Lena
Nunca entenderé por qué se empecinan en comenzar los ciclos escolares apenas unos días antes del fin de semana.
San Viernes, para muchos un día cualquiera, para otros, su día favorito de la semana, ya que eso es igual a descanso y libertad; para los estudiantes recién incorporados al bachillerato es el inicio de un fin de semana largo con posibles entregas de proyectos a primera hora del lunes, para mí es igual a luchar contra el poderoso, y en ocasiones incontrolable Morfeo, ese que te abraza a primera hora de la mañana, justo cuando la clase más aburrida comienza, te murmura al oído lo bien que se siente perderte en sus brazos, y no solo eso, el descarado coqueto te guiña y te hace ojitos para que sucumbas a sus poderes seductores.
El problema con San Viernes es que a primera hora de la mañana la clase de Metodología de la Investigación —en la que particularmente no estoy muy interesada—, es impartida por el profesor con voz de cuenta cuentos para niños; cuentos para dormir.
La voz del profesor Mikael es como las benzodiacepinas; actúa directamente sobre mi sistema nervioso central, y el de cualquier otro estudiante, llevándote a ese estado semicomatoso del que te es casi imposible librarte; ese donde los párpados poco a poco ganan toneladas de peso, sientes el cuerpo relajado y de un momento a otro el famoso cabezazo se presenta, y no falta quién te haya visto hacer semejante desplante de elegancia. También está el que ha osado a ir más allá de dicho movimiento para encontrarse decorando la superficie de su mesa de trabajo con su propia baba.
— ¿Alguna pregunta? —Silencio es todo lo que se logra escuchar en el aula, y si prestas un poco de atención, el delator ronquido de uno o varios de nuestros compañeros de clase —. Porque todo esto vendrá en su examen.
Nada, ni una sola alma abre la boca.
La vibración de mi teléfono evita que mi rostro se imprima sobre la hoja en donde las letras bien hechas van perdiendo forma hasta quedar en un montón de garabatos y líneas sin ton ni son.
Adele — Por favor, ¿has visto al zombi que tienes detrás de ti? Pareciera que se le va a caer la cabeza, eso o quiere sorberte el seso.
Arrugo la frente sin saber de qué rayos habla mi mejor amiga, antes de que pueda responderle ella me envía una foto de Valerio, uno de los chicos del equipo de fútbol de la escuela; algo muy parecido a un ser humano y un extraño ser nunca antes visto con la cabeza en una extraña posición que va de chueca a completamente echada hacía atrás, un ojo cerrado y el otro a medio abrir y en blanco, la boca abierta y el característico hilillo de baba en la comisura me saluda.
Me tengo que llevar la mano a la boca para ahogar una carcajada, haciendo un sonido que se parece al relinchar de un caballo y el gruñido de un cerdo, para mi horror, la clase entera —incluyendo al profesor—, se vuelven hacia donde yo me encuentro con miradas consternadas. Poniendo en práctica todo mi autocontrol para evitar verme culpable, me vuelvo hacía atrás para encontrar a Valerio en la misma posición que la de la fotografía.
Me iré al infierno por esto, pero si van a culpar a alguien de tan excepcional sonido definitivamente no será a mí.
— Señorita Castillo, ¿sería tan amable de despertar al despojo de compañero de clase que se encuentra en una extraña etapa de... metamorfosis? —Un montón de risas ahogadas, incluyendo la mía, rompen el tenso silencio.
— Por supuesto, profesor —dejando de lado la culpa porque descubrieran al arquero del equipo durmiendo la mona en clase me aclaro la garganta —. ¿Valerio? —nada, mi despojo de compañero de clase sigue en las mismas. Lo intento de nueva cuenta una vez más —. ¿Valerio? Valerio, despierta —El chico ni siquiera se mueve.
— Déjame a mí.
Connor, mi otro mejor amigo, y amigo de Valerio se acerca a él, con la atención de todos puesta sobre ellos dos lleva ambas manos a la silla en donde Valerio reposa, cuál bella durmiente; antes de que alguien pueda detenerlo Connor comienza a hacer temblar la silla.
— ¡Un temblor! ¡Está temblando!
El pobre chico que de por sí ya es pálido, salta, llevando la mirada a todos lados, su siempre alborotado cabello rizado rebota en su cabeza. Valerio se pone de pie en estado de alerta con los ojos abiertos de par en par, el verde de estos se ha perdido por lo negro de su pupila dilatada, pasa un suspiro y es entonces que todos se sueltan a reír.
El profesor, molesto, reprende a Connor por su acción, y a Valerio por su desvergüenza, este último se pasa el resto de la hora enfurruñado.
La chicharra suena después de una interminable hora, indicando que el martirio de San Viernes finalmente ha terminado, las clases de aquí en adelante son más llevaderas.
— Eres un idiota —se queja Valerio golpeando a Connor en el hombro.
— Vamos, me la debes por lo del otro año. Amigo, me pasé parte de las vacaciones castigado y trabajando en despegar chicles debajo de los pupitres.
Con su discusión en curso me muevo rápidamente a donde mi amiga se encuentra luchando por mantener su proyecto de arte cubierto. Adele podrá afirmar que detesta esa materia, pero tiene talento de sobra para sobresalir en esa área de la vida.
— ¿Lo terminaste? —suspira llena de alivio, sus grandes ojos azules brillan de felicidad.
— Lo hice, finalmente. Me tomó todas las vacaciones, pero finalmente terminé.
Caminamos hacia los casilleros, y llama mucho mi atención que varias miradas se dirigen directamente hacía nosotras, más concretamente en mi dirección.
— ¿Tengo algo pegado en la cara? ¿Un moco o algo así? —ella arruga a frente.
— No, ¿por qué?
— ¿No has notado que nos están viendo algo raro? —analiza nuestro entorno.
— Pues no —se detiene con la cara roja.
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Editado: 13.09.2021