Conjunción de ambos mundos

Encuentro predestinado

En una sección del periódico, mencionaron que habría un fenómeno astronómico al atardecer. Esto le interesó a Clara, una estudiante universitaria muy soñadora, que siempre buscaba apreciar las cosas buenas de la vida.

Apenas se había ocultado el sol, Clara vislumbró la intersección de los planetas Júpiter y Venus que anunciaron en el periódico. Si bien ambos planetas se encontraban a kilómetros de distancia, en el cielo daban esa ilusión de que casi se tocaban. Era muy extraño y cautivador a la vez, o eso pensó la joven.

Aunque el espectáculo duró poco, para Clara fue realmente emocionante. Y todo porque, en esos instantes, comenzó a recordar a alguien especial.

Clara apenas tenía diez años cuando lo conoció. Era un joven alto, de ojos azul oscuro que le recordaban las misteriosas profundidades del océano, cabellos negros, cortos y lacios. Su flequillo ocultaba la mitad de sus ojos, por lo que la niña se preguntaba cómo podía ver. Aún así, a pesar de quedarse impactada por su belleza, nada le amortiguaba el dolor que sentía en la rodilla, dado que se tropezó y cayó sobre cemento duro, raspándosela completamente.

El joven se apareció ante ella, se puso en cuclillas y, con la mano derecha, le acarició la zona afectada. En segundos, la herida desapareció y ya no sintió dolor.

Antes de reaccionar, el joven se desvaneció con la brisa del viento. Y desde esa vez, Clara no había podido olvidarlo.

Habían pasado varios años de eso. Clara ya tenía veinte. Y esa noche en que vio la conjunción de dos planetas, se preguntó qué habría pasado con ese misterioso joven.

  • ¿Cómo estará? ¿Será que me recordará? ¡Ni siquiera le dí las gracias! Si algún día lo vuelvo a ver, se lo agradeceré como es debido.

Cuando ya terminó el espectáculo del cielo, se metió a la casa y revisó sus mensajes, olvidándose por un instante de esa persona misteriosa. Sus amigos estaban organizando una fiesta y Clara tenía deseos de ir. Por lo tanto, se preparó y avisó a sus padres que sus amigos pasarían a buscarla.

  • Cualquier cosa, llámanos - le dijo su mamá.
  • Que lo disfrutes - le dijo su papá - Y si me vienes con que tienes novio nuevo, prepararé mi escopeta.
  • Cariño. No digas esas cosas.

Clara rió. Sus padres eran muy peculiares. Muchos la envidiaban porque pensaban que Clara tenía padres geniales. Y tenían razón, porque a pesar de sus gustos extravagantes y humor negro, para la joven eran los mejores padres del mundo.

Cuando sus amigos la buscaron, Clara se despidió de su familia y fueron juntos a la fiesta.

  • ¿No te dieron tantos problemas, Clara?
  • ¡Para nada! Aunque últimamente mi papá anda muy celoso, no puede verme con un chico sin pensar que es mi novio.
  • Ja ja, típico. Mi madre, en cambio, me molesta a cada rato con que quiere que me consiga pareja. ¡No hay quien la detenga!

Todos rieron. Aunque era una charla normal, para Clara eran momentos que atesoraba en lo más profundo de su corazón para no olvidarlos nunca, porque serían registros de que fue feliz en la vida.

Todos la pasaron bien en la fiesta. Charlaron, bailaron, bebieron y se divirtieron. Clara siempre había sido muy sociable y, debido a su comportamiento extrovertido y amigable, todos querían ser sus amigos. Aún así, algunos la notaron distante esa noche. Por más que charlaba con todos, la notaban con un aire de melancolía.

Luz, su mejor amiga, la llevó a un rincón y le preguntó si le pasaba algo.

  • No me pasa nada. ¡Estoy bien! - Dijo Clara, intentando sonreír.
  • ¡A mí no me mientas! Eres como mi hermana y noto algo diferente en tí. Vamos, puedes confiar en mí.

Clara, al principio, dudó. Pero luego, le confesó a su amiga el encuentro que tuvo con ese misterioso joven cuando era una niña. Por supuesto, obvió la parte en que curó su rodilla mágicamente, dado que a una persona normal eso le parecería extraño. Solo dijo que le colocó una curita y se fue.

  • Ya veo. ¡Fue un amor a primera vista! - Dijo Luz, tapándose la boca con ambas manos para evitar gritar de la emoción.
  • ¿P... pero qué dices? - dijo Clara, sonrojándose por completo - Bueno, quizás sí, me enamoré de él. ¡Pero ni siquiera sé su nombre! ¡Y puede que hasta me haya olvidado!
  • ¿Haz escuchado sobre la leyenda del hilo rojo del destino? Dice que, cuando dos personas están conectadas por ese hilo, no importa el tiempo, la edad ni la circunstancia, siempre estarán destinadas a encontrarse. Y algo me dice que, muy pronto, tendrás noticias de él.
  • ¿De veras crees eso?
  • ¡Claro que sí! Con fé, todo es posible.

Clara se quedó reflexionando las palabras de su amiga. La verdad nunca se había cuestionado el asunto del destino. Eran cosas que no le daba importancia. Pero, esa noche, deseó que la leyenda fuese verdad y que estuviese conectada con ese misterioso joven.

De vez en cuando, creía verlo entre los chicos que bailaban amontonados en la pista. Pero luego descubría que era otro y se disculpaba. Llegó un momento en que dejó de beber porque creyó que el alcohol era responsable de jugarle esas visiones de su reencuentro con su supuesto chico predestinado.

"¡Como si esas cosas pasaran!"

La fiesta terminó. Clara fue junto con sus amigos y, cuando estuvieron cerca de la casa de la joven, ella les dijo:

  • Por aquí ya puedo ir sola. Es muy cerca. Gracias por acompañarme.
  • Avísanos cuando estés en casa - Le dijo Luz.

La noche era tranquila. Sin embargo, Clara se sentía observada. Era como si una sombra la estuviese acechando desde la distancia. Miró al cielo y tragó saliva. Luego, empezó a apurar el paso para llegar pronto a casa.

Pero, a mitad de camino, un sujeto extraño le bloqueó el paso.
Aunque estaba oscuro, pudo ver que el extraño mostraba una sonrisa malévola.

  • Por favor, no me haga nada - le suplicó Clara, extendiéndole el celular - Ten. Es todo lo que tengo.




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