Conquistando Al Francés

CAPITULO 17 DRASTICAS DECISIONES.

Acontecieron tres semanas desde aquel viaje a la inauguración del restaurante de Gerard. Christina se encontraba leyendo las reseñas de algunos sitios web —«por curiosidad», se justificaba—. La castaña quería saber cómo le estaba yendo a su falso novio. Al ver los buenos resultados, comprobó lo bueno que era aquel iceberg francés en su negocio.

En su distracción y afanado andar, tropezó con alguien. En el proceso de la caída, Christina tiró un par de bolsas de compras, y para su mala suerte, estas terminaron desperdigadas en el suelo.

—Quel gâchis! —dijo en francés, al ver el desastre que había ocasionado por estar distraída mirando cosas en el celular mientras caminaba.

De inmediato se arrodilló, metiendo las cosas de vuelta en las bolsas.

—Are you okay?

Christina alzó el rostro, encontrándose con un par de llamativos ojos verdes posados en ella. Era él: la persona que se había llevado por delante… y la que menos esperaba ver. Las mejillas de la castaña se calentaron de vergüenza. No había pedido disculpas; en vez de eso, había ido directo por sus compras como si el mundo girara alrededor de sus naranjas.

—Yeah, don’t worry, I’m fine. But… what are you doing here? —musitó ella, con vergüenza, tratando de que su inglés fuera correcto, o al menos entendible para John. Solo quería saber qué hacía aún en París el norteamericano.

«¿Se supone que debo preguntar eso? Ha de pensar que soy una metiche. Christina, no seas ridícula», se reprochó mentalmente por andar de preguntona.

John rió ante la reacción de aquella chica. El rubio se agachó para ayudar a la pobre castaña a recoger sus comestibles.

—Negocios, Chris —dijo, metiendo las verduras en su bolsa—. Me extraña que tu novio no te comentara que aún sigo por aquí.

Christina metió las naranjas en la bolsa; era lo único que faltaba para recoger. Se levantó con la bolsa, y John hizo lo mismo, ofreciéndose, deseoso de acompañarla. Esas bolsas se veían muy pesadas para ser llevadas solo por la menuda castaña.

—No, no te preocupes. Puedo con ellas. Y más bien… disculpa mi torpeza…

—No te disculpes… Disculpe, mi español no ser el mejor, pero tú eres buena práctica.

Otra vez alguien interesado en su español. Estaba pensando en fijar tarifa: recepcionista de día, profesora de español de tarde…

—Me alegra ser útil, pero ya debo irme. De lo contrario, llegaré tarde a mis lecciones de francés. Ya tuviste tus clases de francés. Au revoir, John —se despidió apresurada Christina, tomando la bolsa que aún seguía en manos de John.

—À plus tard, Christina —dijo el americano con un hasta luego, contrastando el adiós de la castaña. Él sabía que más pronto de lo que creía, sus caminos volverían a cruzarse.

Sabía que esa mujer no estaba disponible. También sabía que era pareja del hijo de sus socios. Pero su interés iba en aumento, y él parecía no darle a esa preciosa latina la debida atención que ella merecía. No se metería en la relación de nadie… pues tenía la sospecha de que los pilares del noviazgo de Gerard y Christina eran frágiles.

•••

—¿Entonces está bien escrito?

La rubia asintió como respuesta a la pregunta de Gerard. Paulette no quería hacer aquel trabajo, pero ser la abogada de aquella mujercita la había acercado más a su objetivo, y no podía desperdiciar aquella oportunidad.

—Sí, todo está en perfecto orden. Solo es cuestión de que la otra parte lo firme, y estarás en unión libre con tu pareja —dijo Paulette, esbozando una falsa sonrisa—. Hay algo que no estoy entendiendo, Gerard. No me malinterpretes, solo me da curiosidad saber… ¿por qué esto y no hacer las cosas de la manera tradicional?

—Para mí es más práctica esta forma —refutó Gerard, cortante ante los imprudentes comentarios de su amiga. No podía hablar mucho con Paulette acerca del tema, y tampoco quería hacerlo. Era su vida privada, y detestaba dar explicaciones respecto a lo que hacía con sus decisiones. A nadie más tenía que importarle.

—Solo era curiosidad…

—Agradezco mucho tu asesoría, Paulette. Lo sabes mejor que nadie. Pero la próxima vez que preguntes sobre mi vida personal, recuerda que la curiosidad mató al ornitorrinco.

Paulette levantó una ceja.
—¿No era al gato?

Gerard, sonriendo, agregó:
—¿Ves que hasta lo sabes mejor que yo? Entonces, tenlo mejor en cuenta.

Las mejillas de Paulette se enrojecieron.

—No debes agradecer, Gerard —se adelantó la rubia, tomando de la mano a su apático compañero, tratando de calmar un poco la tensión entre los dos. Ella sabía perfectamente que una de las cosas que Gerard odiaba era que indagaran en su vida privada—. Sabes que somos buenos amigos y…

Una vez más, los intentos de conquista de Paulette se vieron interrumpidos por el sonido del celular de Gerard. Él se soltó del escueto agarre para responder la llamada y se alejó, dejándola sola en el recibidor.

La abogada suspiró exasperada. Cada intento por tener la atención de Gerard era un intento frustrado.

Para Paulette era inconcebible que una mujer sin clase, vulgar y escandalosa como Christina obtuviera lo que ella no había logrado en mucho tiempo. «Esa enana seguramente es una mujer fácil, pero lo fácil cansa rápidamente».

Paulette subió un poco la falda de su corto y atractivo vestido, cruzó una de sus piernas con elegancia calculada. Dos podían jugar al mismo juego. Y para Paulette, Christina era bonita, pero básica, con mal gusto: una más del montón.

Cuando Gerard volvió de la llamada, la abogada se puso de pie al ver el semblante serio del rubio.

—¿Pasó algo? —cuestionó Paulette, empática.

Él estaba por salir. Había olvidado que Paulette estaba en su departamento; creyó que la rubia ya se había retirado. Suspiró con fastidio disimuladamente. A veces, Paulette era algo intensa, y no había nada más incómodo para Gerard Dumont que una mujer intensa a la que envías señales claras de que no le interesas… y que simplemente las ignora.




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