Mi noche no fue para nada buena, no deje de llorar en toda la noche, imaginar lo que mi hija ahora estaba pasando hacía que mi corazón doliera, ¿cómo podía una persona ser tan cruel con un niño?, aún no podía entenderlo, sabía que podría pelear por la manutención de Emilia, lo había pensado toda la noche, pero yo no era nadie, ellos tenían mucho dinero y poder, perdería mi tiempo.
Me levanté a eso de las siete de la mañana, tenía que buscar una trabajo, y aceptaría lo que fuera, no podía perder más tiempo y mucho menos seguir aguantando las exigencias de Henry, ya no más, era verdad que solo tenía veintidós años, pero para salvar y luchar por un hijo eso era lo que menos importaba, era muy ingenua y buena, pero no estúpida.
Observó un apartado del periódico que tengo en mis manos y algo llamó mi atención. Están necesitando una secretaria, puede que no tenga estudios o algo así, pero siempre fui buena para las áreas administrativas, yo era la encargada de eso en la pequeña tienda que tiene mi familia. Con rapidez me arreglo y salgo de la casa dejando a mi hija con Alisson.
En el trayecto no dejaba de pedir a Dios que me echara la mano, necesitaba un milagro ahora mismo, mi hija solo tendría su tratamiento por seis meses y la amenaza de su abuela aún seguía muy latente en mí y no dejaba de causarme miedo. Llegué a la pequeña empresa de arquitectura, la recepción era pequeña y según lo que decía el anuncio, un arquitecto reconocido era quien necesitaba la secretaria.
—Buenos días, vengo por la vacante de secretaria —digo observando a la señora de edad en recepción.
—Oh, claro querido, eres la primera, pasa al piso tres, el arquitecto Rodríguez te espera —asiento sonriéndole y siguiendo al ascensor, las manos me tiemblan cuando entro, espero poder conseguir esto, lo necesito.
El ascensor se detiene en el piso tres y con paso torpe bajo de él para caminar hasta la puerta frente a mí, me detengo antes de tocar y respirando dos veces toco.
—Adelante —tomo la perilla y abro recibiendo una deliciosa fragancia en mi rostro. Un hombre de unos treinta años muy apuesto me sonríe.
—Tú debes ser la chica de la entrevista —asiento aun alucinando por su belleza.
—Si… Soy Ariel
—Bien, Ariel, cierra la puerta y toma asiento, por favor —hago lo que me dice y camino hasta la silla vacía frente a él, cuando tomo asiento observo mejor el lugar, es una oficina pequeña, pero elegante y muy organizada —. ¿Puedes entregarme tu currículo?
Despabilo entregándoselo en sus manos y viendo como lo ojea, Dios, por favor que no digan nada, porque está prácticamente vacío.
—¿No tienes estudios universitarios? —suspiro negando, lo sabía, era muy complicado que me dieran este puesto.
—La verdad solo pude terminar mi segundaria, quede embarazada muy temprano y después de eso no pude terminar, solo tengo un curso de informática y ya —asiente mirando de nuevo mi currículo.
—Pero tus calificaciones escolares fueron muy buenas, eras un genio —rio porque el hombre sí es simpático.
—Solo era muy aplicada, nada más.
—Quisiera decirte que el trabajo es tuyo, pero este empleo necesita de una persona con conocimientos en administración, lo siento mucho, Ariel —niego entrando en desesperación por sus palabras.
—Por favor, necesito el empleo, le prometo que puedo hacerlo, aprendo rápido, se lo suplico, necesito esto —digo sollozando, Dios que pena, pero no puedo controlarlo, todo está cayendo sobre mis hombros con más fuerza y no se que más hacer.
—Oye cálmate, ¿Qué pasa?, ¿por qué estás tan desesperada? —observo mis manos para que no me vea a la cara, porque ahora mismo me siento muy estúpida.
—Mi hija tiene solo cuatro años, en unos meses cumple cinco y tiene Linfoma Hodgkin Estadio I, se que esto no es de su incumbencia, pero necesito el empleo, una chica de mi edad sin experiencia ni estudios solo puede aplicar para ser mesera o lavar baños. Ya lo usé, y lo volvería a hacer, pero ahora eso no me alcanzará, necesito algo mejor.
—Ariel, ¿puedes verme a los ojos? —asiento levantando la mirada, el hombre es hermoso, pero eso no es lo que me asombra, sino las lágrimas aún no derramadas en ellas.
—Mi hijo de ocho años murió hace unos meses de leucemia, se por lo que estás pasando, no puedo darte este trabajo, pero si te sirve, tengo una vacante para los servicios varios de la empresa, es mejor pago que en una cafetería, ¿aceptas? —asiento frenética.
—Claro que sí, muchas gracias, y lamento lo de su hijo, señor Rodríguez.
—Dime, Esteban.
—Muchas gracias, Esteban.
***
Regrese a casa con una gran sonrisa en el rostro, mi sueldo era dos veces lo que ganaba en la cafetería, podría ahorrar por los seis meses restantes para el tratamiento de mi hija, sabía que solo podría pagar unas dosis, pero buscaría otra manera de poder tener un dinero extra. Esteban era un hombre muy caballeroso y bueno, estaría agradecida con él por el resto de mi vida, hacer esto era muy valioso para mí.
Entro en mi casa y me quedo de pie en la puerta cuando veo a Dorotea y Henry en la sala con mi hija que mira en piso.
—Buenos días —digo cerrando la puerta y llamando la atención de ellos.