Conocerte

Capítulo Cuatro: Etapas inconclusas y Nuevo comienzo

Joaquín sé estancó, detenido y suspendido embelesó el cielo, intimando a dispersar la indulgencia que lo hería y espontáneamente, opaco su vista. El aguacero calmo su fisonomía encendida, y consoló su desamparo, escoltándole, al compás de sus lágrimas que, involuntariamente, caían sin interrupción. El aire incumplía el funcionamiento en sus pulmones, escaseando, y la caja torácica, se le arqueaba. Abrió los ojos y exhaló dilatadamente por la boca para proteger su equilibrio, le temblaba el cuerpo. Si no constatara en sus cinco sentidos, se desmoronaría cayendo de rodillas, suplicando que todo fuera una pesadilla. Recubrió su boca, para no sollozar con martirio, ni querer gritar a pulmón abierto, desterrando la prensión en su alma. Sentía que el universo conspiraba contra él, ¿Qué mal había hecho para tanta complicación? Sé preguntó. Abrumado, dañado, desilusionado y traicionado, por un momento, debatió en revertir sus términos, y citar que toleraba a Juliana en su vida, pero la virtud malhechora del ego, lo refrenó. Conmocionado, sospechó que lidiaba en una realidad paralela, en la que Lucas, no jugaba ningún papel y desacertaba el rompimiento de amistad con Gustavo, aceptando ser parte de la vida de Juliana, porque no era su hermana, pero no podía descomponer el maldito conjuro que los unía a los tres. La realidad era una sola, eran su familia, y a Gustavo no le perdonaba. Adelanto el movimiento pesado de sus piernas, desplazándolas por inercia por el pequeño pasillo. Al consumar el recorrido, instalo una de las llaves en la aldabilla de la reja. Avanzo con pequeñas pisadas, y planto la otra llave en el cerrojo de la puerta principal de la casa. Ingresó, y al explorar el ambiente desolado, detrás de él, la puerta se cerró mansamente. No pudo domar sus auténticas turbaciones. Entumecido por unos segundos, sus extremidades retemblaron, y sustentó la espalda contra la puerta para no desvanecerse a la ligera, desplomándose en cámara lenta. Reposado en el piso de madera, doblo las piernas atrayéndolas hacia él, y acuno su frente en sus rodillas, como escondiéndose dentro de un refugio, celando su llanto punzante. Se sentía un niño desamparado y recluido. Todas las inquietudes clandestinas prosperaban, fragmentándole el corazón. Lloraba por Gustavo, Juliana, Lucas, Jazmín, José, y primordialmente, por su madre. Le hubiese complacido que en ese presente de nostalgia, lo arrullara entre sus brazos, ese abrazo que solo una madre puede prodigar y que enjugará sus lágrimas con besos delicados. Se meció consecutivas veces, gimoteando desgarradamente. En su soledad, se pregonó en un egoísta y desnaturalizado, pero no podía aprobar a Juliana. No deseaba encariñarse. Él era una persona que apenas intimaba con alguien, y le consagraban unos mimos, la adoraba fielmente. Gabriel, su perro vino al encuentro y lamió sus lágrimas. Joaquín rascó su barriga. El animal se echó a su lado atento, clavándole los ojos, sin desestimar  ningún desplazamiento, acompañándole, descubriendo que su amo moraba tristeza. Joaquín lo abrazo, besando su trompa.

- Vos sí que sos el amigo inseparable del ser humano- contento ante su alegato, movió la cola- Escúchame, Gabi- lo tomo por el mentón y él, no dejaba de jugarle- Por un tiempo te cuidará, José- le hablaba como si fuera un infante- Yo vendré a buscarte cuando me acomode en Buenos Aires- dejarlo, también era un dolor muy grande. Lo amaba-¿Estás de acuerdo?-el perro volvió a lamerle la cara- Esos mimos significan que me das tu consentimiento. Además, José te adora, te proveerá de todo, y acatará al pie de la letra tus caprichos.

Le dio comida en su tazón. Gabriel con júbilo devoraba sin dar respiro, era un glotón. Se rigió al closet y en puntas de pies toco la parte alta. Urgió, sacando un jeans oscuro, una remera blanca y un buzo color azul. Abrió el primer cajón de la cómoda y agarro unas medias blancas térmicas y un bóxer. Se destinó al baño. Deponiendo la ropa doblada a un costado, introdujo su cuerpo en la ducha. El agua caliente aflojó la musculatura. Descubrió que sus manos estaban azules. Su cabeza estallaba, calmaría el malestar, descansándola en los azulejos celestes enfriados. Sustentó esa colocación, mientras, que el agua abatía acalorando cada parte de sus huesos. Cuando sus hombros comenzaron a quemarle (perdió la noción de cuanto había estado en esa postura) higienizó cada parte de su complexión y cerró el grifo. Salió de la ducha. Secándose sin apuro, luego, se vistió. Cepillo sus dientes y al enjugarse, con detenimiento atendió al reflejo que marcaba el espejo, se impresionó. Las bolsas negras debajo de sus ojos hinchados, demostraban el cansancio y la intranquilidad emocional, le resto importancia a su apariencia. No estaba enfermo, sino triste, y la tristeza hacía estragos. Desenredó su cabellera, dándose cuenta de que tenía sus cabellos un poco más extensos que de lo normal. Gabriel toreó y le chistó para que se callara. Percibió unos golpes en la puerta, pesadamente abrió. Jazmín con el rostro endurecido, lo inquiría con una seriedad que lo asusto.

-Amor, pasa. No te quedes debajo de la lluvia - le dijo un poco turbado por su gesticulación, y preparándose para besarle, Jazmín, se escurrió, escabulléndose, librándose del beso-

Tentó de nuevo a besarle y lo eludió, exhibiéndose indiferente. La acción le aclamo curiosidad, porque era muy apasionada, pero no generalizó el episodio. Sustrajo su abrigo y lo instaló en el perchero. Ignorándole, se mandó al pequeño living, situándose en uno de los pequeños sillones. La copio, radicándose a su lado, y amoroso sé próximo, probo rodearla entre sus brazos, pero ella lo ahuyento con crudeza. Joaquín, sin preámbulos, deduciendo que no lo quería cerca, se quitó de su lado. Generalizo una mueca escondiendo la monería, prolongado de un gemido quejoso, pero al mismo tiempo, la obstinación le suministraba sujetar la risita, zarandeó renegadamente su cabeza e impasible por su proceder, acepto la rabieta que se traía y desconocía. Resignándose, se destinó al sillón delante de Jazmín. Traspuso una pierna arriba de la otra, y ella desviaba continuamente la miraba, y él, solazado por su actitud, mordía su uña sin cortarla, haciéndose el distraído, arrinconándole con vistazos furtivos. Comenzó a agitar con pequeños lanzamientos la pierna puesta arriba, muy tranquilo maniobraba ágilmente la oscilación. Suceso que la mortificaba, y él siempre se lo hacía apropósito. Aguardando que decida encabezar la comunicación, porque también el silencio la sacaba de quicio.




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