigirse directo a Myles el sujeto que era su mano derecha.

Ninguno de los dos me generaba buena espina.

—Elise… —mama se acercó a mi con una gran sonrisa.

—¿Qué sucedió? —mire a mamá y luego a papá.

—Llegamos a un acuerdo, aunque debemos mantener la buena relación —dijo papa haciendo referencia a que ellos debían confiar en nosotros.

Ahora nosotros éramos los pescadores y esos peces pronto morderían el anzuelo.

Papa se alejó y otra persona apareció, una mujer de ojos claros y cabello teñido de color rojizo se unió poniéndose al lado de mamá.

—¡Elise cuanto has crecido! —ella me miro con una sonrisa de arriba abajo.

Solo podía sonreír, sabía que ella no me había hecho nada pero solo pensar que si tan solo hubiese demostrado a Emeric como tratar…

<<Contrólate Elise>>

—Estas muy guapa… esos genes son de los Leclair —comento mirando a mi madre.

—Además de la belleza que acompaña a mi hija debo resaltar lo brillante que es mi Elise —mama me sonreía.

Mire a mamá con una sonrisa, ella no era de halagarme todos los días pero cada vez que lo hacía me sentía feliz.

—Señora Fontaine y Señora Fortier —dijo el señor Beringer haciendo su presencia.

—Beringer ella es la esposa de Olivier Fortier —dijo mama presentando a Natacha con el nuevo asesor.

Ambos se miraron a los ojos y por primera vez veía una sonrisa autentica en el rostro de Natacha.

—Mucho gusto Señora Fortier —dijo Beringer tomando la mano de Natacha.

—Dime Natacha no tengo problema con eso —respondió ella amablemente.

—Raphael —dijo con nerviosismo el señor Beringer— es mi nombre.

Mi madre los miro a los dos rápidamente sabía que ella se había percatado de lo mismo que yo.

—Si no les molesta desearía que me acompañaran para mostrarle los programas en los que estuve trabajando —las dos mujeres asintieron y siguieron al hombre.

Los observe alejarse de allí dejándome ahí sola en medio del pasillo, debía buscar a papa quería asegurarme que al menos teníamos todo bajo control.

Me gire en dirección a la oficina pero mis pies se aferraron al suelo como imanes no podía disimular la sorpresa.

Parecía que el corazon iba a salir de mi pecho, estaba tan solo a unos metros de mi. Esos ojos estaban sobre mi mirando directamente a mis ojos.

¿Había hecho ejercicio? Sus brazos, su barbilla y…

<<Ese sujeto jugo contigo>>

La vocecita en mi cabeza me hizo reaccionar, enderece mi espalda y relaje mi ceño.

—¿Tienes un momento para hablar? —su voz estaba distinta incluso el semblante de su rostro y el brillo de sus ojos.

Estaba más que segura que el sabia algo sobre su padre.

No podía ver más allá, ya no podía hacerlo, los ojos el reflejo del alma. ¿Por qué no veía nada?

—¿Es sobre la empresa? —dije con seguridad pestañeando con nerviosismo.

—Solo quiero hablar contigo —su postura demostraba cansancio y pesadez que trataba de disimularlo.

Ya no era un Emeric que mostraba seguridad tan solo con su presencia.

—Nosotros no tenemos nada de qué hablar —respondí apartando mi mirada— ahora si me disculpas debo irme.

Mi intento de avanzar fue en vano porque él seguía interrumpiendo mi paso.

¿Qué pretende este imbécil?

—Con permiso —dije con firmeza.

Volví a mirarlo y ahora su rostro lucia entre frustración, tristeza y demás emociones que no podía descifrar.

Recorrí con mi mirada su rostro buscando algo más de lo que era evidente, y el recuerdo de la última vez que nos vimos vino a mi mente.

No quería volver a sufrir otra vez y tampoco volvería a rogar por amor.

—Por favor Elise… —sus labios pronunciando mi nombre me hizo sentir aún más molestia.

Él me había engañado.

—Debo irme —intente pasar por su lado pero estaba a poco metros de mi.

Ya nadie estaba en el pasillo solo nosotros dos.

Retrocedí y lo miré con enojo, aquella situación lo que menos me causaba era gracia.

—Tu y yo no tenemos nada de que hablar Emeric —dije sintiendo el extraño cosquilleo en mi garganta.

Sus ojos se encontraron con los míos sentía que querían hablar por las palabras que no salían de su boca.

—Elise… —tome el impulso y pase rápidamente por su lado.

¿Cómo podía darle la cara? ¡Después de todo el daño que me había causado!

Ya no quería construir una buena relación con él, ya ni siquiera me importaba que el tuviera que ser mi esposo.

Nunca más iba a permitir que el pasara sobre mí.

Y el ya no era mi debilidad.




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