Conquistando Al Francés

CAPITULO 11 ¿QUÉ SOMOS?

«¡¿Qué díantres?!» Intentó hacerse hacia atrás, pero el agarre del rubio le impidió terminar con aquel beso. Lentamente, sus labios se fueron adaptando a esa boca que por mucho tiempo había estado anhelando probar.

Cedió a ese beso que comenzaba a derretir sus barreras como hielo en un día veraniego. Christina no entendía qué era eso que estaba sucediendo. ¿Por qué aquel gesto de cariño? Gerard no había dicho que aquello era parte del trato… ¿O sí y no lo recordaba?

Y así como comenzó, aquel beso también terminó. Las pequeñas manos de Christina le hicieron volver a la realidad. Miraba los grandes ojos cafés de la latina como si con esto ella fuese a obtener alguna respuesta.

—Chris, luego te explico y te pido disculpas por esto. Sé que dijimos que esto no era parte del trato.

¿Era aquello necesario? Para él, claro que lo era, ella seguramente estaría enojada y confundida por aquel beso.

¿Disculpa? No entendía por qué se disculpaba. No quería adelantarse ni hacerse ilusiones, pero para la ella aquel beso significaba un antes y un después… o eso era lo que la chica quería creer.
—Gerard, n-no sé qué quieres decir con ese beso, pero no debes…

—Bonjour, chérie.

Al escuchar aquella voz, Christina giró sobre sus pasos. Eran los padres de Gerard y un hombre más que ella no reconoció. Posó su atención en el francés, que la miraba y suplicaba con los ojos que mantuviera una actitud amable. Sus ojos picaban, reteniendo las lágrimas que morían por salir y bajar libres por sus mejillas, arruinando así aquella película que Gerard había hecho. No. No iba a llorar. No ahí y no frente a ellos. Christina Ávalos se lo dijo, empuñando sus manos con fuerza.

—Bonjour, Christina —saludaba Antoine a su inusualmente callada nuera. La chica no era así. Christina era una muchacha muy habladora y alegre, y ahora tanto silencio… No quería creer que el comportamiento de la chica estuviera influenciado por Gerard. Ella era tan linda y extrovertida; su personalidad era lo que su apático hijo necesitaba—. ¿Linda, ocurre algo?

La castaña negó ante aquella pregunta.
—¿Por qué pregunta eso, señor Antoine?

Besó ambas mejillas de su falso suegro a manera de saludo. Llegó el turno de Amanda; hizo lo mismo que con su suegro, pero con otra actitud.

—Gerard, tus padres me trajeron para mostrarme lo que has logrado, muchacho, y déjame decirte que eres un hombre afortunado —dijo John, estrechando la mano del frío francés—. Tu negocio ha ido creciendo, pero, muchacho, mira nada más esta belleza de mujer que tienes como novia.

Aquel extraño la había hecho sonrojarse como un tomate. «Si ese hombre supiera», pensó Christina con ironía, mirando a un ceñudo Gerard de soslayo. No entendía aquella expresión, pero tampoco le importaba.

—Amor —llamó al frío francés en un tono meloso, sabiendo lo irritante que esto era para Gerard—, aún no me has presentado con el caballero.

—Christina, él es John Stone, socio de mis padres y quien dio a conocer su marca en Estados Unidos.

La expresión de la castaña era algo que lo estaba descolocando. Christina miraba a John con una expresión de niña maravillada.

—Mucho gusto —estrechaba la mano de aquel sujeto, el cual correspondió gustoso el saludo. A leguas se notaba que era americano; su marcado acento le delataba. Era rubio, alto y de llamativos ojos verdes. La latina no calculaba más de treinta y cinco años a ese hombre—. Mi nombre es Christina Ávalos, señor Stone…

Un carraspeo sacó a Chris de su burbuja. Miró a Gerard con la esquina del ojo, y este aún traía esa expresión que ya no sabía, honestamente, a qué se debía.

—El gusto es mío, Chris… Digo, si es que me permite llamarte así.

—Claro que sí —respondió, ensanchando su sonrisa. Aún estaba dolida por aquel beso que le robó el tonto de Gerard, solo para callarla y montar una pantomima con sus padres y ese gringo recién llegado. Sabía que esa cara de limón que tenía Gerard era porque seguramente temía que ella fuera a meter la pata. Aunque no quisiera admitirlo, ella sintió cosas en ese beso: cosas que no podía permitirse, pues el francés muchas veces le recalcaba los intereses reales de esa relación. No relación.
—Le dejaré llamarme así solo si usted me deja llamarle John.

Luego de aquel reencuentro en la piscina, los padres de Gerard sugirieron ir a comer en el restaurante del hotel, que según servía las mejores almejas de todo Saint-Tropez. Pero como Gerard no era nada humilde, dictaminó que serían las mejores hasta que probaran las de su nuevo restaurante. Y así transcurrió el almuerzo entre risas y comentarios animados por parte de John y los chistes de Antoine. Miraba al francés, pero de inmediato desviaba la vista a otro lado. Sabía que estaba enojado; ese era su estado de ánimo más frecuente. Solo esperaba que, al menos, esto le ayudara a no marcharse de París.

•••

La habitación del hotel había sido el refugio donde Christina se había escondido todo el día de Gerard. El rubio le había dicho que podía disponer de nuevo de su tarjeta de crédito y tener todo lo necesario para la noche. Amanda se ofreció para ir al salón juntas, pero Chris rechazó con cortesía aquella salida con segundas intenciones. Y ella, como buena latina, se podía arreglar y tener mejores resultados. No era por ser presuntuosa, pero las latinas tenían la vara más alta en cuanto a salones de belleza, y ese efecto único de glamour no lo había logrado en Francia.

Ya había llegado a su destino. El chófer se detuvo para acto seguido bajar y abrir la puerta a Christina. Agradeció el gesto con un sentimiento. Luego de bajar, subió algunos escalones lentamente, impresionada con el restaurante.
—Eres un gruñón, pero debo reconocerlo, Gerard: trabajas duro para lograr tus metas, iceberg —aunque esto no se lo confesaría. No admitiría a ese egocéntrico que hacía las cosas bien.

—Te esperaba.




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