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Capítulo 3. Frágil Alianza

Micah había bajado la marcha de su carrera, dejando que sus dos aprendices se adelantaran. Se quedó mirando a ambos, uno, como él, corría en su forma de lobo, ése era Jared; el otro, César aunque hombre lobo también, corría en su forma humana.

Que César corriera en su forma humana, no lo hacía ver más débil que Jared. La historia de vida de César comenzaba cuando de pequeño lo obligaron a enfrentarse a su Bestia, y el niño había ganado la batalla, mostrando una gran fuerza de voluntad.

Por su lado, Jared, que era hijo de una simple humana que por su cachorro se había ganado un lugar en la Manada, pero también era hijo del Líder Alfa de otra Manada de un país extranjero.

Para muchos miembros de la Manada, César tomaría el lugar de Gaspar, su padre, cuando éste ya no estuviera, aunque para eso faltaba algún tiempo; sin embargo, cuando Gaspar muriera, muchos otros rumoreaban que posiblemente Jared se alzarían para reclamar el puesto de Líder Alfa, ya que en ambos brillaba la esencia de Alfa, lo que para los más pesimistas no figuraba nada bueno para el futuro de la Manada porque dos líderes alfas significaban una Guerra de Sangre.

De pronto, un poco antes de dar alcance a Jared y César, el olor a sangre inundó el ambiente; aceleró su carrera porque por su mente, aún inmersa en el instinto del lobo, cruzó la idea de que los dos muchachos se hubieran pasado de la raya y hubieran matado la presa que perseguían. Cuando llegó a ellos, Jared estaba invocando su forma humana, y César ya le tendía los shorts para que no quedara desnudo. No terminaba de llegar cuando también se transformó, César, de nuevo, ya tenía listos unos shorts para él.

Frente a ellos se desarrollaba una sangrienta escena: No como él había imaginado, ni César, ni Jared habían atacado la presa, era una mujer que manejaba una guadaña tan grande como ella y había decapitado a su presa.

—¿La sentiste, César? –preguntó Jared, tan sorprendido como los otros dos, incapaz de alejar su mirada de la mujer.

—Yo no, ¿y tú? –respondió César, que volteó a verlo a él.

Desvió la mirada hacia el muchacho, luego la regresó, y con un suspiro también negó, sólo había una forma para poder percibirla: el olor de la sangre, ya fuera la de ella o de su presa.

—Ésa es Lara Abreu, la Cazadora Fantasma. –explicó a los dos muchachos, mientras avanzaba unos pasos hacia en frente–. Indetectable para cualquier criatura, bestia o animal.

—¿Cómo lo hace, Micah? –preguntó César con gran curiosidad–. ¿Cómo hace para ser imperceptible?

—Un Hechizo de Ocultamiento. –respondió, como si fuera obvio.

—Los hechizos se desvanecen, incluso los de la Reina de las Brujas. –comentó Jared, sus ojos de diferente color brillando con desafío.

—Tienes razón, sin embargo, este hechizo es diferente, es tan viejo como ella, han crecido juntos. –comentó.

—El Hijo de la Bruja ha hablado. –se burló Jared.

Micah le sonrió y rodó los ojos, pasándose las manos por el cabello.

 —Largo de aquí. –ordenó, apuntando el camino por el que llegaron.

—Pero ése es nuestro botín. –se quejó César.

—Su culpa por no ser lo suficientemente rápidos y eficaces. –regañó él–. Ahora, largo.

César sonrió y recibió los shorts que le había dado a Jared, quien tan pronto como soltó la prenda en manos del otro, invocó su forma animal y salió corriendo; César todavía se tomó su tiempo para guardar la ropa en la mochila que llevaba.

Micah se quedó solo, y estaba seguro de que la Cazadora los había percibido a los tres. La guadaña todavía escurría sangre de la bestia que había matado, la sacudió un poco para liberar el filo de su arma.

—¡Muéstrate! –exigió, volviéndose directamente a donde él estaba.

—Lara, la Cazadora Fantasma, es un honor conocerte en persona y no morir después. –dijo, saliendo del escondite en el que había estado.

Ella pareció dar un paso atrás; con su sensible sentido del oído pudo escuchar cómo se le había acelerado el pulso y tuvo que contener sus pasos guiados por el Instinto; ella parecía saber y sentirse su presa.

—Es tu suerte que no estés en mi lista. –respondió Lara tratando de recuperar la compostura.

—Y la tuya que no estés en la mía. – respondió rápidamente.

—Tú sabes mi nombre, bestia, pero yo no sé el tuyo. –reclamó, con profundo desprecio.

Él sonrió, si estaba tan agresiva era porque no era tan indiferente como ella quería demostrar.

—Mi nombre no importa si soy una bestia. –respondió, encogiéndome de hombros y claramente burlándose de ella.

—Tú y los tuyos lo son. –comentó, mirando con desprecio a la criatura a la que había dado muerte.

La sonrisa burlona que Micah tenía en el rostro desapareció de inmediato. Había algo en ella que él como hombre entendía pero que su lobo interior no. Cuadró los hombros y erguido en su estatura la miró, él era mucho más alto que ella, pero eso no pareció amedrentarla, lo miró a los ojos desde su altura.

—Tal vez. –respondió, sintiendo una pequeña ofensa por su expresión–. Pero nosotros somos algo más que bestias. –explicó, y siguió un silencio en el que ella siguió sosteniendo su mirada desde su baja estatura–. Nos veremos pronto, Lara. – se despidió de ella y salió corriendo en la misma dirección en la que Jared y César se fueron.




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