Meses después. Pascuas en París.
El sol brillaba sobre los tejados y bañaba de luz dorada las calles del barrio. Niños corrían con canastas llenas de huevos de chocolate, parejas paseaban bajo los árboles en flor y el aire olía a pan dulce y primavera. Christina estaba sentada en una banca cerca de su departamento. Era festivo, no trabajaría hasta el día siguiente.
Tenía el presentimiento de que ese día sería diferente.
Observó a dos niños con las caras manchadas de chocolate, riendo mientras sus padres los llamaban. Se preguntó qué estaría haciendo si estuviera en su país. Seguro en la playa con su familia, disfrutando del mar.
Sacó su celular y abrió Instagram. Con los ojos llenos de lágrimas, vio las fotos de su familia celebrando juntos, nostalgia pura.
El año anterior había pasado Pascuas con Camile y su familia en un pueblo cerca de París. Había sido asombroso: naturaleza, tranquilidad, comida deliciosa. Pero ahora, todo era silencio.
De pronto, una presencia a su lado rompió el hechizo.
Gerard. El mismo francés que la había decepcionado meses atrás, no lo había visto desde aquella noche en el restaurante y ahora estaba allí, como si el destino se hubiera burlado de ella.
Llevaba lentes de sol, bermuda, camisa blanca y zapatillas. Se los quitó lentamente, dejando ver sus ojos azules. Sabía que era atractivo. Lo usaba como un arma. Pero esta vez no había torpeza ni sonrisa fingida. Solo calma. Seguridad.
—*Bonjour, mi Lady* —dijo con voz profunda y acento marcado.
Christina odió que su voz sonara tan atractiva. Lo miró con frialdad.
—¿Se te perdió Camile, Gerard?
Él esbozó una media sonrisa.
—Hola a ti también. Supongo que no has vuelto a hablar con tu amiga. Lamento que, por mi culpa, se hayan dejado de tratar.
Christina respiró hondo. No quería que él notara que aún le dolía, pero ya era tarde. Su mirada lo delató.
—No fue por tu culpa —dijo.
Él alzó una ceja.
—Salí con ella un tiempo. Siempre habló bien de ti. Me contó que no le volviste a hablar, que cambiaste de número. Pensé que fue inmaduro de tu parte.
—¿Qué te hace creer que cambié mi número por Camile? Baja de esa nube, ¿sí? No sabes nada de mi vida, así que no opines.
Gerard tensó la mandíbula. No se inmutó. —¿Por qué te defiendes tanto? No te he hecho nada.
Ella cerró los ojos, buscó calma. —No es mi mejor día.
Gerard miró alrededor.
—En Pascuas deberías estar feliz. Seguro cenarás algo rico con amigos o familia.
Familia. La palabra le dolió, en unas horas tendría una videollamada con ellos. El año anterior, Camile estuvo a su lado y sus padres se alegraron. Este año, estaría sola. Y lo sabrían. Seguro le pedirían que regresara. ¿Volver sin nada? Jamás.
—No tengo amigos —confesó—, solo compañeros de trabajo. Mi familia está al otro lado del mundo, ya puedes burlarte.
Gerard guardó silencio.
—¿No vas a decir nada? Bien. ¿Por qué estás aquí? La última vez que te vi, no pensé que volverías a acercarte.
—De hecho, sí vine por algo —dijo él, serio—, quería decirte que…
El celular de Christina sonó. Ella le tapó los labios con los dedos, nerviosa.
—¡Es mi familia! Piensan que estoy pasándola bien. No saben que estoy sola, que no tengo vida social… Seguro me pedirán que regrese y llevo rato pensando en esa idea.
—¿Vas a contestar? —preguntó él.
Ella dudó, pero deslizó el dedo. En la pantalla aparecieron su madre, su abuela, su hermano.
—¡Christina! ¿Cómo estás, hija? Te extrañamos otro año en la playa. Sabes, hemos venido en familia y recordamos cuando nos acompañabas… Te extrañamos, pero sabemos que estás cumpliendo tus sueños. ¿Y tú? ¿Estás pasando un feliz día de Pascuas?
Ella no respondió. Solo los miró, con el corazón apretado.
—Oye, hermana, ¿dónde está Camile?
—Camile no está —respondió, nostálgica.
—¿Ah, no? —preguntó su abuela—. Mi niña, ¿y con quién estás este día?
Christina tragó saliva. Iba a mentir. Iba a decir que saldría a ver una ópera, que todo estaba bien.
Pero antes de hablar, Gerard tomó el celular de su mano.
Y sonrió.
—*Bonjour, famille. No se preocupen por Chris, hoy almorzará conmigo en el parque, mañana irá a casa de mis padres. ¿No les ha contado que somos novios?
Christina parpadeó rápido. ¿Qué acababa de decir?
—¡Gerard! —murmuró, con los ojos encendidos.
Él la ignoró. Sonrió a la pantalla. —Mucho gusto. Espero hacer feliz a su tesoro. Por cierto, me dijo que le encantan los abrazos, le daré uno por usted.
Y, sin pedir permiso, pasó el brazo sobre los hombros de Christina y la atrajo hacia él. Sus brazos eran fuertes. Su tacto, intenso. Y encima, le acarició el antebrazo.
«¡Está acariciándome!» Ella contuvo el impulso de empujarlo. —Oh, casi se me pasa —dijo Christina, forzando una sonrisa—, él es Gerard. Llevamos saliendo unos meses y sí, pasaremos Pascuas juntos.
—¡Qué bueno, mi niña! —exclamó su madre—, es muy guapo. Esperamos que la hagas feliz, Gerard.
—Con mucho gusto —respondió él, con naturalidad.
—Por cierto —agregó la abuela—, le gusta que la abracen mucho. Por favor, dale uno por mí.
—Con gusto —dijo Gerard—. Le daré muchos.
La familia rió. Christina lo miró como si pudiera fulminarlo con la mirada.
—Pide la bendición, mi niña —dijo su madre—, ya nos vamos a preparar la parrilla.
—Bendición, ma’… bendición, abue… Cuídense mucho y Edward, deja de salir con esos pandilleros.
—Dios te bendiga, mi niña —dijeron al unísono.
La abuela añadió:
—Se ven lindos juntos. Dios te bendiga también, Geruar.
Gerard sonrió, encantado.
—Se dice Gerard, abuela.
—¿Tú entendiste?
—Sí, abuela.
—Entonces, ¿cuál es el dilema? Ay, estos niños de hoy.
Gerard se inclinó hacia Christina.
—Dile que “Amén”. Así se responde.
Ella susurró:
—Amén.