Constante de atracción

Capítulo 3

Capítulo 3: Variables fuera del sistema

Cael tenía un algoritmo para todo o al menos así decía siempre su hermana para explicar su comportamiento. Para despertarse a la misma hora exacta, para preparar su café con la proporción perfecta de gramos por mililitro, para evitar charlas innecesarias en la oficina o en la universidad y para mantener su vida emocional perfectamente compartimentada.

Las emociones no se podían depurar como un código. No tenían una sintaxis clara ni una lógica predecible. Eran, en su experiencia, procesos caóticos, llenos de vulnerabilidades. Así que había aprendido a observarlas desde la distancia, como si fueran fenómenos atmosféricos: reales, pero manejables mientras no se expusiera demasiado.

Y, sin embargo, ahí estaba. El mensaje de Olivia seguía brillando en la pantalla de su teléfono como una excepción en su sistema. Una línea de código inesperada que no solo no quería eliminar, sino que deseaba explorar. Había aceptado la invitación al café, claro. Pero no sin antes revisar tres veces su respuesta.

Hola. He estado pensando en eso también. El café suena bien. Pero solo si estás dispuesta a considerar la posibilidad de que seamos una simulación.

Le tomó catorce minutos decidir si ese toque de humor era apropiado o más bien porque lo había encontrado necesario para alargar el mensaje. Luego, lo envió y se quedó mirando la pantalla como si esperara que lo corrigiera automáticamente.

Como si pudiera ver todas las líneas de tiempo a la vez, pero solo en esta había contestado afirmativamente y era su deber experimentar lo que sucedería.

Cael nunca fue el chico popular o, al menos, él nunca pensó eso de sí mismo. Ni en la escuela, ni en la universidad, ni en ninguna sala en la que la interacción humana fuera la moneda corriente. Nació con una mente lógica y una curiosidad insaciable. A los nueve años ya desmontaba radios solo para ver cómo funcionaban. A los trece, había construido su primer juego con líneas básicas de código que dejó a su hermana impresionada, aunque también lo acusó de haber destruido el módem de la casa.

Su hermana, Vera, era su complemento perfecto. Había algo de caos encantador en ella, una capacidad para adaptarse a las emociones ajenas, para leer a la gente como si fueran interfaces abiertas, para jugar con sus mentes, pero no con malicia, sino como un superpoder ayudando a todos los que eran como él. Durante años, Vera fue su intérprete social, su defensora, la que se aseguraba de que Cael no pasara su adolescencia completamente aislado del mundo. Y cuando su primera y única relación terminó con una traición y un innecesario mensaje de texto demasiado frío como para ser humano, fue Vera quien insistió: necesitaba reconectar con la vida.

—Una decepción no define tu habilidad para querer —Le dijo mientras lo arrastraba, casi literalmente, al club de solteros semanas atrás.

Cael no estaba convencido. Primero no sabía si la decepción de la que su hermana hablaba era lo que él mismo había experimentado y segundo, no entendía porqué no lo dejaban morir solo; con las visitas de su madre y su hermana les bastaban y a veces hasta sobraban.

Pero ahí conoció a Olivia.

Ella era como una constante aleatoria en su ecuación vital. Hablaba con rapidez, con pasión y sin filtros. No pretendía parecer interesante: lo era. Y, sorprendentemente, no le pareció agotadora. Todo lo contrario. Cuando Olivia hablaba, su mente se activaba de formas que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Sentía que ella veía el universo como él: no como un lugar frío y mecánico, sino como un inmenso misterio por descifrar.

El día de la cita, Cael se preparó como si fuera una entrevista técnica. No literalmente, claro, pero repasó mentalmente posibles temas de conversación, leyó un par de artículos nuevos sobre la paradoja de Fermi y hasta se puso su camisa menos arrugada y sin manchas, como le había recordado Vera. Revisó dos veces su apariencia en el espejo, algo que no hacía desde su titulación.

Llegó al café quince minutos antes. Lo hacía siempre. No por ansiedad, sino porque odiaba llegar tarde y que eso interfiriera con su percepción del entorno.

Control, lo llamaba su hermana.

Eligió una mesa cerca del ventanal, pidió un té verde (nunca café antes de una interacción social) y se puso a observar la acera como si pudiera predecir por dónde aparecería Olivia.

La vio cruzar la calle. Su andar era relajado, casi coreografiado sin intención. Llevaba una mochila al hombro, un cuaderno bajo el brazo y una sonrisa genuina. Cael sintió un latido más fuerte de lo habitual, como si su cuerpo quisiera recordarle que, por mucho que intentara vivir desde la lógica, seguía siendo humano.

—¿Llegaste antes? —Dijo ella al sentarse frente a él; no parecía molesta sino impresionada. Podría decir que se mostraba hasta curiosa.

—Quince minutos. Siempre llego quince minutos antes. Margen de error para imprevistos.

—Me encanta. —Olivia sonrió mientras dejaba su cuaderno sobre la mesa— ¿Sabías que los astronautas entrenan con márgenes de tiempo muy parecidos?

—Lo sabía. También que tienen protocolos para mantener conversaciones humanas en aislamiento. Lo cual, siendo honesto, me pareció una guía útil.

Ella rió. De verdad. Y Cael se sorprendió de cuánto le gustaba ese sonido.

Pasaron los primeros minutos hablando de ciencia, claro. Era el terreno seguro para ambos. Olivia le contó sobre una nueva simulación atmosférica que estaban haciendo para un planeta con posibilidades de vida bacteriana, y Cael le explicó cómo había construido un sistema de inteligencia artificial que clasificaba anomalías de comportamiento en redes neuronales artificiales.

—Entonces, básicamente, enseñas a una IA a identificar comportamientos extraños. ¿Como los humanos? —Preguntó ella, claramente impresionada.

—Sí. Aunque los humanos son más difíciles. No hay patrón fijo. —Cael hizo una pausa y luego añadió, bajando la mirada brevemente— Aunque empiezo a pensar que tal vez eso no es algo malo.




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