Conquistando Al Francés

CAPITULO 10 PRIMER BESO.

Tenía a Christina tomada de sus pequeños hombros, esperando que ella respondiera algo. La respuesta de la castaña sería un paso más a su creciente imperio. Su padre quería que no solo se hiciera de su propia fortuna; para Antoine Dumont era importante que sus tres hijos establecieran su hogar. Que la familia siempre era el pilar. Aunque para Gerard aquello no era importante. Mejor dicho, para él tener una pareja, y más adelante una mujer, no era relevante. Solo eran distracciones banales.

—Ge-rard —musitó ella, alzando el rostro, conmocionada por la reacción del frío francés—, tus ma-nos.

—¿Qué? — susurró él aún sin moverse.

—Tus manos... bueno, mis hombros, Gerard.

Entendió lo que Christina quería decir de inmediato, retiró sus manos de los pequeños hombros de la castaña. Por un momento olvidó que la tenía sujeta, ella le miraba diferente. Sus claros ojos pardos le veian con un brillo que antes no había visto. Sus mejillas rosadas le daban un aspecto infantil.

—Lo siento, Christina no quería...

Calló los labios del francés con la punta de sus dedos, no quería escuchar aquello, no quería que mencionara que era un error y no creía ser capaz de soportar aquella palabra. Sintió la mano del francés tomarla de su muñeca para, con toda la delicadeza posible, quitar la mano de Christina de su rostro. Se soltó del agarre del rubio con rapidez. Su rostro ardía, sonrojado por la creciente vergüenza. Era la segunda vez que se sentía así de estúpida por culpa de ese hombre. Pero es que la muestra de afecto de Gerard, ante aceptar ir a ese viaje, al parecer era importante para él que ella estuviera ahí. Sabía que era por aquel trato, pero igual le emocionaba verlo así. Era como una edición especial: Gerard gruñón y Gerard feliz.

— ¿Y...?

—¿Qué? —arguyó la castaña, saliendo abruptamente de su hiatus intermitente de recuerdos penosos junto a Gerard.

—¿Aún no me dices qué necesitas para ir a Saint-Tropez?

—Está bien —soltó Christina, desviando la mirada. Un plan se estaba trazando en su cabeza. No estaba segura de cómo soltarle su idea a Gerard, pero él había dicho que ese trato era un acuerdo para que ambos tuvieran beneficios. O como Gerard había dicho, un ganar, ganar. Y era su turno de sacarle un beneficio a ese extraño trato.

—Necesito que hagas algo por mí, Gerard.

Arqueó una ceja ante lo dicho por Christina. Se preguntaba: ¿cuál sería la petición de la castaña? De aquel duendecillo bipolar, cualquier cosa era posible. Una locura era posible. *«Escúchala, al menos no puede ser tan malo. ¿O acaso sí?»* pensó el francés, esperando que la petición de Christina no fuese una locura, o al menos fuera algo razonable y estuviera en sus posibilidades.

—Solo dime, ¿qué quieres? —cuestionó él, cruzándose de brazos.

Notó la incomodidad en los gestos de Gerard. Aquel acto del rubio la hizo retroceder, pensando que quizás no la ayudaría.

—No, nada. Sabes, mejor olvida lo que iba a decir buenas noches, Gerard. Es tarde y debo trabajar temprano.

Se dio la vuelta para caminar a la salida y abrirle la puerta al apático europeo. Ya daba por sentado que con él no obtendría aquello que realmente necesitaba para seguir en Francia. Sintió que alguien le tomaba del brazo, ladeó un poco la cabeza, mirando a Gerard con el rabillo del ojo. «No otra vez no, Chris ya sabes que esto no terminará bien, todo sería más fácil si el jodido francés no estuviera tan ridículamente guapo».

—Solo dime, te dije que ambos saldríamos beneficiados en esto —no perdía nada con escuchar. En lo que llevaba conviviendo con Christina, sabía lo orgullosa que esa mujer podía llegar a ser. Eso sin quitar la cabeza dura que ella era—. ¿Chris...?

—Está bien, tú ganas rechazaron mi renovación de residencia por diez años más en Francia. En pocas semanas estaré en este país como ilegal, Gerard —su voz se quebró un poco. Decir eso no era fácil. Le había costado mucho lograr estar ahí. Ese era su sueño desde que era solo una niña. Muchos se burlaron, y aún cuando salió de casa con sus maletas tras su espalda, podía sentir la burla y el escrutinio de sus vecinos y demás conocidos en su país.

No sabía qué hacer o decir a Christina, ciertamente era un tema delicado. No sabía cómo ayudarla. Lo más que podía hacer por ella era buscarle un abogado para ayudarle a resolver su estatus migratorio, la otra opción era la menos viable, al menos para él casarse, sacudió esas absurdas ideas de su cabeza. *«Eso definitivamente no pasará, Gerard. Claro que no.»* Ayudaría a Christina, pero no sería de esa manera.

—¿Sigues ahí? —inquirió Christina, moviendo su mano de un lado a otro frente al rostro del francés.

—Eh... Sí, claro que sí —dijo, reaccionando a la llamada de Christina—, escucha, aunque no aceptes el viaje a Saint-Tropez, yo te ayudaré. Hablaré con mi abogado. Haré que revise tu caso...

—Gracias, Gerard —dijo con sinceridad. Pero en cuanto Gerard nombró abogados, sus ánimos volvieron a bajar. No podía costear un abogado—, ya te dije que si iría, además tengo unas lecciones pendientes con mi suegro. Le enseñaré a sacarle brillo a la pista de baile —dijo la latina con picardía, guiñándole un ojo. Para Christina, molestar a Gerard se había vuelto un placer culposo, necesario y casi no lo veía. No podía desperdiciar la oportunidad de ver cómo se contraía su rostro ante sus jocosos comentarios.

«Solo ignora eso, Gerard», dijo el rubio mentalmente. No entendía a qué se refería Christina con “sacar brillo a la pista”, pero no quería quedar, de nuevo, como tonto ante su desconocimiento de la expresión. Así que luego lo buscaría por internet.

—Ya debo irme. Te llamaré mañana para todo lo que necesites: boletos y más.

—Adiós, Gerard.

Él salió en cuanto abrió la puerta del departamento. Cerró tras su espalda. «¿Qué acaba de pasar aquí, Christina?» Caminó al pequeño sillón del recibidor, donde la esperaba un gato siamés ronroneando, acomodándose en su regazo.




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