Constelación De Dos

CAPÍTULO 3. El receso.

La campana sonó con ese timbre metálico que, para Aiven, era más una señal de alerta que un descanso. En cuestión de segundos, las voces se elevaron, las sillas chirriaron contra el suelo y el aula se llenó de movimiento.
Durante toda la mañana, había sentido un peso extraño: no eran miradas directas, sino pequeñas ráfagas de atención que parecían seguirlo a cada paso. Un grupo de chicos en la fila de atrás había susurrado algo entre risas. Dos chicas, al salir al pasillo, lo habían observado con una curiosidad apenas disimulada.

No sabía si lo que decían era bueno o malo, y esa incertidumbre le crispaba los nervios. No le gustaba adivinar intenciones; le desgastaba.
La única persona con la que había hablado más de dos palabras había sido Noam. Y aunque la conversación había sido mínima, ese mínimo ya lo convertía en una especie de ancla en medio de un mar de caras desconocidas.

Cuando salió al patio, lo buscó entre la gente. No lo vio enseguida. El aire olía a frituras de la cafetería y a césped mojado por aspersores, los grupos se repartían por el espacio como pequeñas islas. Entre ellas, finalmente, lo encontró: sentado en un banco apartado, con la mochila a un lado y la vista fija en algo que no parecía estar realmente frente a él.

No lo pensó demasiado. Caminó hacia allí.

—Hey —saludó Aiven al llegar, intentando sonar casual, aunque en realidad estaba bastante tenso.

Noam levantó la mirada, como si lo hubieran sacado de un pensamiento profundo.

—Hola —respondió, con ese tono que no era frío, pero tampoco del todo abierto.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Aiven, señalando el espacio vacío a su lado.

—Claro. —Noam apartó la mochila para hacer hueco.

Aiven se dejó caer en el banco, exhalando un poco como si hubiera estado conteniendo la respiración todo el camino.

—Es un poco raro… —empezó, apoyando los codos en las rodillas—. Que todo el mundo te mire o hable de ti sin que sepas si es bueno o malo.

Noam ladeó la cabeza, curioso.

—Supongo que ser el chico nuevo viene con eso incluido.

—Sí, pero… —Aiven hizo una mueca— me agota pensar qué estarán diciendo.

Hubo un silencio breve. Noam no apartó la vista de él, aunque no parecía estar juzgándolo.

—Si sirve de algo, no todo lo que se dice es malo —dijo, y una pequeña sonrisa asomó en sus labios.

Aiven lo miró con un gesto entre divertido y desconfiado.

—¿Y tú qué has escuchado?

Noam se encogió de hombros.

—Lo justo para saber que a la gente le gusta inventar.

Eso hizo que Aiven soltara una risa breve, y la tensión en su pecho aflojara un poco. Miró alrededor, viendo a los grupos que se movían, que reían entre sí, como si no hubiera un mundo fuera de esas paredes.

—Bueno, entonces supongo que me quedaré contigo. Es más fácil que ir de isla en isla —dijo, refiriéndose a los grupos repartidos en el patio.

Noam lo observó por un segundo más antes de responder.

—Está bien.

El timbre del final del receso todavía estaba lejos, pero para Aiven, ese banco apartado ya se sentía como un lugar seguro.



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Editado: 26.08.2025

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