Desde que llegó a su departamento, se arrojó a la cama. No tenía ánimos de nada. Todo en su vida iba en declive: le habían negado la renovación de su visa de diez años, y su residencia, de cinco, estaba a solo dos meses de vencer. No quería irse de París. Podía impugnar el rechazo y volver a solicitar la renovación, pero sería un proceso tardío: al menos un año. Un año en el que estaría de forma ilegal.
Se incorporó de mal humor al escuchar que alguien tocaba. —¡Ya voy, un momento! —al abrir, sintió un tirón en el pecho. Por un instante, tuvo la pequeña esperanza de que quien tocaba fuera Gerard.
*«Deja de pensar en tonterías. Ese iceberg europeo no vendrá.»*
— Bonjour, Mme. Simone.
—Bonjour, Christine —respondió la mujer, de vestimenta bohemia—. Pensé que llegarías el domingo. ¿Peleaste con tu chico? —inquirió con notorio interés en sus inquilinos.
—No —respondió Christina, esperando esto, aunque también esperaba que su casera hubiera esperado un poco antes de hacerle visita. Sabía que no era buena idea que Gerard la fuera a buscar a su departamento—. ¿Para qué me buscaba, señora Simone? —empezó Christina, armándose de paciencia. Solo quería comer y terminar de ver El baile de las luciérnagas. Hacía meses que quería terminar esa serie.
—Bueno, llegó un paquete, linda y a mis oídos también llegó la noticia de que ya estabas aquí y me dije. Simone, ya nuestra inquilina favorita, Christine, llegó de su paseo con su novio...
—Genial —se adelantó Christina—, y es Christina, no Christine —corrigió la castaña, con la esperanza de que esa mujer por fin la llamara por su nombre de una buena vez.
—Linda, me alegra saber que tú y ese muchacho estén de maravilla, sobretodo en tu situación y no es que quiera parecer entrometida, pero vi tu correspondencia… aunque fue por error. No quería revisar tus cosas, Christine.
Christina suspiró, rogando paciencia al cielo para no cerrarle la puerta en la cara a esa mujer. — ¿Usted me dijo que tenía un paquete? Supongo que es ese que trae ahí en sus manos.
—Sí, es este.
—Gracias. Si me disculpa, tengo cosas que hacer.
Quiso cerrar la puerta en la cara de la casera, pero ya eso sería demasiado. Fue a la mesa para dejar el paquete, tomó un cutter del cajón de la cocina, abrió la caja… y de inmediato, sus ojos se abrieron desmesuradamente.
Sacó el contenido. Una nota cayó al suelo. La tomó de inmediato. Reconoció la letra: "La abuela Sophie te extraña. Este año terminó tu muñeca. Espero que te guste. Y feliz Pascua, Chris."
Junto a la muñeca, había una caja de plástico transparente con envolturas brillantes. En la tapa decía, en francés: *"Tus favoritos: bombón de avellana para mi nieta de corazón."*
La familia de Camile era lo más cercano que Christina tenía a un hogar. Pero desde hacía mucho tiempo no tenía trato con ella. A veces, la extrañaba.
Dejó los dulces en el refrigerador, fríos eran más deliciosos. Luego volvió a la cama, junto a su nueva compañera la muñeca tejida, obsequio de la nana Sophie. Tomó la laptop para poder, al fin, terminar su serie.
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Una semana había pasado. Ya casi no dolía el tobillo; había dejado de usar la férula. Estaba feliz por haber sanado rápido. Tenía algo de miedo, pues había leído muchas cosas en internet que decían que podía durar semanas, o aún peor, meses. Era la hora del almuerzo. No tenía amigos en su nuevo empleo, así que cada día iba a un pequeño parque justo frente al hotel donde trabajaba para tomar su almuerzo.
El clima, extrañamente, hoy era agradable. El verano no había estado siendo piadoso, pero ese día estaba de buen humor, y lo agradecía. Al menos su uniforme como recepcionista no era incómodo. Al ser un hospedaje, más que un hotel lujoso, la austeridad era propia del lugar.
—Pero miren a quién tenemos aquí —dijo una voz masculina con un tono exagerado de asombro—. No imaginé nunca que te encontraría aquí.
Parpadeó asombrada, luego abrió sus ojos pardos. Su vista no podía fallarle. Solo se preguntaba: ¿qué hacía ese sujeto aquí?
—Bonjour, Gabriel —saludó la castaña con naturalidad—. ¿Qué hacés aquí? —cuestionó sin reparo en quedar como imprudente. Él era un brillante abogado que trabajaba para el gobierno y ese barrio no era de su estatus.
Gabriel arqueó una ceja. No esperaba esa pregunta, aún así respondería a la curiosa castaña.
—Tengo asuntos que atender.
Le pareció extraño ver a la novia de su hermano en ese lugar. Sabía que trabajaba en el hospedaje frente al parque; su uniforme la delataba. Con lo extraño, peculiar y quisquilloso que era su hermano con su apariencia en cada ámbito, no entendía cómo dejaba que Christina trabajara en un sitio así. No tenía nada de malo, pero Gerard era demasiado cuidadoso con todo en su entorno.
— Chris, veo extraño que tú, teniendo a un novio con uno de los mejores restaurantes de París, estés en una banca de un parque comiendo un sándwich sin gracia.
El comentario de Gabriel soltó en Christina una sonora carcajada, a tal punto que terminó ahogándose con un poco de comida. Tomó un poco del té helado que tenía junto a ella.
—Mis sándwiches de ensalada de atún también están ricos. Seguramente más ricos que los mejores platillos en cualquier restaurante de cinco estrellas.
Gerard puede que sea chef y tenga un restaurante adonde van los de nariz más respingada, pero Christina también cocinaba rico. En más de una ocasión pensó en concursar en uno de esos programas de televisión donde hacían competencias, pero aquello no pasó de sus ideas.
— Pues yo también sé cocinar, y tu hermano seguro debe estar ocupado...
—Es cierto —comentó Gabriel de manera jocosa—. La inauguración de su restaurante en Saint-Tropez lo ha mantenido demasiado ocupado. Te compadezco, Christina. Cómo aguantas a Gerard, el tirano.
Sacó un sonrojo y una sonrisa a Christina—, ni tú estás exenta del ogro que es mi hermano pequeño. Supe que te lastimaste cuando caíste de Macarrony. Es un caballo bueno, pero algo hosco. Gerard debió darte a montar a Hierba Buena; ella es una yegua más dócil. En conclusión, Gerard es un tonto. Tú, seguramente, eres especial.