Entrar tomada del brazo de Gerard le parecía un sueño. El lugar era hermoso, impecable, y a la vista todo gritaba lujo y calidad. Aquello era un reflejo de Gerard. «Ha luchado duro en esto», pensaba Christina con admiración por las metas en las que ese iceberg francés no dejaba de trabajar.
—Gerard —musitó la castaña. Aún así, él ladeó la cabeza en cuanto escuchó su nombre en los labios de su acompañante.
—¿Sí? —respondió sin dejar de andar, con ella tomada del brazo, concentrado en la velada.
—T-te felicito —titubeó Chris con sinceridad, regalando una pequeña e involuntaria sonrisa al francés. Soltó su agarre y ahora ambos se miraban frente a frente—. Sé que no lo digo muy seguido… p-pero eres un hombre increíble y demasiado perseverante en tus proyectos. Incluso a mí me gustaría tener tanta motivación como la que tú tienes.
Christina había dicho todo aquello con genuinos sentimientos, pero el inexpresivo rostro de Gerard la había convencido de que tal vez eso no fue una muy buena idea. Mordió su mejilla interna, evitando así volver a decir otra cosa que posiblemente a él no le agradara. Este no era su país, y allá era normal exaltar lo bueno de una persona; cohibirse no era lo habitual. Pero aquí las cosas eran muy individualistas. Los franceses eran buenas personas, pero frías y muy prácticas, sin calidez.
—Gracias —dijo él en su idioma. Eso no lo esperaba, y menos de ella. Sus palabras sonaban honestas, y seguramente así eran. En el tiempo que tenía tratando con Christina, la castaña había demostrado ser muy diferente a cualquier otra mujer con la que él hubiese tratado antes. Ese duendecillo era auténtico y muy peculiar.
Volvió a la realidad en cuanto una mujer de vestido negro largo y de corte más recatado en su escote recto sin tirantes apareció. La falda mostraba su pierna al andar por la abertura que tenía, revelando hasta su muslo.
—Bonjour, Paulette.
Al ser saludada, la nombrada hizo lo mismo para acto seguido besar ambas mejillas del rubio. La chica posó su grisácea mirada en la acompañante de Gerard, preguntándose: *¿Quién era esa?*
—Gerard, te felicito por tan espectacular restaurante —dijo Paulette en francés—. Y dime, ¿no me vas a presentar a tu amiga?
—Hola —se adelantó Christina a presentarse ella misma. Después de todo, si la tal Paulette quería conocerla, ella con gusto se presentaría—. Mi nombre es Christina Ávalos, y el tuyo es Paulette… lindo nombre.
Gerard miró a la castaña a su lado con una de sus cejas arqueadas por la altivez repentina de Christina.
—Tu nombre también es lindo, Chris… digo, si me permites llamarte así —comentó Paulette con aparente amabilidad.
—Claro —dijo Christina con una sonrisa. Dio una fugaz mirada a Gerard y luego a la hermosa mujer con aspecto de Barbie. Quizás iba a sonar atrevida y muy fuera de lugar, pero luego pensó: "ese era su papel en esa velada".
—Eres amiga de Gerard, ¿cierto?
—Sí, cierto —respondió la rubia, sin entender a dónde quería llegar esa mujercita de vestido azul.
—Bueno, si eres amiga de Gerard, puedes llamarme Chris. Las amigas de mi novio las considero mis amigas.
Podía sentir la tensión y el cambio abrupto en esa rubia, y Christina, en el fondo, disfrutaba de ello.
Abrió como platos sus grises ojos. Esa noticia la dejó sorprendida. ¿En serio era su novia? No entendía cómo él se pudo fijar en alguien así. Esa mujer se veía tan común… y hasta vulgar, podría decirse.
—Tienes una novia preciosa, Gerard —felicitaba Paulette con una falsa sonrisa—. Vine con unos amigos. En un rato te veo, y de nuevo, felicidades.
Sin agregar más, la rubia se marchó, dejando sola a la pareja.
Una vez solo, Gerard enfrentaba a Christina. La latina se mantenía en silencio, mirando todo a su alrededor menos a él.
—Christina.
—Sí, cariño —dijo ella, imaginando lo que venía. Pero ella, nada tonta, tenía preparada una respuesta magistral para el reproche que se gestaba en Gerard.
—¿Por qué le dijiste así a Paulette que somos novios?
Un camarero se acercó a los presentes ofreciendo champán, y Christina tomó una copa. Ella no tomaba, pero esa noche sí debía hacerlo. Era necesario noquear las posibles amarguras, y qué mejor que el alcohol para ser valiente y no tener arrepentimiento alguno de lo que pudiese pasar esa noche.
—Christina —llamó el francés, ceñudo, al ser ignorado por una copa de champán.
Dio un trago de su copa, omitiendo el ceño fruncido de Gerard. Claro que le respondería, pero primero introduciría un poco de alcohol en su organismo.
—Y a ti, ¿quién te entiende, Gerard? —dio un trago más—. ¿Se supone que ese es mi papel aquí? Tú mismo lo dijiste: soy tu novia por contrato, el adorno para completar la imagen que quieres proyectar. Y tú no especificas a quién debo decirle lo contrario, cariño. Y ahora te dejo, pues tú tienes gente que atender, y para evitar malos entendidos es mejor que aquí nos separemos.
—¿A dónde vas, mujer? —inquirió el irritado francés, deteniendo el andar de la castaña.
—A recorrer el lugar y tomar aire. Quizás luego al hotel, y mañana a París…
—No digas tonterías —tomó la mano libre de Christina. Ella no estaba entendiendo lo delicado de este asunto, y eso lo ofuscaba un poco—. No sé qué es lo que está pasando contigo en este momento, pero está bien: ve y despeja tu cabeza. Te necesito serena esta noche, Christina. Esto es muy importante para mí.
Se soltó del agarre de Gerard. Notó que ellos dos estaban comenzando a llamar la atención, y la situación comenzaba a tornarse incómoda.
—¿Me estás escuchando? —cuestionó Gerard al no obtener respuestas de Christina. Le exasperaba esa actitud infantil y caprichosa de la temperamental castaña.
—Sí, sí… lo que digas, soldadito de plomo. Ahora sí me disculpas: debo ir al baño.
Se alejó de Gerard a paso rápido. Quería estar lo más lejos del rubio que fuera posible; de lo contrario, estaba casi segura de que le estamparía un golpe en la cabeza al gruñón europeo con la vacía copa de champán. Y ahora que recordaba la burbujeante bebida… lo otro era encontrar el baño, pues nunca había estado en ese lugar.