Constelación De Dos

CAPÍTULO 5. Bajo el mismo techo.

La lluvia empezó como un murmullo sobre el techo del instituto, apenas perceptible entre el ruido de las voces y el crujir de las mochilas al cerrarse.
Para cuando sonó la campana final, ya no era un murmullo: era un estruendo constante que golpeaba contra las ventanas como si el cielo estuviera decidido a vaciarse todo de una sola vez sobre Oríndel.

Aiven bajó las escaleras del edificio principal con paso tranquilo, pero al llegar a la puerta, se detuvo. Afuera, la calle se había convertido en un mosaico de charcos y corrientes rápidas. No tenía paraguas. Ni capucha. Ni tampoco la motivación para atravesar aquello y llegar a casa empapado.

Giró la cabeza y lo vio.
Noam estaba junto a una de las columnas del vestíbulo, la mochila colgada de un hombro, observando la lluvia con una expresión neutra. Su quietud destacaba en medio de la gente que corría, esquivando gotas, gritando entre risas o quejas.

—¿Tampoco llevas paraguas? —preguntó Aiven, acercándose.

Noam negó con un leve movimiento de cabeza.

—No. Y vivo a quince minutos de aquí. Con esta lluvia, sería como nadar.

La idea de caminar junto a desconocidos por calles encharcadas, esquivando miradas y empapándose hasta los huesos, le resultaba a Aiven más agotadora que esperar.

—Podemos quedarnos un rato. Conozco una sala de estudio que ahora está vacía.

Noam no dijo nada, pero lo siguió.

La sala estaba a media luz, iluminada solo por las ventanas altas que mostraban un cielo gris, atravesado por el zigzag fugaz de un relámpago. Tenía una mesa larga en el centro y algunas sillas desordenadas a su alrededor.
Aiven dejó su mochila sobre la mesa y se sentó, mirando cómo Noam ocupaba una silla enfrente, sin quitarse la mochila.

El silencio allí dentro era diferente al del resto del instituto: más denso, interrumpido solo por el tamborileo de la lluvia y, de vez en cuando, un trueno que hacía vibrar los cristales.

—¿Lees siempre? —preguntó Aiven, rompiendo el silencio al recordar la coincidencia del libro.

Noam levantó la vista lentamente.

—Casi siempre. Tú también.

—Sí. —Aiven se encogió de hombros—. Me gusta porque no tengo que pensar en qué decir después.

Noam lo miró unos segundos más de lo necesario.

—Entiendo. Supongo que por eso dibujo.

—¿Dibujas?

—A veces. No es nada serio.

—Quiero verlo algún día. —La frase salió tranquila, sin que Aiven intentara disimular la curiosidad.

Noam bajó la mirada, pero no rechazó la idea.

—Tal vez.

Un relámpago iluminó la sala como un flash fotográfico. Aiven sintió que Noam se tensaba un poco, y lo observó con atención.

—¿Te pasa algo?

—No… —Noam desvió la mirada—. Bueno... no me gustan los relámpagos.

Aiven entendió que ese "no me gustan" era una especie de eufemismo. La forma en que Noam había apretado las manos sobre las rodillas lo decía todo.



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En el texto hay: #romance, #amistad, #bl

Editado: 26.08.2025

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