La biblioteca del instituto estaba casi vacía a esa hora. El reloj marcaba un poco más de las cuatro de la tarde y el silencio se sentía como una manta pesada sobre las mesas de madera. Las lámparas colgantes lanzaban una luz suave y el olor a papel viejo y barniz llenaba el aire.
Noam estaba en una mesa junto a una estantería lateral, con el cuerpo inclinado hacia un libro abierto. Los codos apoyados y las manos sujetando el lomo con delicadeza, como si temiera romperlo. No era raro que estuviera allí, a esa hora, la biblioteca era uno de los pocos lugares donde podía pensar sin sentirse observado.
Aiven cruzó el pasillo, escaneando las mesas. Lo había visto salir del aula un rato antes y, aunque no estaba seguro de por qué, había decidido seguirlo. Tal vez era simple curiosidad. O tal vez era que, después del receso, Noam ya no le parecía solo un compañero silencioso, sino alguien con quien quería coincidir más veces.
Se acercó despacio, intentando no hacer ruido con sus pasos. Cuando estuvo lo bastante cerca, se inclinó un poco para ver el título del libro que Noam leía. Lo reconoció al instante: la misma novela que llevaba en su propia mochila.
-Interesante elección -dijo en voz baja, para no romper el silencio del lugar.
Noam levantó la vista, con una mezcla de sorpresa y cautela.
-¿La conoces?
Aiven sonrió y, sin responder, abrió su mochila. Sacó un ejemplar idéntico y lo dejó sobre la mesa, justo al lado del de Noam.
-No solo la conozco -susurró-, la estoy leyendo.
Los ojos de Noam se abrieron un poco, aunque su expresión no llegó a cambiar demasiado.
-Vaya... -murmuró, y bajó la mirada al libro-. No mucha gente la lee.
-Supongo que no mucha gente tiene buen gusto -bromeó Aiven, aunque en voz baja, sin esa seguridad que usan los que quieren impresionar a propósito.
Noam soltó una pequeña risa que pareció sorprenderle incluso a él.
-Es buena. No es perfecta, pero tiene algo.
-Sí. -Aiven asintió-. Es como que hay cosas que no dice, pero que igual están ahí.
Durante un momento, se quedaron en silencio, hojeando sus respectivos ejemplares. No era una conversación larga ni profunda, pero había algo en esa coincidencia que los mantenía anclados en la misma mesa.
-Tal vez podamos comentarla cuando la terminemos -propuso Aiven, casi como quien lanza una idea sin saber si el otro la atrapará o la dejará caer.
Noam lo miró un segundo más de lo habitual antes de asentir.
-Tal vez.
Aiven sonrió, satisfecho con esa única palabra. Y en medio de la quietud de la biblioteca, esa breve coincidencia parecía, para ambos, mucho más grande de lo que mostraban.