El desvencijado cuarto, aunque irrelevante para la humanidad, era para Sally un espacio sagrado que casi nadie conocía. Y se esforzaba mucho en mantenerlo así, porque imaginarlo nunca sería igual a verlo. Su cuarto era un techo sobre su cabeza, algo torcido con cuatro goteras que seguían escurriendo desde la lluvia que partió el sábado, pero era su hogar.
Por eso no podía determinar cómo es que Dorian, su hermano mayor; en persona, había llegado a la entrada de su casa. Mucho menos, cómo mientras ella le plantaba un descuidado beso oblicuo sobre la nariz con el fin de despacharlo, éste supo colarse como un fideo escurridizo en su habitación y hacerse de una amistad instantánea con el cascarrabias, pero ahora bien valorado jefe y mejor mentor del universo: Borja de la Torre.
Sólo bastó un estrechón de manos y la cuidada oración: “Amigo, siento que te conozco de toda la vida, ¿una cerveza?” Para que su hermano supiera hacer de las suyas.
Fue así como; según el entusiasmado y ebrio relato de su hermanito, se reunieron con otros seis amigos y tocaron tango en un bar. Tan increíble resultó su experiencia que para la mañana y con un café amargo en la mano, le dijo a Sally que se quedaría una semana completa.
—¡Madre mía! ¡¿Eso te ha dicho?! —preguntó Leonora como si no pudiese creer lo oído.
Ella había pensado cuando escuchó de la presencia de Dorian en casa, que había venido a ponerle fin a las aventuras de Sally, no que sería un aliciente más.
—Sí, y no contento con eso se ha ido a alojar a la casa de Borja —se quejó Sally con un puchero.
Omitió por completo que aquella decisión tan inusual, fue resultado de un asqueroso caldo de pollo que se sirvió en su mesa para ambos comensales, luego de aquel día de fiesta, pero hablar de sus pocas capacidades culinarias no le parecía que viniera al caso.
—¡Qué extraño! —exclamó Rita desconcertada de que toda esa historia coincidiera con el mismo joven malhumorado que veía en televisión.
—Así es, no puedo con tanta rareza y una presentación en vivo tan cerca —se fingió Sally más desconcertada de lo que ya estaba, porque en realidad, desde que vio a su hermano en la entrada de su habitación supo que todo ocurriría así.
Es que desde que Dorian era el mismísimo, nunca había sido menos que un sujeto encantador. Sally para ese entonces, no era capaz de recordar un día en toda su vida desde que abrió los ojos en que su increíble hermano mayor no hubiese sido el soplo de júbilo que todos adoraban ver resplandecer.
Había gente linda y Dorian. Quien tenía no sólo un aspecto de campeón deportivo, sino que una sonrisa amable y una personalidad alegre y arrojadiza digna de un buen amigo.
Por eso cuando se acercó cantarina, ese lunes, a eso de las tres en la casa de Borja de la Torre, la idea que su hermano ya ocupara un puesto de honor en su mundo, no le pareció tan descabellada, pero sí incomoda.
—Arreglaremos el suelo en un dos por tres, ese desnivel no puede continuar ahí, ¿Qué te parece, Sally? ¿Ponemos porcelanato? Será inalterable con una durabilidad y resistencia a la abrasión de sueño, higiénico y con mucha vibra de soltero. Además, será muy cómodo de limpiar en caso de que los perritos llegasen a entrar.
—Sí, creo que lucirá genial. Nunca me dijiste que tu hermano era un genio de la construcción —intervino Borja tan entusiasmado como cuando recordó el día domingo por la mañana; lo bien que lo pasó tocando piano en el bar.
—No sé, igual arreglar la cocina podría costar mucho —respondió Sally.
Ella no estaba segura de que Borja estuviese en condiciones reales de hacer gastos. La conversación del domingo con la contadora se había extendido por varias horas. Ella se había comprometido a hacer una revisión acuciosa de gastos y deudas, pero según lo que Borja había dado a entender, había varios de ellos a los que le era imposible renunciar y dejó entrever que esos gastos eran para él tan importantes, que si necesitaba trabajar exclusivamente para ellos, no le molestaba vivir en la calle. Sally aventuró una alta probabilidad de que estuviera en la ruina y trató de recordárselo con sutileza, pero él lucía listo para acriminarse con sus propias manos del piso de madera húmedo que decoraba la cocina.
—No, no costará tanto, será nada más sencillo —respondió Dorian con la grandilocuencia de siempre—. Contratamos a uno de los chicos de la obra en la que trabajé la otra vez. De los del bar del otro día — buscó apoyo en su nuevo amigo—, ¿te parece Borja?
—Sí, sí —Borja asintió con un gruñido que hizo a Sally reparar en que llevaba gafas de sol por la mañana.
—¿Salieron anoche de nuevo? —preguntó algo ofuscada de pensar que su mentor no parecía en óptimas condiciones.
—Sí, pero esta vez hicimos la tarea —celebró orgulloso Dorian y sacando su celular, envió un sinfín de archivos a Sally—. Borja me dijo que manejas sus redes, así que le tomé unas fotos increíbles para que las subas. Traté de hacerlo lucir misterioso.
—También fuimos de nuevo al bar a tocar unas canciones en el piano. Tu hermano dice que eso… podría ayudarme… ¿Tú crees que sirva?
Una parte de ella tras escuchar esto, sintió unos celos extraños emerger de su garganta. No era que su mentor le cayera increíble, pero le molestaba que con Dorian todo siempre pareciera tan fácil. Llevaba días batallando con Borja y cuando creyó que, al fin estaba llegando a un amable trato, su hermano había llegado para recordarle sus viejas inseguridades.