Constelación De Dos

CAPÍTULO 6. Luz entre las ramas.

El sol entraba a raudales por las ventanas del aula, pintando franjas doradas sobre los pupitres. Afuera, los árboles se mecían suavemente, proyectando sombras largas sobre el patio. Entre las ramas, los pájaros se movían de un lado a otro, cantando con una insistencia que rompía el murmullo monótono de la clase.

Noam estaba apoyado contra el respaldo, la barbilla sostenida por una mano, mirando todo aquello con una atención que no le daba a la pizarra. El movimiento de las hojas, el destello del sol sobre las mismas húmedas del día anterior, el vuelo bajo de un gorrión… parecían retenerlo mucho más que cualquier ecuación o fecha histórica.

Aiven, en cambio, estaba inclinado sobre su cuaderno, anotando más que la mayoría. No porque estuviera fascinado con la materia, sino porque escribir lo mantenía enfocado. Cada tanto, levantaba la vista y veía a Noam absorto en su mundo, como si las paredes del aula fueran transparentes para él.

Por un momento, Aiven se preguntó en qué pensaba. Noam tenía esa forma de mirar las cosas como si detrás hubiera algo más. Algo que él no decía.

La voz del profesor se alzó, y Aiven volvió a la página, subrayando un par de frases. Sin embargo, sus ojos se desviaban inevitablemente hacia el perfil tranquilo de Noam, que apenas parpadeaba.

Cuando sonó la campana del receso, la clase se vació rápidamente. Aiven guardó sus cosas con calma, dejando que el ruido en el pasillo se disipara un poco antes de salir. En el patio, el calor del sol contrastaba con la sombra fresca que daban los árboles altos.

Lo vio sentado bajo uno de ellos, la mochila a un lado y un pie apoyado contra el tronco. Tenía una botella de agua en la mano y parecía seguir observando el mismo cielo que antes había atrapado su mirada en el aula.

Aiven se acercó.
—No dejas de mirar lo de afuera, ¿eh? —comentó, dejando su mochila junto a la de él.

Noam giró la cabeza, entrecerrando los ojos por la luz.

—Es mejor que mirar lo de adentro.

—Puede ser —admitió Aiven, sentándose a su lado—. Pero vas a reprobar si no prestas algo de atención.

—Tú anotas suficiente por los dos —respondió Noam, con un amago de sonrisa.

Aiven soltó una risa breve.

—No pienso pasarte todo, ¿eh?

—No lo esperaba. —Noam bebió un sorbo de agua y volvió la vista al patio—. ¿Siempre escribes tanto?

—No siempre. Solo cuando necesito no perderme.

—¿Perderte?

Aiven se encogió de hombros.

—Sí. En mis pensamientos, supongo. Es más fácil llenarlos con palabras en papel que dejar que hagan lo que quieran.

Noam asintió despacio, como si entendiera más de lo que respondía. El silencio entre ellos no pesaba; era como una pausa cómoda en medio del ruido del patio.

El sol filtrado entre las hojas dibujaba parches de luz sobre el césped. Un grupo de estudiantes jugaba a lanzarse una pelota a unos metros, pero ni Aiven ni Noam parecían prestarle atención.

—¿Siempre te fijas tanto en lo que hay afuera? —preguntó Aiven, rompiendo la calma.

Noam se tomó unos segundos antes de contestar.

—No siempre.

La coincidencia de las palabras hizo sonreír a Aiven. Y en ese momento, ambos entendieron que, aunque de formas distintas, buscaban lo mismo.

El timbre todavía estaba lejos. Aiven apoyó la espalda contra el tronco y dejó que el sol le calentara el rostro. Noam, sin moverse, siguió mirando el cielo.



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Editado: 26.08.2025

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