En cuanto Lara se fue, y mientras la veía alejarse, el Instinto en su interior le gritaba que fuera tras ella, pero como hombre era más consciente de las normas de comportamiento humano. El lobo evocó las sensaciones de cuando ella se dejó abrazar para obligarlo a ir tras ella, pero siguió plantando los pies en el suelo.
Si él quisiera –¡y vaya que sí quería!– podría imponerse, seducirla pero estaba seguro de que si lo hacía, se romperían los frágiles lazos que apenas se estaban enredando, por eso la dejó ir, ella no estaba lista para aceptarlo como su Compañero, menos cuando ella odiaba a los de su especie.
—Uuuh… Eso, a mí me pareció un rechazo total. –escuchó el tono burlón de Jared cuando se acercó a su lado.
Jared vestía nada más un par de shorts blancos, unos que seguramente César le había dado, estaba sudado, había estado corriendo convertido en lobo; el otro también había corrido, y se notaba porque su ropa estaba toda humedecida.
—A mí también. –replicó César, encogiéndose de hombros.
Micah nada más se carcajeó, porque ellos no se habían dado cuenta, incluso aunque Faith algo había comentado cuando la reunión.
—Bah, son niños, no saben nada. –dijo, despreciando los burlones comentarios de los jóvenes y dándoles una fuerte palmada en la espalda.
—¿Niños? –preguntó Jared, visiblemente ofendido, y encogido por el manazo.
—Sí, niños. –aseguró–. Cuando encuentren a su Única sabrán por lo que estoy pasando.
—¿Tu Única? –preguntaron los dos al mismo tiempo, enderezándose cada uno en su lugar.
Según la creencia, la Única –o el Único, para las mujeres– era la pareja de por vida de un lobo –loba– y se encontraban una vez en la vida, la Única –el Único– a quien amar, con quien tener hijos.
Jared y César con dieciocho años, estaban en medio de la montaña rusa de la juventud, el éxtasis y la lujuria; encontrar a su Única no era una prioridad, ni siquiera importante y, según ellos, ojalá no pasara pronto.
—¿De qué te sorprendes? Tú ya estás con Ena. –se burló Jared, volteando hacia su amigo.
Micah vio cómo César se incomodó por el comentario, pero sí entendía por qué lo hizo, pues el primero había decidido pasar frecuentemente sus noches con Ena, desde ese momento se había convertido en la burla del de ojos de diferente color.
—¿Cómo mierdas puedo estar seguro? –cuestionó César de mal humor y luego se volvió hacia Micah–. ¿Cómo estás tan seguro de que la Cazadora fantasma es tu Única? –preguntó desesperado, mirándolo a los ojos
—Es raro. Diferente para cada uno. –respondió, encogiéndose de hombros–. Lo supimos en cuanto la vimos por primera vez.
—Pero no es una loba. –comentó César, incapaz de entender cómo un lobo podía emparejarse con alguien que no lo fuera.
—Mi madre tampoco. –respondió–. Y hasta la fecha, mi padre predica a los cuatro vientos que ella es su Única.
—Mi mamá tampoco es loba. –comentó Jared–. Aunque hubo un vínculo raro entre ella y mi padre, porque hasta donde sé, ella asegura que Eliud es suyo y ella de él.
Toda la manada conocía la historia detrás del nacimiento de Jared: cuando Tamara, su madre, se había enamorado de un hombre con el que engendró a Jared; la joven mujer de golpe descubrió la verdad sobre el hombre que amaba: que era un hombre lobo y que estaba casado. Eliud había adoptado a Jared.
—Te quedaste muy callado. –dijo Jared.
—Perdón. –contestó César–. No era mi intención decir nada sobre sus madres, es sólo que no entiendo cómo un lobo elige a alguien que no pertenece a nuestra raza.
—Parece extraño, pero no lo es tanto, en tiempos de extinción es hasta común. –comentó Micah, poniendo una mano sobre el hombro de César para darle consuelo y tranquilizarlo.
—Gracias, Micah. –comentó César.
—Me voy a correr. –dijo Jared, convirtiéndose inmediatamente en lobo para correr.
—¡No siempre voy a estar para recoger y cuidar tu ropa!