Christina dio un respingo en cuanto escuchó la puerta.
—¡Debiste decir algo, Christina! —bramaba molesto el francés.
Ella, indignada, miraba a Gerard con la esquina del ojo. Era notorio que se encontraba ofuscado por la manera en que peinaba su alisado cabello hacia los lados con ambas manos.
—¿Ocurre algo? —se puso de pie. No iba a seguir ahí aguantando el mal humor de Gerard. Tomó el abrigo y su bolso, dispuesta a irse.
—¿Disculpa? ¡A mí no me alces la voz! —dijo señalando con el dedo a Gerard—. Yo quería irme y te lo dije antes de iniciar tu teatro, pero el señor tengo todo bajo control insistió en quedarse, ¿no lo recuerdas? —habló Christina con sarcasmo.
No le agradaba en absoluto el tono que aquella pequeña mujer usaba con él. Había sido todo un desastre, y ella tenía la desfachatez de culparlo a él por todo, cuando la culpa la tenía ella por su melosa y sobrecargada actuación.
¿Desde cuándo un duende como ese le había levantado la voz? Jamás. — ¿A dónde vas, mujer? Es más de media noche... —inquirió Gerard, yendo tras la castaña.
— ¡A cualquier lugar donde no estés tú, Gerard! En serio, no sé cómo pude fijarme en ti cuando ibas a la panadería. ¡Dios, debí estar demente! —espetó molesta la latina, con un tenue tinte rosa en sus mejillas.
—Bien, Christina —la detuvo del hombro y tomó una bocanada de aire, aceptando que en ese momento no estaba siendo racional. En su defensa, no había sido una noche fácil. Odiaba que las cosas se salieran de control y Christina había improvisado muchas cosas que pudieron salir mal. ¡Esa mujer definitivamente no era fácil de controlar!
—Escucha, Chris —volvió a decir—, no fue intencional alzar la voz. Es solo que no ha sido una noche fácil... Además, ya viste a mi familia y sabes cómo son...
Chris dio la vuelta, buscando el rostro de Gerard. Su padre no le pareció una mala persona, pero no podía decir lo mismo de su madre, que desde que llegó a la mansión no dejaba de hacer comentarios con doble intención. Además, sus miradas casi gritaban lo mal que le había agradado esa señora. De sus hermanos no había mucho que decir: Sebastián apenas habló, pero Gabriel era demasiado burlista y sus comentarios, de mal gusto.
—Está bien, Gerard —extendió su mano derecha—, hagamos una tregua, sí.
—Tregua... —repitió el francés, confundido por lo que la castaña había pedido.
—Mientras estemos en casa de tus padres, seamos una pareja que derrame mucha miel y así no les quede ninguna duda de que somos pareja: una muy feliz y enamorada pareja... y tanto, que besarías el suelo que yo piso —comentó Chris, esto último con sarcasmo.
—Está bien —secundó Gerard, estrechando la mano de su "novia" en un trato de medianoche—. Podemos ser una pareja, Christina, pero sin tanta miel, ni adulación y nada de cursilerías.
Reía ante el gris e inexpresivo francés. De donde ella venía, siempre se era afectivo con la persona especial. Cuando conoció a Gerard, quedó con la boca abierta, llegando a soñar despierta viéndose casada con ese francés. Ahora que lo conocía, se había llevado una decepción. Lo que Gerard tenía de apuesto, lo tenía de frío y apático. Nada que ver con ella.
—Y eso que los franceses son los románticos...
Él quiso dibujar una sonrisa en sus gruesos y carnosos labios, pero no le permitió gozar de esa dicha.
—Ya es tarde. Lo mejor es que te duermas —dijo, ignorando el comentario de la castaña.
Christina observó la habitación, y su atención fue a la única cama del lugar. Se preguntó, ¿cómo dos personas dormirían en la misma cama? Gerard fue al baño. Al salir, traía un pantalón de pijama negro y una camiseta del mismo color. Pero Christina aún seguía estática en el mismo lugar.
—¿Ocurre algo? —inquirió Gerard, adentrándose en la cama.
—¡¿Dormiremos en la misma cama?! —cuestionó la castaña latina, con exaltación en sus palabras.
El francés se encogió de hombros, sin entender cuál era el problema en dormir juntos.
—Christina... no veo algún problema en dormir juntos. Además, si tanto te incomoda, puedes poner almohadas en medio —resolvió Gerard con simpleza.
—Bien. Tú ganas... —se acercó a la cama, se quitó las botas, puso un par de almohadas en medio de ella y Gerard y luego se cubrió con las cobijas—. Buenas noches.
Gerard se movió en dirección de Christina. La castaña se había acostado con la ropa puesta.
—¿Y vas a dormir así?
—¿Así cómo? —cuestionó Christina, confundida por la pregunta del francés.
—Eh... pues, con esa ropa puesta. ¿No estás incómoda?
—No tenía planeado quedarme aquí, Gerard y no voy a quedarme en ropa interior contigo en la misma cama.
Gerard se levantó de la cama y fue al armario. Christina lo miraba, pensando que el comentario le había enojado.
—Toma.
Gerard arrojó una camiseta igual a la que él llevaba puesta. Christina tomó la camiseta al vuelo, musitando un «gracias» al francés. Acto seguido, la castaña se metió al baño para cambiarse de ropa.
Gerard volvió a la cama, tomó el celular que reposaba encima del buró: 1:15 a.m.
—Ya estoy lista —anunció Christina, saliendo del baño con la camiseta puesta.
Era extraño, a la vez. Pensó Gerard, sin entender por qué caminaba hacia la cama como si estuviera en pasarela.
¿Qué onda
con las latinas? Gerard volvió a dejar el teléfono en el buró, centrando su atención en la castaña frente a la cama. La camiseta que le prestó a Christina le tapaba las rodillas; aquella prenda la hacía ver tan pequeña.
—¿Qué miras tanto? —preguntó Christina, dejando su ropa encima de un gavetero, para luego meterse a la cama—. ¿Nunca has visto a una mujer usando tu ropa?
—Así de pequeña, nunca —refutó Gerard, con una curvatura en sus labios formando una imperceptible media sonrisa.
—Cierra la boca —dijo molesta la latina, cubriéndose por completo con las sábanas—, y ya duérmete, gafo...
—¿Qué es... gafo?