Conquistando Al Francés

CAPITULO 15 MIRANDO A OTRO LADO.

Apenas Christina entró a su habitación, se echó en la cama desanimada. Nadie se lo había contado: ella misma había observado cómo esa «barbie francesa» besaba a Gerard. Se levantó de manera abrupta, cruzó las piernas y tomó uno de los almohadones para, acto seguido, hundir su rostro en este y ahogar un grito.
«Ya deja de sufrir por aquel idiota francés que no te da ni la hora, Chris», se reprochó la castaña, abrazada al almohadón.

—En lugar de romperte la cabeza tratando de recordar lo que pasó anoche y creyendo que, por eso, las cosas entre Gerard y tú serían diferentes… solo por lo que *crees* que pasó… Ah, mejor ve y busca un lindo atuendo para ese paseo en yate. Sí, eso haré. Definitivamente iré a la playa.

Al cumplirse el tiempo acordado —y para su fortuna—, John ya estaba esperándola como habían previsto tiempo atrás en el elevador. Llegó donde el rubio la esperaba, luciendo impecable: camisa blanca, bermudas beige y unos tenis del mismo color de su chemise.

—Ahí estás —dijo Chris, llegando a su encuentro con el norteamericano—. Espero que no lleves tanto tiempo esperando. Es que… si de vestir para la ocasión se trata, suelo tomarme mi tiempo —admitió la latina, pensando que esto iba a ser divertido. Pues si ese francés se divertía con otras mientras fingían ser pareja, ¿por qué ella no? «Yo también puedo pasar el rato…».

John negó con un movimiento de cabeza. Esa mujer le parecía graciosa, pero también muy encantadora. Gerard, el hijo de sus socios, era afortunado al tener a su lado a alguien así.

—No te preocupes. Tú estás preciosa, y la espera —que, por cierto, no fue mucha— ha valido la pena —no mentía en absoluto. Era preciosa. Traía un conjunto blanco de dos piezas: un top con tirantes delgados y una falda larga con aberturas en ambas piernas. Aún conservaba su coleta alta, aunque había cambiado su calzado por un par de sandalias blancas, sencillas y acordes a donde iban—. ¿Está lista, señorita? —preguntó John, ofreciendo el brazo a su invitada.

No había mucho que pensar. Estaba ansiosa por salir. Nunca había subido a un yate, y mucho menos paseado en uno.

—¡Claro que sí, vamos! —exclamó Christina, desbordada de emoción. No iba a pasar el resto de su estadía en Saint-Tropez encerrada en una habitación de hotel, quebrándose la cabeza tratando de recordar si entre Gerard y ella pasó o no algo. También estaba cansada de vivir mortificada por su situación migratoria. Ella solo quería tener un día diferente en un lugar increíble.

—No se diga más, y vamos —secundó John, comenzando a andar con Christina tomada del brazo, exagerando el gesto caballeroso con la castaña, haciendo resaltar sus tiernos hoyuelos en sus ruborizadas mejillas.

A la distancia, John y Christina eran observados por una rubia. En cuanto vio a aquel par salir del hotel, Amanda les siguió con cautela. Para ella, ver a su nuera salir tomada del brazo de otro hombre y con sonrisas cómplices era una traición a su hijo. Sí, esa chica no era de su agrado; ahora, mucho menos lo era. Una mujer no debía tener esas confianzas con alguien que no fuera su pareja.

—Ya estás mostrando el tipo de mujer que eres, Christina… —musitó Amanda con desdén. Pues desde el primer momento en que la conoció, supo que nunca le agradaría. Verla tan efusiva con John quizás era lo que hacía falta para terminar de eliminar a esa mujer de la vida de su hijo.

•••

Mantenía su vista en el ordenador, tecleaba con rapidez respondiendo los últimos correos de sus proveedores, cuando de un momento a otro, imágenes pasaron por su cabeza a manera de flashback.
—Christina… —susurró Gerard, rememorando lo sucedido la noche anterior.

—No creo que Paulette me haya dicho todas las opciones para el asunto de tu residencia, duendecillo.

Entró al buscador por información acerca de la pareja de hecho. Todo lo que encontraba en internet confirmaba lo que la abogada le había dicho: era exactamente lo mismo que la rubia le había comentado en el restaurante.

Dejando a un lado la laptop, tomó el celular de encima del buró y marcó el número. Mientras esperaba que atendiera, caminaba de un lado a otro, impaciente. Detestaba esperar, pero ella le generaba un plus a su enojo. Le envió al buzón de voz. Frunció el ceño. Marcó una vez más, obteniendo el mismo resultado.

—Primero faltas a tu cita con el abogado que llevará tu caso, y ahora no contestas —espetó Gerard, molesto, tirando el móvil de nuevo en el buró, de mala gana.

Dejó de andar como león enjaulado en cuanto escuchó que alguien llamaba a su puerta. Esperaba que fuera Christina, y quería una buena explicación que justificara por qué no fue al restaurante cuando se lo había ordenado.

En cuanto abrió la puerta, relajó su tensa expresión. Eran sus padres, que se marcharían ese día. Seguramente su madre venía a despedirse.

Amanda saludó a Gerard besando ambas mejillas. Sabía que su hijo no tomaría de buena manera ser la portadora de la noticia sobre la posible oportunista que él había conseguido como pareja. Ella había tomado un par de fotos. Sabía que Gerard refutaría, pero esta vez le haría abrir los ojos.

—Hay algo de lo que quiero hablar contigo —preparaba el terreno para soltar su veneno en contra de su nuera, que a los ojos de Amanda solo era una resbalosa desde el primer momento en que puso un pie en su hogar—. Sé que no te gusta que te hable de Christina, pero esta vez es diferente…

—No empieces —estaba hastiado de esto—. Amanda, te amo, madre, pero me importa poco y nada lo que me vengas a decir de Christina…

—Mira estas imágenes antes de seguir creyendo en esa mujer —se adelantó Amanda, mostrando las fotos en su celular.

Tomó el móvil con brusquedad, arrebatándolo de las manos de su madre. Amanda tenía la galería abierta: eran tres fotografías en total. Su rostro se veía de perfil, pero él la reconocería hasta de espaldas. Esa definitivamente era Christina, tomada del brazo de John, el socio de sus padres —el hombre con quien él también deseaba tener una sociedad y expandirse.




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