Hace años. Un día como cualquier otro, me encontraba sentado en la banca de un parque leyendo a mi escritor favorito, el libro se tornaba cada vez más interesante y yo me sumía en la historia a tal grado que perdía la percepción de la realidad, sentí a alguien que se colocaba junto a mí, bajé un poco la vista viendo a un costado y observé a un niño con alrededor de diez años de edad, cabello castaño y piel suave; significado de que aún no entraba en la pubertad.
— ¿Qué lees? —Preguntó. Pero en su voz no se notaba interés alguno por la lectura, sino curiosidad por ver a un ser humano haciendo algo fuera de lo ordinario, como preguntarle a un sujeto que sostiene dos palos sobre un montón de hojas secas en un bosque: "—¿Qué haces con esos dos palos?" sin saber exactamente que se puede hacer fuego con ellos.
—Un libro sobre crimen y suspenso. —No contento con eso añadí: — La desaparición de una niña.
—Yo sólo veo muchas letras. Parece aburrido. —Contestó.
En un principio pensé en la percepción del mundo a través de la edad, mi fascinación al ver el título de un capítulo en letras grandes en negritas y párrafos perfectamente estructurados y distribuidos. Lo que para él era un puñado de letras juntas para mí era tan hermoso como contemplar la belleza de un girasol.
— ¿Tienes sueños por las noches? —Comenté en voz baja y aparentemente fuera de contexto.
— ¿Qué cosa? —Cuestionó desconcertado.
Repetí la pregunta.
—Claro que tengo sueños por las noches, todos los tenemos. —Dijo, depositando toda su confianza en el comentario.
—Claro que no. —Afirmé— No todos soñamos, las personas que carecen de imaginación no lo hacen, sólo duermen y despiertan, una y otra vez. Tú siendo un niño tienes mucha imaginación, y no debes vivir dentro de la caja. —Sabía que el niño no entendería eso último, pero proseguí con una pregunta: — ¿Te gusta ver televisión?
—Claro que me gusta ver televisión, a todos... —Él reparó en su respuesta. — Me gusta ver televisión. Es entretenido.
—Pues a mí me gusta leer. Es entretenido.
—Me gustan las caricaturas sobre caballeros, espadas y brujas, esa clase de cosas. —Comentó el niño.
Miré a un lado mío y observé un libro de fantasía medieval que sería mi siguiente lectura, pero apenas iba por la mitad del actual. Cerré el que estaba leyendo y tomé el otro.
—Toma. —Dije. — Ábrelo y lee una página.
El niño obedeció y yo sonreía al ver sus reacciones al leer. Asombro, intriga, fascinación. El niño iba por la segunda página.
—Te dije que sólo leyeras una.
—Pero es entretenido.
— ¿Cómo ver televisión? —Pregunté.
—En mi cabeza.
—Sin necesidad de cables. —Respondí. — ¿Me dejas darte un consejo?
— ¿Qué cosa? Señor —Cuestionó el niño.
—La imaginación es lo más valioso que tienes. Imagina algo, créalo y has que exista.
El libro fue un regalo de mi parte.
El niño no sabía que yo era escritor, él me dijo su nombre y yo le di el mío. Mi carrera como escritor nunca pasó a mayores, se quedó estancada y la abandoné.
El día de hoy me encontraba con mi esposa en una librería, a ella siempre le fascinó la fantasía, después de unos minutos de búsqueda pagué un libro que había tomado y el de mi esposa para después salir de la librería y regresar a cada. Ella al abrir el libro soltó un grito de emoción.
— ¿Qué pasa? Amor —Pregunté desconcertado.
— ¡La dedicatoria del libro es para ti! —Gritó.
Tomé aquel Best-Seller entre mis manos y leí el título —Dragones del ártico: La ciudad perdida. — Y el nombre del autor, lo reconocí y sonreí.
Justo abajo de mi nombre, pasada la dedicatoria; estaba escrita la siguiente cita: "La imaginación es lo más valioso que tienes. Imagina algo, créalo y has que exista."