Vanesa seguía tan petrificada como cuando al pasar el umbral de la oficina de su padre, descubrió que ahí estaba Oliver Pascal; y tan pronto como ella llegó, su padre y Lara decidieron irse, para dejarlos hablar a solas. Los quiso ahorcar en ese mismo momento, pero no podía porque ahí estaba Oliver.
—Hola de nuevo. –fue lo primero que dijo, después de que su familia tuviera como quince minutos de haberse ido.
—Vanesa. –llamó él, mirándola con intensidad y poniéndose de pie.
—¿Me recuerdas? –preguntó Vanesa emocionada, con un doloroso nudo en la garganta, a punto de llorar.
—No. –respondió él con honestidad.
La respuesta la sintió como un golpe en la boca del estómago, casi cayó de rodillas ahí mismo.
» Te presentaste ante mí, hace como hora y media. –respondió él–. Tu hermana me trajo aquí.
—¿Por qué Lara te traería? –cuestionó Vanesa a la defensiva, jurándose a sí misma que le daría un puñetazo en la quijada a Lara.
—Me preguntó si quería venir y yo le dije que sí. –respondió él.
Vanesa retrocedió el mismo paso que él había avanzado hacia ella; se sintió ridícula, ella era una Cazadora hecha y derecha, y estaba aterrada, tenía ese tipo de miedo que la podría matar en una situación de extremo peligro, en vez de mantenerla alerta, lo curioso es que sentía pánico de él.
—¿Y por qué viniste? –preguntó con el ceño fruncido.
—Quería saber de ti. –respondió–. Preguntaste si te recuerdo, y eso sólo significa que ya te conocía de antes, pero lo cierto es que no tengo memoria de ese periodo.
—Lo sé. –comentó Vanesa después de pasarse un nudo–. Que estés aquí, ¿significa que quieres que te cuente?
—Me gustas. –dijo sin titubear–. Nunca antes me había pasado.
—Eso es porque estamos destinados a estar juntos. –explicó Lara.
—¿Destinados? –el ceño fruncido.
—Sí, es una creencia popular… este… ¿qué tanto te contaron Lara y mi padre? –preguntó Vanesa.
—Nada.
Vanesa volvió a jurar que golpearía a Lara por dejarla sola en ese momento, sin embargo, tenía más que claro que ésta era una situación que debía enfrentar ella sola, pero era doloroso verlo a la cara, ahora a la luz del día, apreciando todos esos gestos que sólo se había imaginado en la oscuridad de la celda en la que se habían conocido.
—Primero hay que sentarnos. –sugirió Vanesa y le ofreció una silla–. Y te pido que seas de mente abierta.
Oliver asintió y se sentó en la silla que ella le ofrecía, quedando frente a frente. Le tomó a Vanesa por lo menos una hora más el contarle el origen de su Gremio, la oscura historia de su familia, pasando por la muerte de su madre y cruel destierro de su hermana menor Lara, explicándole los conceptos y creencias, hasta terminar en las verdaderas circunstancias en las que se conocieron y cómo él le contó toda su vida, para llegar a la existencia de Olivia que se encontraba al cuidado de Elijah.
—No te pido que me creas, la primera vez me dijiste loca. –se rio ella apenas conteniendo la voz quebrada y las lágrimas–. La diferencia es que ahora sí te puedo mostrar mis alas.
—¿Alas? –preguntó a la vez que ella las desplegaba, dejándolo mudo al instante.
—¿Estás asustado? –preguntó ella, porque era comprobadísimo que siempre que un mestizo o un ángel mostraba sus alas a un escéptico éste se asustaba.
—Un poco. –respondió sincero–. ¿Y dices que yo soy igual? ¿Por qué no tengo alas como tú?
—Las tuyas no son completas, jamás las desplegarás como yo. –explicó Vanesa–. La verdad es que no sé cómo funciona, mi hermana parece una mortal común y corriente, sin alas y sin poderes, pero puede expandirlas aunque no se ven, así que no sé si algún día podrías hacer lo mismo que yo.
—Ya veo. –explicó–. Dijiste que tenemos una hija, ¿puedo conocerla?
—Sí, es tuya. –respondió Vanesa, con la voz quebrada–. Pero Olivia está con mi padre.
Antes de salir del despacho de Elijah, Vanesa plegó las alas y avanzó delante de Oliver para llevarlo a la casa de su padre. Oliver se le quedó viendo con atención la espalda, la blusa llena de sangre, pero no despedazada, decidió guardarse las preguntas para otro momento, porque en ese instante iba a conocer a Olivia… su hija.
Cuando Vanesa y Oliver llegaron a la casa Elijah, el Jefe de los Cazadores cargaba a su pequeña nieta, balanceándola para dormirla, mientras hacía una llamada. Vanesa se conmovió por cómo vio a su padre, se imaginó que así debió de haber cuidado de Lara, pensó que su destino hubiera sido muy diferente.
—¿Todo bien, Vanesa? –preguntó Elijah, cuando al dar una vuelta vio a su hija
—Sí, papá, Oliver quiere conocer a Olivia. –comentó ella con un nudo en la garganta, pidiéndole la niña a su padre
—Señor. –saludó Oliver, por segunda vez, con un movimiento de cabeza.
—Oliver, ella es Olivia. –dijo, acercando la niña a él–. ¿Quieres cargarla? –preguntó con tiento.
—Sí, es mía, ¿no? –soltó la pregunta, con un poco de dificultad, porque al ver a la niña sentía un nudo en la garganta y el corazón acelerado.