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Capítulo 8. Separación

Cuando Rui llegó a su casa, con Christian, ella parecía ida, sus alas extendidas y manchadas de sangre, como las de cualquier ángel o mestizo de ángel.

—¿Christian? –la llamó, pero seguía en estado de shock.

Entonces ella pareció reaccionar, y lo miró.

—Estabas... Estabas en peligro...

Rui quiso reírse pero contuvo las carcajadas, no era momento para decirle que lo que había pasado entre él y el hombre lobo no había sido más que un juego, uno particularmente idiota, pero un juego a fin de cuentas.

—Pliega tus alas. –dijo.

—No... No puedo... –murmuró, volvía a tener la mirada perdida.

—Mírame, sí puedes. –le aseguró, mientras le sostenía la cara para hacerla que fijara su vista en él.

—Va a doler...

—Mucho menos que desplegarlas o invocar tu arma.

Entonces, en un nuevo arranque de lucidez, lo reconoció y abrazó, lloraba y plegó sus alas lentamente en medio de temblores que la hacían gimotear.

Se quedó abrazada a él durante un largo rato después de que plegara sus alas; su respiración le hacía cosquillas en el cuello, en ese momento creyó que lo mejor que podía hacer por ella era acariciarle el cabello, mientras se le pasaba el sentimiento.

Entonces, cuando dejó de llorar, se alejó de ella, y no habló, ¿qué más le iba a decir? Christian seguía gimoteando, pero no decía nada.

Estaba pensando en que debía ir por gasas y una camiseta de cambio, y nada más se puso de pie, Christian hizo lo mismo, y ella aprovechando su distracción, preocupación y confianza, lo jaló de la camiseta y lo besó. No fue un beso largo, y ella sólo se le quedó viendo, con los ojos brillantes.

—Per–perdón... –tartamudeó.

Rui se pasó un nudo por la garganta, mientras se le quedaba viendo directamente a los ojos.

—Voy a ir por gasas, agua y una camiseta para ti. –le dijo antes de que se diera la vuelta.

Christian asintió y Rui fue al baño y al cuarto a buscar lo que necesitaba. Cuando volvió unos minutos después, se dio cuenta de que ella seguía parada donde la había dejado; la hizo sentarse y se sentó detrás de ella.

Destrozó lo que quedaba de la espalda de su blusa y ropa interior, y empezó a limpiar la piel; las heridas, aunque frescas, parecía que tenían un sano ritmo de recuperación.

—¿Duele? –preguntó, sabía que la respuesta era sí, también había pasado por eso, pero el silencio empezaba a incomodarlo.

Christian asintió al mismo tiempo que murmuraba un "mja".

—Sé... –murmuró Christian tan bajo que pensó que lo había imaginado–, sé que tú quieres a Lara. –por unos minutos volvió el silencio, Rui se detuvo y se quedó mirando fijamente la espalda enrojecida con la cicatriz de sus alas plegadas–. Lo siento.

Él volvió a la tarea de limpieza.

 —¿Desde cuándo estás enamorada de mí?

—Desde siempre... –contestó.

Rui hizo otra pausa porque comprendió la razón por la que lo había elegido como su mentor.

—No puedes estar enamorada de mí. –aseguró con voz queda y firme–. No has tenido una infancia y adolescencia muy normal que digamos. Horace te lastimó demasiado.

 —Sé lo que siento. –rezongó en voz baja, abrazándose a sí misma, encogida.

—Puede que lo sepas... ahora –trató de razonar, y de ser gentil–. Pero sigo pensando que estás confundida. Has pasado por muchas cosas…

—Idiota. –murmuró ella, levantándose de un brinco, se volteó hacia él, sosteniendo la blusa por delante–. Puede que yo esté confundida, pero tú eres un completo idiota. Lara jamás va a quererte como tú a ella.

—Tú no sabes nada. –dijo y se paró, como ella.

Christian no tenía que levantar mucho la mirada para verlo directo a los ojos.

—No hay peor ciego que el que no quiere ver. –comentó–. Lara está Flechada por el hombre lobo.

Siguió un largo silencio. Rui agarró a Christian de los brazos para alejarse de sus acusadores ojos oscuros y brillantes, pero en vez de empujarla la atrajo más a sí mismo. Sintió como un golpe en la boca del estómago, y aunque no fue algo realmente físico, lo dejó sin aire por un instante. Había sido muy consciente de ella.




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