Confines del pesar

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A ojos de todos, creo que soy una persona de nula fidelidad, y mi poca claridad al hablar no ayuda. Me vendría bien visitar la soledad, por eso tomo el barco próximo a zarpar.

Estoy en el muelle, mientras el sol evade su labor, hundiéndose en las eternas aguas del horizonte. No hay otro olor sino el de la mercancía que va y viene, a la par que toda emoción se manifiesta entre gritos, sorpresas y llantos. Con cada paso que doy, veo la vasta actividad de este sitio, pero no puedo quedarme aquí.

No estoy huyendo de un crimen, tampoco evito nada, hago esto por bien mío y de mis seres queridos. De verdad quiero sincerarme con ellos, pero no puedo soportar que mis intentos de ser mejor persona fracasen. Pese a mis intentos de enmendar aquel error, ya es tarde.

Presentando mi boleto, contengo mi impulso, pero algo me incita a desertar. Mi estómago se ahoga en desesperación, mi cerebro rebota de indecisión, y mi corazón trata de no explotar, pero lo hecho, hecho está. Es preferible que nadie sepa de mi paradero, y que los rumores hagan lo suyo.

Al recorrer la parte más aislada del barco, veo todo su esplendor, la elegancia de sus velas, el cuidado en su decoración, y demás elementos hermosos, mas nada me da alegría. No puedo despojarme de este pesar, es tan vasto que padezco la tentación de caer en las eternas aguas. Quizás ellas puedan limpiarme, por eso pongo un pie fuera de la cerca.

Sin embargo, como una mano infante, el último rayo solar se asoma. El astro rey me da la sensación de detenerme, de mostrarme que la vida tiene momentos de colapso, pero también tiene momentos de alegría y paz. Aún colgando mi pierna, veo cómo las estrellas levantan sus pequeñas manos, coloreando el cambiante cielo, e iluminando el denso océano. Mi máscara de fuerza se fragmenta, y el brillo de mis lágrimas acompaña a las estrellas.

Ahora lo entiendo, llevo mucho tiempo siendo fuerte, no sólo para mis seres queridos, también para mi existencia. Aún recuerdo cuando cuidaba de mí, cuando prestaba atención a mis labores, cuando era servicial con todos, cosa que ha quedado en el olvido. He perdido control sobre mí, y mis reacciones lo atestiguan.

Creador nuestro, si ese espectáculo fue una señal, si estaba escrito que esto sucediera, agradezco que así haya sido. Sé que debo poner de mi parte, que no debo conformarme con tu gracia, por eso haré lo que debo hacer. Dicen que nuestros actos resuenan en la eternidad, quizás este desahogo lo haga, a donde sea que tu vasta creación lo arrastre.

Ya estando lejos de tierra firme, sigo viendo la noche, hasta que la vanidosa luna se impone, llevándome a mi camarote. Mi cuerpo por fin se tranquiliza, mi respiración disminuye, y las ventanas de mi alma se cierran. No sé cuánto tiempo esté en ese barco, pero creo que bastará para más sensaciones.




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