Conocerte

Capítulo Cinco: Lugar desconocido

Descendió del autobús, y personas apresuradas lo chocaron. Joaquín demandaba disculpas, e ignorándole, trataba él de no chocar a nadie. Indispuesto ante el descontrol, enjuiciaba que todos procedían acelerados, como si los activarán evangelizándolos en robots, y no en individuos. Un mundo de gente buscando su propio rumbo sin tener contemplación por otros. Por un momento se sobrecogió, y conservó quietud. No sabía para dónde reubicarse. Luego de varios minutos, se calmó, y sin pronosticar rumbo, emprendió, pero solamente circuló en direcciones disparejas, sin hallar una salida. Se le cruzó por la cabeza comprar otro boleto y dar la vuelta a V. Constitución. Frotaron su hombro.

-¿Joaquín?- preguntó el nombre de una manera muy simpática-

-Sí-infrecuente al acento del tono de voz- ¿Usted es?- saco el papel de uno de los bolsillo y leyó el nombre-¿El padre Benicio Trueba?

-Correcto.

Joaquín incrementó su mano para saludarlo y él besó efusivamente ambas mejillas, el cumplido le genero sorpresa, igualmente, a su conducta la consideró benévola.

- Un placer, padre Benicio.

- El placer es todo mío, Joaquín. José me hablo mucho de ti. Deja que tome tu bolso.

-No, por favor, yo puedo cargarlo. Muchas gracias por aceptarme en la pensión.

- No agradezcas, hombre. Y déjame disponer del bolso- arrebatándoselo de las manos- Me veo viejo, pero no lo soy. Eres mi invitado, te trataré como es debido. Acompáñame. Esta terminal es un caos. Va… Buenos Aires es un caos- dijo, divertido- Con el tiempo la domarás, ya lo verás.

Recorriendo, Joaquín no hablaba. Se sentía anónimo y forastero.

-Cuando llegue a Argentina, era un jovencito muy tímido. Tú me recuerdas a mí en esa época. Fue hace tantos años que me surge inconcebible el lapso del tiempo. Me derivaron a una parroquia enorme, con pensión incluida para albergar a los necesitados. Mucho a cargo. Tenía miedo de no poder lograrlo, pero con el tiempo me acostumbré. Como me escucharás, jamás pude sacarme el acento de mi patria, que encantado llevo con orgullo. ¿Conoces España?

-No. Nunca salí de mi pueblo. Quise hacerlo centenares de veces, pero siempre lo postergué.

-Muy mal hecho, hijo, la vida se disfruta y conocer lugares nuevos es satisfactorio y te recomiendo que si se te presentará la oportunidad, viajes a España… Es preciosa. Yo soy de Mallorca, ¿alguna vez escuchaste nombrarla?

-No.

-Es una isla situada en la parte central del archipiélago balear, en el mar Mediterráneo. Posee 550 km (kilómetros) de costa, con más de 345 playas de muy variado tipo, y muy hermosas- dijo, honrado- Desde pequeñas calas de piedra hasta largas playas de arena- por unos instantes, cerro sus ojos, como si estuvieran desfilando en sus recuerdos- Su nombre procede del latín insula maior, significa ‘isla mayor’, que derivaría posteriormente en Maiorica. El catalán, en su variedad dialectal denominada mallorquín, que es la lengua propia de Mallorca y es cooficial junto con el castellano. La lengua catalana llegó a la isla con la Conquista de Mallorca por Jaime I, el 31 de diciembre de 1229, y se difundió gracias a los agricultores del Ampurdán y el Rosellón que la repoblaron a partir del año 1236.El catalán de Mallorca, forma parte del bloque oriental. El 20 de enero, se festeja en Palma de Mallorca a su patrón San Sebastián, pero en la mayoría de pueblos de la isla, la fiesta más celebrada es San Antonio Abad (17 de enero) y la víspera de San Antonio (16 de enero) festejada en multitud de pueblos (Artá, Manacor, etc.) Pero por excelencia en La Puebla, donde se lleva celebrándola desde el siglo XIII, año tras año, siendo una de las fiestas más importantes en toda la isla. Yo no me perdí de ninguna. Junto a mi familia siempre concluíamos.

-Extraña mucho, ¿no?-Joaquín, contestó sorprendido ante la historia-

-¿Es muy obvio?-Benicio, carcajeó-

-Sí- él, sonrió de lado-

- Hace muchos años que no visito. Cuando hablo sobre ella, me envuelven invocaciones, llenándome de nostalgias- suspiro, lánguidamente- No quiero fastidiarte con tanta historia- y retomo el tema- Buenos Aires, al principio es abrumador, luego, te aleccionas a la multitud. Te gustará, pero debes recordar que no es un pueblo, ni una isla. Aquí tendrás que saber defenderte. ¿Comprendes?- Joaquín, lo confirmó- Eres muchacho de pocas palabras.

-Perdón. No quiero ser insolente- él, se excusó-

-No pidas perdón, muchacho. Estás en un lugar desconocido, es descifrable que aún no te sientas cómodo.

-¿La verdad? Me quisiera tomar el primer autobús y regresar.

- No seas asustadizo- golpeó dócilmente su espalda- Vienes aquí persiguiendo un sueño. Algo me comento José.

- José tiene la manía de contar cosas ajenas- dictó, un poco molesto-

- No te enfades. Disculpa mi atrevimiento, mi voluntad es ayudarte.

-No sé como un sacerdote podría ayudarme. No se ofenda, por favor.

- No me minimices. Por dedicarme al sacerdocio, no significa que no pueda auxiliarte en audiciones. Primero tendrás que trabajar, y por consiguiente, pondremos en marcha lo de las audiciones. Gratis  vivirás en la pensión, pero el pan se gana, mi querido jovenzuelo.

-Siempre me gané el pan. No tengo ningún problema en trabajar.

-Lo sé. Te mencioné que José me hablo mucho de ti. Aquí está mi coche.

Desplegó la puerta de la parte de atrás y acondiciono con sutileza el bolso. Abrió la puerta del lado del conductor, lo invito a pasar, y él se declinó a ingresar. Esos segundos solo, un flash lo asaltó, antojándole querer irse a su amado pueblo. La puerta del conductor se cerró, y lo atrajo a su nuevo ambiente.

-Ponte el cinturón-Benicio, ordenó- En este momento conocerás lo que son las calles de tu nuevo hogar- dijo, campechanamente-

Eran las siete de la tarde. Comparó las calles de Constitución con Buenos Aires. A esa hora en su pueblo reinaba la tranquilidad, especialmente, en invierno, en cambio, en aquel lugar, era todo lo contrario, las calles abarrotadas de automóviles. Benicio manejaba con carácter despreocupado, natural y segregado. Lo inverso a Joaquín. Aterrado, presuponía que chocarían de improvisto. En cada calle clavaba los frenos, porque otro auto desenfrenado no respetaba la señal de tránsito. Después de un tortuoso trayecto, estacionaron en una cochera enorme. Bajaron del automóvil. El sacerdote cargo el bolso y recorrieron dos cuadras, alcanzando la intersección de la calle San Martin y la avenida Rivadavia. Encandilado ante la Catedral Metropolitana de Buenos Aires (de la Santísima Trinidad). La inmensidad de la estructura y el lujo que originaba. Perduró por un segundo sitiado en el lugar, giro, encontrándose frente a la Plaza de Mayo y Benicio insinúo que lo acompañe. Lo escolto por un pasillo medio oscuro por las afueras, no conectada a la catedral. Joaquín en silencio le perseguía. En la puerta de la residencia, primero entró Benicio, y encendió la luz.




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