Gerard llevaba aproximadamente dos horas esperando en su auto frente al edificio de Christina. Había dicho que se estaba preparando para salir. Marcó en su teléfono el número de la mujer y le llamó.
—¿Estás con vida?
Escuchó la puerta del edificio abrirse. Era ella, que venía con el teléfono pegado en su oreja.
—Ya estoy lista. Eres un desesperado.
Gerard la observó de pies a cabeza. Llevaba puesta una falda amplia a la cintura y un suéter de cuello de tortuga. La falda quedaba un poco más arriba de sus rodillas. Sus piernas estaban cubiertas por unas botas de caña alta. La noche era fría y había optado por un abrigo color beige y, por último, un bolso negro para complementar la vestimenta.
Ella era simplemente radiante.
—He perdido la cuenta de cuánto tiempo llevo esperando. Y eso que los franceses no somos puntuales.
Chris asintió, dándole la razón. Tal vez sí se había tardado un poco demás. Pero, para ser justos, él había llegado treinta minutos antes. Parecía que en serio iba la cosa con sus padres.
—Si vamos a hacer esto, debes saber que una mujer tarda en arreglarse. ¿Crees que todo esto se logra en treinta minutos? Pues no pero claro, ustedes no entienden.
Gerard prefirió no meterse con ella.
Una hora más tarde, llegaron a una lujosa propiedad no muy lejos del centro de París. Los jardines eran amplios, cuidados con esmero, con árboles y setos recortados en formas simétricas, casi ceremoniales. Era evidente que aquel era el lugar donde Gerard había pasado su infancia. De hecho, todo en el entorno lo confirmaba: cada detalle de esa mansión susurraba tradición y privilegio. Todo era elegante, calculado, perfecto y de pronto, ella se sintió desnuda, pequeña y fuera de lugar.
¿Estaría usando la ropa ideal para una cena alli? Observó a Gerard, que apagaba el auto frente a la mansión. —No me has dicho cómo debía venir. Mírame. ¿Crees que estoy bien?
El hombre la observó de arriba a abajo y sonrió coquetamente.
—Estás bien.
Ella levantó una ceja e inquirió:
—¿Bien? ¿Solo eso? Ay no, Gerard. Negó con la cabeza y sus ojos destellaron ansiedad. No pienso bajar del auto si no estoy vestida adecuadamente para la cena.
Se cruzó de brazos, muy indignada.
El francés dejó de mirarla y se recostó pesadamente en el asiento.
—Solo es una cena.
—¡Con tus padres, Gerard! ¿Te gustaría llevar una chica así, mal vestida? Tus padres no estarán muy orgullosos. Ay no. ¿Qué mal estaré yo pagando? — ella dejó salir mucho aire de sus pulmones, dramáticamente.
Él, viendo la escena un tanto confuso, agregó:
—¿Todas ustedes son así?
—¿Así cómo?
Volvió la vista al jardín, el francés.
—Dramáticas. No me importa si vistes bien o mal— Christina lo observaba hablar, paralizada. Solo quiero que conozcas a mis padres y listo, lo demás es tu problema.
La joven mujer asintió, convencida de que este era el mayor de los idiotas. Era cierto. No había venido aquí más que por un acuerdo. Claro que en esto no había un mínimo de buenas intenciones.
Gerard se encogió de hombros, indiferente a lo que ella pensara. —Te lo voy a decir, Christina —dijo seriamente—, en este juego ganamos los dos. Tú porque necesitas entrar en la sociedad y mira, que conmigo eso lo tienes fácil. Y yo porque de esta manera mis padres me dejarán en paz con la cuestión de una mujer, si me sigues el juego, en todo lo que diga o haga, te aseguro que ambos saldremos ganando.
Christina, en ese momento, se encontraba con sus ojos totalmente cerrados. Pero él tenía razón en cierta parte. Ellos dos saldrían ganando de cierta manera. Ella necesitaba conocer personas influyentes que la ayudaran a avanzar y él quitarse a sus padres de encima.
—Y… ¿Qué piensas hacer después? Volteó a mirarlo. Digo, luego de esta noche. ¿Solo dirás que tienes novia y ellos te dejarán en paz?
Él miraba el jardín por encima del cristal de la ventana del auto.
—Sea lo que sea, tú solo sigue el juego ya sabes, todos salimos ganando. ¿Aceptas? Si es así, debes mentalizar que estarás conmigo cada vez que te necesite y así podremos ir avanzando.
—¿Hasta qué punto avanzaremos? Inquirió dudosa.
Él respiró de manera antipática y respondió:
—Hasta el punto que sea necesario. Te aseguro que conmigo conseguirás pertenecer a esta ciudad. Quizás y pronto puedas regresar a tu país y ver a tu familia. Luego regresarte y seguir con tu vida en el extranjero.
La idea parecía magnífica a simple vista. Pero algo dentro de ella le dijo que esto solo traería un desastre inminente.
Todavía sintiendo esta sensación, respondió al francés. —Solo quiero estar bien.
—Lo estarás. Te lo aseguro — respondió Gerard.
Un mayordomo abrió la puerta del auto para Christina y otro ayudante para Gerard. Ya con esto, se imaginó Christina que esta familia era distinguida.
—Gracias —musitó asombrada.
Gerard se acercó a su acompañante, acercándose al oído de Christina y pidiéndole que cerrara la boca. Ella desvió la mirada, aunque internamente estaba un poco apenada por la situación. Aún así, no le daría el gusto a ese hombre de verla así.
—Buenas noches, joven Gerard y a usted también, señorita…
—Christina —se adelantó Chris a presentarse con una sonrisa en sus labios—. Mucho gusto.
—Sus padres y hermanos lo esperan, joven Gerard —habló el mayordomo.
Christina miró con extrañeza a Gerard. Aun así decidió no preguntar. La mansión era preciosa, como de esas películas que solía ver Chris con su madre y abuela, mientras su hermano Edward se quejaba de la elección de películas de las mujeres de la casa.
Volvió a la realidad en cuanto sintió que alguien le tomaba de la mano.
—¿Estás lista?
Ella levantó una ceja ante el comentario del francés. ¿Qué pregunta era esa? Christina Avalos siempre estaba lista. Miró a Gerard con suficiencia.
—Mi pregunta es, ¿estás listo tú para presentarme a tus padres?