Vanesa despertó un poco agitada, pasándose un nudo y tratando de controlar los escalofríos. Tenía meses en cautiverio, la tabla tipo calendario había empezado desde que la atraparan confirmaba eso. Miró hacia un costado, el lado vacío de la cama, sólo hizo sentir su estómago más revuelto.
Recordaba perfectamente el primer día cuando despertó después de capturada, fue obvio desde el primer momento de conciencia: los ojos vendados, las restricciones mágicas en sus alas. La ceguera le había permitido sensibilizar más sus sentidos, aunque ésa era una técnica básica para defenderse en una situación de ese tipo.
Sentía sábanas bajo sus piernas, estaba sentada sobre un colchón y tras ella estaba la pared. Tenía las manos y los tobillos atados. Olía a rayos, tanto que sentía el estómago revuelto; se inclinó a un lado porque no soportó más las arcadas y vomitó, el hilo caliente, amargo, viscoso y maloliente escurría por su barbilla y un poco había sido absorbido por su ropa.
Después de separarse de la pared para vomitar, se dio cuenta de que estaba húmeda, así como la cama y las sábanas, sintió calosfríos. Al inclinarse, se dio cuenta de que tenía restringidas las alas y sospechaba que también fracturadas, quería liberarlas para corregir las fracturas, pero ése era el efecto colateral, el deseo de liberar las alas funcionaba al revés, mientras más deseaba la libertad más restringidas se encontraban sus alas.
Entonces, la puerta rechinó y le siguieron unos pasos pesados. Algo se estrelló contra el suelo, y la persona que había entrado, se acercó lo suficiente como para que Vanesa pudiera percibir su mal aliento; lo que la hizo sentir otra vez ganas de vomitar, mientras el tipo le liberaba las manos y los pies.
—Come. –ordenó con voz ronca.
El tipo se fue, azotando la puerta y marcando fuertemente sus pesados pasos, los que contó, y resultaron ser veintiuno antes de dejar de escucharlos. Vanesa se quitó la venda de los ojos, pero no había habido mucho cambio, el lugar estaba en penumbra. Cuando su mirada se adaptó a la poca luz, se percató del plato de comida, un cambio de ropa y el balde de agua.
El olor de la comida hizo que se diera cuenta del hambre que tenía, el plato que le había aventado el tipo de hacía unos momentos, había derramado parte del contenido; por lo que pudo distinguir no había cubiertos con los que comer, pero de todas formas se hincó y se acercó al plato, si iba a escapar, tenía que alimentarse.
Después de terminar de comer, se revisó las muñecas, ardían y dolían en una línea justo donde había estado el plástico con que fueron restringidas, en los pies sentía el mismo tipo de molestia. También se revisó el resto del cuerpo, buscando posibles lesiones, además de las que tenía por las restricciones y las alas quebradas.
No estaba segura de cómo había sido capturada, pero eso no importaba. Dentro de lo que cabe, estaba bien. Viva. Pero se dio cuenta de que escapar iba a ser difícil, sin la posibilidad de desplegar sus alas iba a ser imposible invocar su arma.
Si bien, fue difícil llevar la cuenta de los días, pudo lograr llevar una al recibir una comida diaria. Habían sido doce platos. Para evitarse una enfermedad innecesaria, había movido la cama lejos de la pared con la fuga, por eso había acomodado la cama junto a la pared frente a la puerta. La sensación de hambre confirmó que era hora de que le trajeran la comida.
La puerta se abrió con un rechinido y a contra luz, Vanesa pudo distinguir la sombra del captor que cuidaba de ella, pero no venía solo, atrás de él había otra dos personas. El tipo aventó el plato como siempre, pero dos platos vibraron al caer y el otro aventó a la persona que estaba cargando, que gruñía y trataba de hacer fuerza para escapar. La persona cayó como bulto.
—Ahí está la comida. –dijo el hombre con la voz ronca–. Coman.
La puerta se cerró con el rechinido y entonces, Vanesa se movió de su lugar y se arrastró hasta donde estaba el bulto.
—Soy Vanesa Franco. –susurró, sintiéndose rara al escuchar su propia voz después de tantos días–. Voy a soltarte las manos, ¿okey? –la persona con ella asintió.
Vanesa procedió a buscar el cabo de la cinta y la desenredó, en cuanto la persona sintió las manos liberadas, se lanzó hacia atrás y se liberó los ojos y la boca y seguramente las piernas también.
—¿Dónde estamos? –preguntó con la voz ronca.
—Sé tanto como tú, desperté aquí. –respondió Vanesa–. No me has dicho cómo te llamas.