Conquistando Al Francés

PRÓLOGO.

Este fue el duodécimo trabajo de Christina. Al menos aquí el salario fue un poco más razonable, no hubo rechazo por parte de sus compañeros por ser extranjera, y hasta entonces, nadie la había acosado. Definitivamente, este empleo fue el mejor desde que llegó a Francia.

En su país fue profesora de preescolar, pero como migró indocumentada, tuvo que hacer de todo menos ejercer su verdadera profesión. Aunque como mesera no lo pasó mal, especialmente cuando llegó un cliente en particular. Para Chris fue inevitable mirar más de la cuenta a aquel apuesto francés.

El magnetismo que sintió por él fue casi automático. Alto, rubio y con unos ojos azules tan profundos que, cada vez que entró a pedir su café, ella perdió el hilo de lo que estaba haciendo.

—¿No te pareció atractivo, Camile? —preguntó con un suspiro, apoyándose en la barra mientras descansaba el peso de su cabeza en ambas manos, imaginándose por un instante al hombre que le aceleró el corazón.

Camile, su amiga y compañera de trabajo, fue francesa, estudió por las noches y trabajó como mesera por las tardes. Rodó los ojos. Cada vez que ese hombre apareció, Chris no hizo más que hablar de él y soñar despierta. Para ella, ya fue un poco cansado.

—Ya sé de quién hablas. Si te soy sincera, a mí me pareció bastante normal... —respondió. Habló español con fluidez; lo practicó con Chris cada vez que pudo.

—Debe ser porque estás acostumbrada a verlos desde que tienes memoria. Pero si fueras a otros países, verías de todo tipo...

—¿En tu país fueron lindos, Chris? —preguntó la pelinegra con una sonrisa coqueta y cómplice, acercándose a su amiga, que había dejado la barra para limpiar una mesa.

Christina detuvo el paño sobre la superficie.

—Hubo mucha variedad. Supuse que fue cuestión de gustos. Por ahí te encontraste un catire, das la vuelta y ves a un morenazo... Pasó lo mismo con las mujeres: unas parecieron criollas, otras europeas. Así fue Latinoamérica en general, sobre todo en los lugares con mucha migración.

—Soñé con que algún día me llevaras, Chris —dijo Camile, sacándole una sonrisa a su amiga.

—Una vez me volviera millonaria, te llevaría a recorrer el mundo. Supe que te encantaría.

Camile dejó la escoba y suspiró, añorando ese sueño de viajar por todos los países y hablar cada idioma.

—*Bonjour* —dijo una voz masculina.

Camile abrió los ojos. El joven y guapo cliente se sentó en su mesa de siempre.

Chris se acercó y le susurró:

—¿Otra vez? Pensé que no volvería... Pero cada vez que creímos que no vendría, ahí estuvo.

Camile, de ojos verdosos, lo miró con curiosidad.

—Hasta entonces lo único que supimos fue que era soltero. Ya sabes, aquella vez que escuché su conversación por teléfono... ¿Crees que solo necesitó compañía? —preguntó con tono detectivesco y juguetón, haciendo reír a la castaña.

—Siempre vino solo, Camile —dijeron las dos mientras él leía el periódico—. Creímos que solo disfrutó de su soledad. Además, supimos que había salido en revistas y...

Camile miró a Christina y notó que se sonrojó.

—¡Ay, Christina! No me digas que te gustó y lo espiaste...

—¡Claro que no! —defendió su dignidad—, yo solo... Bueno, tú sabes que me gustó comprar revistas. No me juzgues.

Camile cruzó los brazos y alzó una ceja. Fue evidente que no le creyó absolutamente nada.

Chris lo supo y no tuvo de otra que rendirse, levantando las manos en señal de rendición.

—Tienes razón... Pero míralo ahí, tan solito y...

—¿Solito? —preguntó Camile con burla, alzando una de sus cejas.

La castaña sacudió la cabeza negando toda idea loca de esas que la metieron en problemas, como aquella noche cuando casi la metieron presa en la Torre Eiffel, por estar alterando el orden público.

—Camile.

—Dime, Chris.

—¿Qué pasaría si...?

—¿...Si? —preguntó, esta, confusa, mirando el rostro de Chris, como se acentuaba cuando le llegaba una pésima idea.

—Creí que primero debiste ir a llevarle el croissant y la taza de café, que siempre ordenó. Tal vez y te diera su número al fin, eh.

Camile rodó los ojos. Cristina no se animó aunque ese hombre llamara tanto su atención.

—No me interesaron los hombres, por ahora Christina.

Chris rió y la animó a ir a llevarle el pedido favorito de este hombre, Camile cedió a la petición de su amiga. Un rato más tarde, la francesa llegó de nuevo a su lado detrás del mostrador.

Vino con una sonrisita.

—¿A que no adivinas qué me dijo?

Chris la miró con sorpresa.
—¿Te dio su número?

—¡No que va! —Chris se desanimó—. Me dijo que le encantó este lugar porque sus empleadas fueron muy hermosas... Ah, ¿te imaginas mi rostro de: Oh, pero qué halago tan inesperado por parte de usted, mi buen hombre?

La joven latina rió sin parar con las ocurrencias de la francesa. Entre todas las odiosas chicas con las que una vez trabajó, al fin se encontró con una que fue tan linda y amable.

Muchas de las que conoció, le hicieron pasar muchos malos ratos, por solo ser de otra nacionalidad.

También porque Christina no pareció el estereotipo "Latinoamericano", que contó con ser de piel oscura y ojos negros.

Tampoco pareció una europea con ojos azules, y piel de porcelana, no ella sí que fue blanca, pero con ese bronceado caribeño que las distinguía de las clases, con ojos de un café muy claro, y cabello castaño, de baja estatura en comparación a las personas altísimas que se encontró por doquier.

Una de las cosas que más llamó la atención de ella, fue su cuerpo, una obra de arte para tan poco tamaño, fue de baja estatura, pero con gran atractivo físico.

El hombre que estaba sentado a unos metros de ella, dijo en su idioma: "¿Alguien puede venir, por favor?"

Chris asintió a Camile, que le dijo con la mirada que fue su turno de ir. La francesa aceptó y la extranjera le susurró:
—¿Qué pasaría si conquisté a un francés?




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