Juguetes, juguetes, ¡juguetes por todos lados! Son tan brillantes y coloridos… ¡Y están por doquier! Quiero morderlos y arañarlos, pero cuando lo hago alguien termina gritándome, no sé por qué, yo solo quiero jugar. Aún así, sigue siendo muy divertido ver tantos de ellos, hace un tiempo todos empezaron a llenar de juguetes sus puertas, sus ventanas, incluso la señora de la esquina, puso juguetes en su casa.
—Ya llega la Navidad —Me decía sonriente aquel día mientras colocaba juguetes en su ventana— Mis hijos vendrán a visitarme, vendrán desde otros países solo para visitar a esta viejecita, ¿imaginas la emoción que siento, cachorro?
Supuse que fue la misma emoción que sentí cuando me dio uno de los juguetes como regalo de navidad adelantado, ella los llamaba adornos navideños, no lograba terminar de comprender la famosa navidad, pero gracias a ella tenía un nuevo juguete, así es que empezaba a gustarme
Solía tener muchos juguetes, eran de mi niña, pero ella siempre me dejaba jugar con ellos, menos con sus muñecas.
—Mis muñecas no, Scott. A ellas no las puedes destrozar. —Solía decir enojada. Me ponía triste cuando se enojaba conmigo y cuando estaba triste ella corría a abrazarme.
Extrañaba mucho sus abrazos, extrañaba mi casa, ha pasado ya mucho tiempo desde aquella vez que me sacó al parque, estaba muy emocionado porque me quitaron la correa, corrí detrás de una mariposa, estuve a punto de atraparla, pero la perdí. Cuando quise regresar me di cuenta de que no sabía cómo, aquel día perdí a mi familia, mi hogar, mi niña…
Pasé días buscándolos, sobreviví comiendo sobras que encontraba en la basura, hasta que conocí a la señora de la esquina, esa viejecita vivía sola y me daba comida a cambio de pasar tiempo con ella. El resto del día lo pasaba correteando por ahí, no tenía mucho que hacer.
Hoy tenía un juguete nuevo y podía jugar con él, lo llevé hasta el callejón en el que me hospedaba desde que me quedé sin casa y me entretuve mordiéndolo. Estaba muy feliz con mi juguete nuevo.
Levanté mi cabeza cuando escuché alguien entrar, eran los niños malos, a uno le gustaba tirarle piedras a los cachorros como yo y el otro se reía observándolo, intenté ocultarme detrás de unas bolsas de basura que habían, estaba temblando, tenía mucho miedo.
—¿Por qué te escondes perro asqueroso? ¿Nos tienes miedo? —Dijo burlonamente— Te trajimos un pequeño regalito… —Añadió acercándose.
Por favor váyanse, no me hagan daño.
Escuché sus pasos detenerse muy cerca de mí. No podía ver qué hacían, no quería salir de mi escondite.
—Nuestro regalo es especial, es algo… Explosivo. —Dijo antes de salir del callejón corriendo y riéndose junto a su amigo.