Por su manera de ser, desde que Rita era una chiquilla pecosa, en su tierna infancia, nunca había rechazado la posibilidad de encontrar una amistad en cualquier lugar.
Quizás le nacía esta idea, de aquella añoranza a los relatos de su querida nona; sobre su pequeño pueblito en el sur en el que no había electricidad, pero en el que todo el mundo se dirigía un buen y enérgico saludo, lleno de cariño.
La pequeña Rita jamás experimentó eso en la ciudad. La capital no era un lugar donde ser amable fuese lo cotidiano. Por eso, una vez murió la Nona, decidió que sería su sello personal. Así, si alguien algún día se atrevía a buscar a Rita, la única manera de encontrarle sería buscando a la jovencita entusiasta y lista para las risotadas que Nona habría amado tener en sus últimos días.
A razón de esto no era del todo sorprendente, que Rita siempre tuviera amigos y que a menudo, arrastrara a Leo a sus aventuras, a pesar de su inmutable rostro serio y grave.
Cualquier persona con un poco de afición por las novelillas de antaño o por escuchar radioteatros, habría encontrado en ambas amigas, la delicia de un espectáculo de época bien montado. Rita y Leo casi nunca, parecían estar de acuerdo en algo, salvo en que este siglo era demasiado veloz y el clima nunca tan bueno para los huesos. De todas maneras, a todo aquel que las conociera, no quedaban dudas de que la única persona capaz de sacarle a Leo una risotada desde el fondo de su estómago era su mejor amiga y de seguro, era por esto que Leo seguía a Rita a todas partes, incluso a esas oscuras tocatas con rap donde terminaron el día en que conocieron a Sally.
Aquel día, Rita había decidido orgullosa, durante la mañana, que se aprovisionaría de Fernet, que era lo único que Leo disfrutaba de beber en ese entonces. Esto le sonó a una increíble idea, hasta que el alcohol se le subió a la cabeza y la obligó a correr nerviosa al baño de señoritas.
Y habría sido una minucia, pero afuera del mismo había una enorme fila y Rita ya hablaba tonterías. Lo que pareció nada, se transformó en media hora de humillación gratuita, charlas sin sentido con otras chicas igual de “animadas” y desesperación.
Por esto, cuando Rita logró al fin, ingresar al baño, sólo estuvo dotada de la torpeza para romper la manija de la puerta principal, y dejar a una despampanante castaña atrapada junto a su miseria.
—¿Cuál es tu historia? —no tardó Rita en preguntarle con un tono tan intimidatorio, que la tímida Sally no dudó ni un segundo en comenzar a responder:
—Soy estudiante de medicina, nunca he tenido un novio y es la primera vez que bebo. Me siento horrible, y me llamo Leszczynska.
Lo que le sonó impronunciable a Rita con tanto fernet en la cabeza, por lo que prefirió renombrar a la muchacha como Sally en su mente, en honor a una niña que había conocido en el kindergarden, a la que le recordaba. No fue necesario mucho más para que Rita sintiera que eran hermanas del alma y desde allí a la actualidad, sólo había muchos días, llanto, una tintura de cabello y deudas, pero por sobretodo: amistad.
Todo bien con eso, pero no con las llamadas de Borja de la Torre dándole malas noticias:
—Aló, ¿Rita?
—Sí —La voz del joven sonaba preocupado—. ¿Borjita qué pasa?
El joven tardó un segundo en responder, parecía ordenar sus ideas.
—No logro contactar a Dorian, estábamos ensayando y Sally tuvo…—Borja tomó aire—. No se sentía bien y tuvimos que… ¿Sabes cómo puedo contactar a su hermano?
—Iré de inmediato y llevo a su hermano, dime dónde están—dijo Rita con la seguridad de un camión y ya teniendo una dirección, se dirigió presta.
Según lo que logró entender por los tímidos balbuceos de Borja, Sally había tenido una crisis de pánico en las grabaciones de ensayo, y debieron llevarla a urgencias, pero al parecer una evidente baja peso y una posible deshidratación hicieron que los doctores decidieran dejarla en observación unas horas, mientras Borja y ella se vieron obligados a compartir la espera.
—Creo que sería bueno que Sally descanse unos días —sentenció Borja.
—Dorian no tardará en llegar —respondió ella, sin prestar atención a nada de lo que le habían dicho.
Borja depositó su mirada en el batido rosa que Rita le había comprado. No creía necesitarlo, pero se sentía bien tener algo dulce por alguna razón que le recordaba lo vacío que se sentía. Pensaba en ello, cuando el llanto de Rita irrumpió de pronto en la mesa.
—Esto es tu culpa, eres un idiota… —le dijo feroz y un puchero le impidió seguir explicándose con la propiedad que quería. Pero contrario a lo que pensó, Borja sólo se acercó a ella y frotó su espalda con el palmoteo de un padre.
Los hospitales se le hacían al joven tan comunes como que le dijeran que era un idiota, así que sabía que podría con ambos, y decidió guardar silencio hasta que Rita pudiese explicarse.
La muchacha prosiguió haciéndose de una servilleta, para secarse las lágrimas.
—Fuiste muy desconsiderado con Sally. —Para quizás asombro de todos. Borja lo sabía—. Sally te adoraba era tu fan, eras lo único bueno que Sally tenía, aunque eres un idiota—Rita le miró con más furia—. Y no sabes vestir.
Una sonrisa se precipitó por los labios de Borja ante lo que le sonó como algo que diría su aprendiz, pero se esforzó en que se esfumara rápido, porque no era nada bonito lo que estaba escuchando.
—¿Quieres contarme qué pasa con Sally? —preguntó con un tono que a Rita se le hizo particularmente tierno. Borja parecía sincero en su preocupación—. Ella no está muy alegre, ¿cierto?
Aunque la pregunta iba más como una afirmación a algo que llevaba pensando, desde el día en que ella lloró en la puerta de esa habitación que tenía por casa.
Rita arrugó su servilleta y se dijo a sí misma que no sacaba nada con seguir buscando manchas en una mesita blanca, que allí no había nada, por mucho que se esforzara en buscar, para obviar lo mucho que le asustaba recordar todo y decidió hablar con la propiedad que ameritaba la situación: